jueves, 19 de septiembre de 2013

Hablemos de Sexualidad en la Infancia

La infancia es la etapa de la vida en la que se construyen los cimientos, también los relacionados con la sexualidad. Para que nuestros hijos vivan plenamente su vida y puedan integrar la sexualidad a ella, será bueno brindar un ámbito de confianza ya en la infancia, donde podamos ayudarlos escuchando y respondiendo sus dudas. La comunicación será clave, no sólo para el desarrollo de la sexualidad, sino también para la consolidación de un vínculo padre-hijo que permita el despliegue de todas las potencialidades de nuestros hijos.
¿Pero, a qué nos referimos con el concepto de vínculo? Francisco Guarna lo define de esta manera: “Vínculo es un modo especial de contacto que tiene las características de alta significación y suficiente permanencia”1. A través de él, se producen modificaciones significativas y suficientemente permanentes en el yo. La función más importante de un vínculo significativo es ‘sacar lo mejor de sí’.
Así, un vínculo sano está centrado en el amor y permite el desarrollo pleno de cada persona, o sea, desplegar al máximo sus propias potencialidades. Un vínculo paterno-filial fuerte es la mejor fuente para una medicina y psicología preventiva. Si el vínculo está signado por la ansiedad, generará angustia y más ansiedad. Si el vínculo está dominado por el control, generará inseguridad y miedo. Y, a su vez, un vínculo disfuncional generará conductas patológicas.
Desde los primeros años de vida, es necesaria la satisfacción de las necesidades del bebé, pero también es bueno dejar un espacio para la frustración, que le permita desarrollar un grado de tolerancia. No somos perfectos y, por tanto, puede pasar que en el establecimiento de los vínculos se cometan errores, pero siempre existe la posibilidad de reparar esos errores, los propios y los ajenos, y restablecer vínculos significativos.
“La fortaleza emocional ni nace con nosotros, ni depende de la instrucción, ni del dinero, ni de la raza, clase social o religión. La fortaleza emocional se adquiere, se va aprendiendo desde etapas muy precoces de aquello que el niño recibe de su entorno. En él, las figuras preponderantes son, por cierto, los padres”.2
Estas figuras deberán cumplir con las funciones parentales. Por un lado, una función nutricia, brindando alimento, cuidado, abrigo, pero, a su vez, contención y afecto. Por otro lado, una función normativa, en donde se comenzará a instalar el NO, las normas y los límites. Estas dos funciones, es preciso que la ejerzan el padre y la madre, en mayor o menor medida, pero ambos tienen que ser nutricios y normativos. El ejercicio de estas funciones parentales requiere consenso, compromiso y coherencia de los padres.
Generalmente, la madre tiene una tendencia natural a ser más nutricia y el padre más normativo pero no tiene que ser exclusivo sino complementario. El padre tiene la tarea de contención y afecto no sólo del bebé sino también de su esposa, que en los primeros meses de vida del hijo demandará constantemente de él. La madre tiene que ser sostenida por el padre —o alguien que la ayude— por el propio agotamiento físico y por sus propias necesidades afectivas.
El logro de estas funciones parentales permitirá alcanzar lo que Bowlby denominó apego: “La conducta de apego es cualquier forma de conducta que tiene como resultado el logro o la conservación de la proximidad con otro individuo claramente identificado al que se considera mejor capacitado para enfrentarse al mundo (…) Saber que la figura de apego es accesible y sensible le da a la persona un fuerte y penetrante sentimiento de seguridad y la alienta a valorar y continuar la relación. Si bien la conducta de apego es muy obvia en la primera infancia, puede observarse a lo largo del ciclo de la vida”.3
Si las funciones parentales no se cumplen, o bien, una se cumple muy por encima de la otra, provocarán consecuencias importantes en los hijos. Incluso se pueden generar cuadros psicopatológicos severos. A partir del apego, se logra una base segura en donde el niño puede desplegar todas potencialidades bio-psico-sociales y espirituales. A medida que crece, es capaz de lograr una buena autoestima, preguntarse por el sentido de su existencia y realizar de forma responsable su proyecto vital.
Una base segura brinda la posibilidad al niño y, más adelante, al adolescente, de salir al mundo, explorarlo y regresar con sus padres contando con la seguridad de que van a ser bien recibidos. Encontrarán tranquilidad si están asustados; contención emocional si están afligidos; alivio y cariño si necesitan ser reconfortados física y afectivamente.
Desde el comienzo del libro estamos planteando la necesidad de ampliar nuestra visión frente a la sexualidad. Por lo tanto, es importante descubrir la necesidad de lograr una base segura, de ayudar a nuestros hijos a desarrollar su autoestima y a manejar sus impulsos —traducidos en berrinches—, de poner límites, y de brindarle nuestro afecto de manera explícita: palabras cariñosas y caricias. Todo esto será valioso para la formación de su personalidad y la vivencia plena de la sexualidad.
Hay padres que generan una gran expectativa en relación al sexo que tendrá su hijo y construyen proyectos y sueños que ese hijo o esa hija deberá cumplir. No hay que olvidar que ellos son personas únicas e irrepetibles, con sus propios proyectos y sueños. Aceptar que no han venido a este mundo a cumplir nuestros propios proyectos o nuestros sueños frustrados nos permitirá establecer un vínculo más saludable con ellos. Si el sexo no fue el deseado, es preciso elaborar el ‘duelo’ rápidamente para lograr una aceptación incondicional de nuestros hijos.
Las fallas que se den en esta etapa pueden traer consecuencias directas en el manejo de la sexualidad. Frustraciones, inseguridades, dependencia, control excesivo; se pueden traducir en actitudes negativas hacia la sexualidad. En los primeros cinco años de vida se asientan las bases para la formación de la identidad y el despertar de las motivaciones que tendrán nuestros hijos a lo largo de sus vidas.

