domingo, 18 de septiembre de 2011

Sugerencias para Padres y Educadores

Hablar desde la verdad. No se puede construir desde la mentira. El proceso de asimilar la información no es posible si recurrimos a fantasías o explicaciones parcializadas.
Ser claros y concisos. Evitar dar rodeos y tergiversar la información. Tampoco extender demasiado nuestras explicaciones. Más bien, esperar preguntas de nuestros hijos para seguir ampliando la información.
Relacionar la información brindada. A medida que van creciendo, ir relacionando la información que se les fue brindando con nuevos interrogantes que se planteen.
No se habla una sola vez. Muchos padres realizan un gran esfuerzo para hablar con sus hijos de estos temas y piensan que con una sola vez alcanza. Si para aprender a leer y escribir nuestros hijos dedican varios años de aprendizaje, cuánto más para vivir una sexualidad plenamente.
Cualquier momento puede ser el apropiado. Habrá momentos que buscamos para hablar con nuestros hijos sobre estos temas y serán muy apropiados. Tendremos en claro lo que vamos a decir y cómo vamos a decirlo. Pero habrá otras cuestiones que surjan espontáneamente y también deberemos estar preparados para abordarlas con naturalidad. Podemos aprovechar mientras vemos televisión (por ejemplo: cuando aparece alguna escena sexual, alguna publicidad, noticias, etc.), algún diálogo con amigos, alguna situación que suceda en la calle.
Evitar contar anécdotas de experiencias sexuales propias. Aquella frase: –“Yo a tu edad…” suele estar descontextualizada, muchas veces genera rechazo por parte de los hijos y no aporta.
Evitar dar ejemplos o hacer comparaciones. No dar ejemplos ni cercanos ni lejanos. En los cercanos, nos podemos equivocar y en los lejanos, están muy apartados de la realidad de nuestros hijos.
No evitar temas ante preguntas de los hijos. Es cierto que pueden presentarse cuestiones difíciles, pero no es bueno evitar dar una respuesta. Si el momento no es el adecuado, es preciso acordar con el hijo postergar la respuesta o la conversación para otra ocasión.
Mantenga una actitud de apertura y confianza. Es necesario no generar una actitud de rechazo ante los planteos de los hijos, escucharlos y darles nuestra opinión con fundamentos basados en los valores.
Utilice los sentimientos para estimar y evite los juicios de valor. Puede utilizar lo que a usted le generan las conductas o comentarios de sus hijos para expresar lo que siente, tanto sea positivo como negativo. (‘¡Qué lindo!, ¡cuánto me alegra!, ¡Nos encanta!’, o bien: ‘¡Qué lástima! ¡A nosotros no nos gusta!’). Nunca plantear su parecer en términos de sentencia: ‘¡Es malo!’ o ‘¡Sos malo!’. Estas expresiones cortan el diálogo y muy probablemente los hijos se cerrarán a la posibilidad de escuchar.
Recuerde: “Un gesto vale más que mil palabras”. Nuestro ejemplo y nuestras actitudes son sumamente importantes. “Seamos nosotros los que queramos sean nuestros hijos”.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Dimensión Espiritual