1.- ¿Sexualidad en la infancia?

Durante mucho tiempo se pensó que no era apropiado hablar de sexualidad con los niños —se podría despertar un interés desmedido— y que no había necesidad de hablar de ‘ese’ tema en la infancia. La sexualidad no es un tema para dejarlo para más adelante, para cuando se desarrolle o sea adolescente.
Con sólo tener un infante en casa, sabemos que los niños tienen curiosidad y necesitan saber. Una reacción negativa frente a las preguntas que el niño hace, puede inhibir esta curiosidad. Nuestra reacción y nuestras respuestas a estos interrogantes serán clave para el crecimiento emocional, motivacional, físico e intelectual de nuestros hijos.
Los niños quieren conocer el mundo, su cuerpo, y —naturalmente— aspectos relacionados directamente con la sexualidad. No podemos pensar que la vivencia de la sexualidad es la misma en la infancia que en la adultez. Cuando se enfrentan distintas situaciones que pueden sorprender o asustar a un adulto, pensarlas desde las características propias de la infancia permite entenderlas de otra manera y con otra perspectiva.
En muchos casos, actitudes que pueden ser —desde la mirada del adulto— exhibicionistas, homosexuales o masturbatorias, pueden sorprender a los padres. No necesariamente estas actitudes tienen que ser condenadas. Hay que tener en cuenta que, en la infancia, la curiosidad es una actitud natural, la genitalidad está poco desarrollada, la identidad sexual no está en juego.
En la infancia, “entre las propias especificidades encontramos:
1) genitalidad poco desarrollada (órganos y caracteres sexuales);
2) bajos niveles hormonales, por tanto, pulsión sexual poco vigorosa;
3) placer sexual no específico;
4) la atracción es fundamentalmente afectiva; cuando es ‘sexual’, es muy confusa;
5) la orientación del deseo (hétero, homo o bisexual), si bien se originan las asignaciones y atribuciones, recién se consolidan en la pubertad y adolescencia;
6) la conducta sexual infantil, en especial los juegos sexuales y las conductas de autoexploración y estimulación, se basan en motivaciones propias del infante.
Hay niños que buscan explícitamente el placer sexual, especialmente a través de la masturbación”.4
Frente a estas últimas conductas mencionadas, nuestra respuesta puede lograr revertirlas fácilmente o, por el contrario, colaborar a que se sostengan en el tiempo. Hay niños que se detienen especialmente en las autoexploraciones (masturbación) en busca de gratificación. En estos casos es necesario preguntarse qué está pasando con este niño en particular. Tal vez, sea la única fuente de gratificación que ha encontrado. Si las conductas autoexploratorias no desaparecen será necesaria una consulta con un profesional.
Antes de comenzar a hablar de sexualidad con nuestros hijos (sea cual fuere la etapa que esté atravesando) hay que revisar la actitud que tenemos frente a este tema. Nuestros hijos perciben con mayor claridad nuestra actitud que nuestra palabra. Y cuantos más pequeños, más perceptivos. Por lo tanto, es importante tomar conciencia de estas actitudes y comenzar a trabajarlas lo antes posible para evitar transmitir a nuestros hijos actitudes negativas.
Algunas de las más frecuentes:
·     Miedo.
·     Vergüenza.
·     Rechazo.
·     Actitud Evasiva.
·     Desligarse de eso y/o derivarlo a otro.
Buscar información, hablar el tema en la pareja, encontrar momentos de diálogo: son algunas estrategias inmediatas para concretar. Si las actitudes negativas persisten y se agravan, será conveniente buscar la ayuda de un especialista.
A modo de guía, se plantean algunos interrogantes que pueden servir para pensar cómo responder a las inquietudes que surjan en los más pequeños:
a. ¿Cuándo?
b. ¿Qué?
c. ¿Cómo?
d. ¿Cuánto?

a.  ¿Cuándo?

Desde que nacen, y aún antes, ya comenzamos a hablar de sexualidad con nuestros hijos. ¿Acaso ponerle el nombre no es la base de la constitución de su identidad sexual? Por lo tanto, ya comenzamos a tratarlo como varón o mujer, lo cual influirá en el modo de desarrollar su sexualidad.
Pero, volviendo a la pregunta concreta, es probable que si nuestro hijo comenzó a hablar, empiece a formular preguntas sobre cualquier tema, incluso la sexualidad. Tal vez preguntas indirectas sobre la diferenciación de los sexos, sobre algo que vio en la televisión o alguna palabra que no entendió y que se relaciona con la sexualidad. Por lo tanto, el ‘cuándo’ será iniciado naturalmente por nuestro hijo.
Muchos niños, por iniciativa de los adultos, cuentan chistes o dicen palabras obscenas, para generar risas o situaciones graciosas. En ese caso, es nuestra responsabilidad explicar el significado de esas palabras y desestimar su uso en situaciones sociales.
Es esperable que el niño comience a preguntar sobre temas relacionados con la sexualidad de manera espontánea. Si para los 3 o 4 años no lo hizo, debemos preguntarnos si no tuvimos algo que ver con esa situación o si alguna actitud nuestra no está interfiriendo en la imposibilidad de hablar de ‘eso’.

b. ¿Qué?

Nuestros hijos nos van a sorprender con las propuestas temáticas que, seguramente, irán surgiendo. Es que en la medida en que ellos se den cuenta de que pueden encontrar respuestas en nosotros, seguirán preguntando y profundizando sus interrogantes. A modo de itinerario, se plantean tres grandes temas que tendríamos que hablar con nuestros hijos durante esta etapa:
1. Diferenciación de los sexos.
2. Embarazo y Parto.
3. Concepción.
Generalmente comienzan en ese orden. Dar una respuesta positiva al primer punto facilita la posibilidad de explicar el segundo y la comprensión del tercero. A su vez, nos da tiempo para ir preparando la respuesta que le vamos a dar a los próximos interrogantes.
En algunas ocasiones no siguen preguntando porque encontraron en su imaginación respuestas fantásticas que distan mucho de la realidad. Por lo tanto, será necesario revisar los conceptos que van asimilando nuestros hijos.

c. ¿Cómo?