Antes de desarrollar esta dimensión debemos aclarar que no nos referiremos sólo a un aspecto religioso. En todo caso, en la religiosidad se manifiesta la dimensión espiritual de cada persona. Puede ponerse en juego o no el aspecto religioso, pero siempre estará presente la dimensión espiritual.
Si tomamos una concepción judeocristiana del hombre, sabemos que somos hijos de Dios y que fue Él el que nos creó: “Lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer”. La sexualidad es el modo que nos permite cumplir con su mandato: “Los bendijo, diciéndoles: sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra... Dios miró todo lo que había hecho y vio que era muy bueno”.
La Iglesia Católica enseña, desde su Catecismo, que el hombre es un ser espiritual y, a la vez, un ser corporal. Durante su pontificado, el Papa Juan Pablo II realizó un gran proyecto educativo que denominó ‘Teología del Cuerpo’, en donde brindó reflexiones iluminadoras sobre la sexualidad y el amor humano. “El cuerpo, en su masculinidad y en su feminidad, está llamado desde el principio a convertirse en la manifestación del espíritu. Se convierte, también, en esa manifestación mediante la unión conyugal del hombre y de la mujer, cuando se unen de manera que forman una sola carne”.
El cuerpo y la sexualidad “son siempre un ‘valor’ no bastante apreciado”. Por lo tanto, no se puede considerar al espíritu como lo ‘bueno’ y al cuerpo como lo ‘malo’, pensamiento propio del maniqueísmo. “La Biblia integra la sexualidad en el plan creacional”.
Fue el mismo Dios el que nos mostró la forma de plenificar su obra creadora a través de la sexualidad. Pero nos da un ‘manual de instrucciones’ para poder vivirlo en plenitud desde el sacramento del matrimonio. “En el relato más antiguo resaltan estos detalles:
- La necesidad de la relación interpersonal: ‘No es bueno que el hombre esté solo. Voy hacerle una ayuda adecuada’. Gen. 2,18.
- La igualdad de varón y mujer, que hace posible el diálogo (…)
- La necesidad de integración de los dos seres, para complementarse: Gen. 2, 21-23. Dios no los creó el uno junto al otro, sino el uno para el otro.
- El diálogo de amor busca la unión y se realiza en la unidad: Gen. 2, 24-25”35.
La sexualidad aparece, dentro de la cosmovisión cristiana, como una posibilidad de encuentro y apertura al otro. “Para Santo Tomás es una cosa evidente y natural que el sexo no es ni mucho menos un mal necesario, sino un bien”.
Existe una reducción de la sexualidad dentro de la religiosidad, la reducción maniquea donde el cuerpo, la materia, es mala y el espíritu es bueno.
Sin embargo, alguien que no es cristiano o que no cree en Dios, podrá decir que esta dimensión no le corresponde. Pero el hombre, en su naturaleza, posee una profunda necesidad de trascendencia y la concepción de un hijo, en muchos casos, satisface en parte esa necesidad.
Esta dimensión espiritual no se desarrolla sólo en la sexualidad. La necesidad de trascendencia se pone en evidencia, por ejemplo, en manifestaciones artísticas y culturales, motivadas por el deseo de dejar una profunda huella de nuestro paso por este mundo. Trascender es ir más allá de uno mismo. Tareas como la asistencia a los enfermos, el cuidado de los niños o los ancianos, y la docencia —cuando hay vocación de servicio— son otras manifestaciones de esta búsqueda de transcendencia.
“Existe en el hombre una trascendencia, no solamente con respecto al mundo infrahumano, sino incluso con respecto a sí mismo: en todo lo que hace, dice, piensa, quiere y desea, nunca está satisfecho con las metas alcanzadas. Existe en el hombre una tensión que lo lleva a superarse a sí mismo, una autotrascendencia; índice claro de que no tiene el centro en sí mismo, sino fuera de sí”.
De esta dimensión surge aquel dicho popular de que ‘uno no debe pasar por este mundo sin antes haber realizado estas tres tareas: plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo’. Son algunas de las maneras de trascender, pero en la última tarea planeada es donde se pone de manifiesto esta dimensión de la sexualidad.
Con esta visión más amplia del hombre será posible sostener los impulsos o deseos que surgen de las otras dimensiones, y encontrar un camino hacia aquello que realmente queremos: la felicidad. “Sólo poniendo la mirada sobre el ser espiritual, sobre su fundamental tensión a los valores y al significado, podrá develarse la significatividad de lo real y podrá aparecer, en toda su plenitud, el significado del ser”.
Existe reducción posible aquí: reducción de la sexualidad a la trascendencia, “yo” quiero trascender sin importar el otro, más aún, utilizando al otro para trascender “yo”.
Quedan planteadas muchas reducciones en las que se pueden caer al hablar de la sexualidad. En algunos casos, hasta puede haber una combinación de varias reducciones. Sin embargo, “si no se percibe un enfoque más integrador, las posiciones se hacen irreductibles y los aportes valiosos de cada enfoque quedan perdidos en estériles luchas ideológicas y de poder”.