De una manera clara y concisa. No sirve dar complejas y extensas explicaciones, ya que los niños no van a tener la suficiente atención para seguirnos y, por lo tanto, no llegarán a comprendernos.
Y desde la verdad. Si bien puede resultar más fácil recurrir a algún mito o fantasía, a la larga ésto complicará aún más el desarrollo del tema. Muchos padres hasta recurren a mentiras para salir de ‘esa’ situación incómoda, sin darse cuenta de que le están enseñando, precisamente, a mentir —cuando descubran la mentira, perderemos también su confianza— y, por otro lado, resultará muy difícil asimilar nuevos conceptos, si los primeros son imprecisos o fantasiosos.
Hay que hablar utilizando un lenguaje coloquial y no técnico. En esta etapa no es necesario brindarles información técnica ni mostrarle láminas o imágenes, sino dar una explicación necesaria para que el niño cubra su curiosidad y comprenda, de un modo simple, las respuestas que les brindamos a sus dudas.
Un recurso válido para hablar de los genitales o de cómo se produce la reproducción es a partir de la observación de los animales. Mostrar las similitudes y hablar de las diferencias que hay entre la reproducción animal y la procreación humana suele ser una situación más cómoda tanto para los padres como para los hijos.

d. ¿Cuánto?

Esta cuestión, como las demás, depende de cada hijo. En líneas generales puede decirse hasta que pregunte. Si dejó de preguntar es porque necesita tiempo para procesar la información que obtuvo. Seguramente, más adelante, volverán las preguntas.
No sobrestimularlo con información o imágenes, pero tampoco tener miedo a responder las preguntas que plantee. En todo caso, darle una respuesta sencilla pero que permita retomarla en otro momento.

2.- ¿Qué comunican los medios?

Un aspecto para tener en cuenta es la exposición de nuestros hijos a imágenes y contenidos que puedan recibir por los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión. Tengamos en cuenta que son un grupo etáreo en el que aún no se han constituido las diferencias entre la fantasía y la realidad, entre lo que está bien y lo que está mal, y reciben infinidad de mensajes —explícitos o implícitos— en contra del matrimonio y de la familia, y otros que no concuerdan con nuestros valores.
En muchas ocasiones, nos sorprenden publicidades o programas con contenidos poco apropiados para nuestros hijos. Es un aprendizaje por imitación que, en la mayoría de los casos, es totalmente opuesto a los que nosotros queremos enseñarles y que ameritarán una explicación acorde a nuestros principios e ideas.
A pesar de que no buscamos esas situaciones y de que nos parece negativo para nuestros hijos, no dejemos de aprovechar el momento para hablar de lo que pensamos y sentimos, para fijar nuestra posición sobre determinados contenidos mediáticos. Si nosotros nos comportamos de una manera indiferente o no nos ocupamos de supervisar lo que nuestros hijos reciben, ellos irán incorporando conductas, modelos y hábitos que distan demasiado de aquellos que nosotros queremos inculcarles.
Exigir el cumplimiento del horario de protección al menor es una tarea de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (ex COMFER) pero, si no se cumple, es responsabilidad de los padres hacerla cumplir en el seno del hogar. En reuniones sociales, muchos padres se ‘rasgan las vestiduras’ al criticar escenas de programas con alto rating, pero son los primeros en sentarse frente al televisor al momento de la cena familiar para verlos.
La penetración de los medios de comunicación es muy fuerte (TV, Internet, cine, etc.) y no podemos ser ingenuos pensando que nuestros hijos van a ser inmunes a sus efectos. Ayudar a nuestros hijos a desarrollar un pensamiento crítico le será útil para discernir qué es lo bueno y lo malo, no sólo de los medios de comunicación, sino de todo el entorno social.

3.- Hablemos de Pudor

En tiempos en donde los medios de comunicación masivos invaden la intimidad de las personas es necesario descubrir el valor del pudor. Desde la infancia, es preciso reservar un espacio de intimidad para desarrollar el pudor. Se asocia con la vergüenza y tiene una connotación negativa; pero no se oculta sólo aquello que es malo, también el bien permanece oculto.
Esta intimidad comienza con el propio cuerpo y permite cultivar una intimidad personal. “El pudor es ansia de preservación de lo íntimo y está movido por la necesidad de preservar su pureza, de que el núcleo de la persona no sea manchado. Dicho núcleo debe permanecer intacto, intocado”5.
El cuerpo humano no es impúdico en sí mismo. No hay partes buenas o partes malas. Todo nuestro cuerpo es bueno, pero hay partes que se pueden mostrar y hay otras partes que se reservan para la propia intimidad o para personas determinadas: los padres, los médicos, en situaciones puntuales.
Para propiciar esa intimidad del cuerpo es importante evitar andar desnudo por la casa —ni niños ni adultos—, golpear antes de entrar a una habitación, no compartir el baño con otros, etc. Es importante supervisar el baño de los niños y que aprendan a bañarse solos y que higienicen todas las partes de su cuerpo; pero evitando compartir el baño niños y adultos. Puede suceder en una situación excepcional pero no es prudente hacerlo todos los días.
En cuanto a los abusos sexuales, “la prevención, que debe desarrollarse desde la infancia, ha de acrecentarse, enseñando a cuidarse, a hacerse respetar, a cultivar la propia intimidad”6. Cuando los niños logran desarrollar su intimidad, pueden identificar claramente cuándo está siendo invadida o violada y, si se logró hablar abiertamente de sexualidad, pueden contarles a sus padres actitudes sospechosas. En general, los abusadores son personas del entorno, conocidas por el niño y que, luego de un período de acercamiento, de complicidad y secreto, culminan realizando abusos sexuales.
Diferente situación se presenta cuando la actitud de curiosidad lleva a niños de 3 a 4 años a ver o tocar los genitales de ellos mismos o de compañeritos de la misma edad. Esta situación no tiene que ser condenada por parte de los padres o adultos, pero tampoco propiciarlas. Desestimarlas y proponer otras actividades permite a los niños salir rápidamente de estas conductas.
Cuando una persona no cuida su propia intimidad corporal, resulta difícil cultivar la intimidad personal. Gabriel Marcel plantea: “El pudor es la manifestación de que no me agoto en mis propias manifestaciones”. Somos mucho más de lo que mostramos. El pudor tiene mucho que ver con el dominio de uno mismo, de la propia intimidad, con capacidad de entrega.
No sólo debemos poner el acento en el cuerpo sino en otros aspectos de la intimidad personal. Hay un sinnúmero de situaciones que son privativas de la persona o la familia, y es bueno mantenerlas reservadas. Distinguir aquellas cuestiones que pueden contarse de las que no deben contarse es una tarea para realizar entre padres e hijos desde los primeros años de vida. Los niños tienen que
darse cuenta de que contar intimidades de la familia o de otras personas a extraños no es bueno, por más que resulten graciosas para los demás.
Si podemos consolidar el pudor durante la infancia de nuestros hijos, será una conquista para toda su vida que les permitirá afianzar su personalidad y vivir plenamente su sexualidad.

1 Apuntes de Cátedra Métodos Psicoterapeúticos de la Facultad de Psicología de la UCA, a cargo del Doctor en Psicología Francisco Guarna. 1997.
2 TRENCHI, NATALIA. Educar en tiempos difíciles. Hacer Familia. 2009. Pág. 15.
3BOWLBY, JOHN. Una Base Segura. Buenos Aires. Paidós. 1995. Pág. 40.
4ORLANDO, MARTÍN R. – MADRID, ENCARNACIÓN M. Didáctica de la educación sexual. Un enfoque personalizador de la sexualidad y el amor. Ed. SB. 1993. Pág. 118.

5PITHOD, ABELARDO. El Alma y su cuerpo. Una síntesis psicológica-antropológica. Grupo Editor Latinoamericano. 1994. Pág. 210.

6ORLANDO, MARTÍN R. – MADRID, ENCARNACIÓN M. Didáctica de la educación sexual. Un enfoque personalizador de la sexualidad y el amor. Ed. SB. 1993. Pág. 155.