martes, 29 de septiembre de 2015

Hablemos de las Virtudes

(Extraído del libro: "Sexualidad: ¡Hablemos!")
Por lo expresado hasta el momento, queda en evidencia que de Sexo se habla y mucho. Hay una necesidad impostergable de hablar de Sexualidad. Cabe preguntarnos, ¿alcanza lo que hemos conversado con nuestros hijos para garantizar su formación? Y por otro lado, ¿es suficiente que ellos tengan la información como para que puedan vivir plenamente su sexualidad?
Evidentemente, no. La vivencia de una sexualidad acotada al sexo no es vivir plena ni sanamente la sexualidad. Más de una vez nos encontramos con lo que Zygmunt Bauman describe «homo sexualis» como la construcción de los vínculos humanos a partir de la necesidad de satisfacer el deseo sexual.  “La vida del «homo sexualis» está plagada de angustias. Existe siempre la sospecha de que estamos viviendo en la mentira o el error, de que algo de importancia crucial se nos ha escapado, perdido o traspapelado, de que algo hemos dejado sin explorar o intentar, de que existe una obligación vital para con nuestro yo genuino que no hemos cumplido, o de que alguna posibilidad de felicidad desconocida y completamente diferente de la experimentada hasta el momento se nos ha ido de entre las manos o está a punto de desaparecer para siempre si no hacemos algo al respecto. El «homo sexualis» está condenado a permanecer en la incompletud y la insatisfacción”.[1]
No con alcanza dar información para que nuestros hijos vivan plenamente su sexualidad. Menos aún para que no se contagien del SIDA o no tengan un embarazo no deseado. La mayoría de los jóvenes tienen acceso a esa información -conocen los métodos anticonceptivos o, por lo menos, el preservativo-, y sin embargo, no es suficiente para evitar los casos de contagios de enfermedades de transmisión sexual o los embarazos no deseados.
Recordemos que el preservativo no es 100% seguro para evitar el contagio del HIV, que si bien disminuye el riesgo de contagio, no necesariamente disminuye el riesgo de contraer otras enfermedades de transmisión sexual. Por tener un preservativo la persona no es inmune frente al virus. Por otra parte, muchos adolescentes ni siquiera conocen cómo se utiliza correctamente lo cual aumenta notablemente los riesgos de contagio de enfermedades o de embarazos no deseados.
Las consecuencias están a la vista: el número de portadores de VIH y las enfermedades de transmisión sexual aumenta año tras año. En el caso de los embarazos no deseados, muchas veces, se “elimina el problema” a través de un aborto; en algunos casos, decidido sólo por los jóvenes; en otros, inducidos por los mismos padres. Si a la información no le sumamos formación es muy difícil que esta realidad cambie y somos los padres los primeros formadores de los hijos.
La educación, precisamente, implica la formación y la información. “Educar es introducir en la realidad con amor y con conocimiento. Educar es convertir a alguien en persona. La educación es la base para edificar una trayectoria personal adecuada”.[2] Con las dos acepciones etimológicas de la palabra educar: “educare” como conducir, orientar o guiar, y “educere” como extraer lo mejor de sí de cada persona.
Si nos preguntamos como padres ¿para qué educamos a nuestros hijos? La respuesta unánime será “para que sean felices”. Si algo realmente queremos para nuestros hijos es la felicidad. “La Felicidad es el fin último de todos los actos del hombre”.[3]
Salvo algún caso patológico, la esencia de la educación de los padres es lograr que sus hijos sean felices. Si actuamos mal, no es porque les queremos causar un daño a nuestros hijos, sino, por el contrario, porque creíamos que actuando de esa manera estábamos haciéndoles un bien. Aunque algunas veces nos distraemos brindándoles cosas materiales, en el fondo, es porque creemos que esos “regalos” le van a dar la felicidad, aunque son sólo un medio, y no un fin, para ser felices.
“En la educación, el objetivo indiscutible es la felicidad. Toda educación, si lo es en un sentido pleno, intenta proporcionar al que se educa los medios suficientes para que sea feliz”.[4] En una relación filial sana, el amor del padre hacia el hijo siempre está presente.
¿Qué es el amor? Si pensamos una definición de amor que pudiese definirlo simplemente, pero sin dejar de ser profundo, diríamos con Santo Tomás, que es el “velle bonum” [5], es “querer el bien”.
¿Qué padre no querrá el bien para su hijo? ¿Y por qué queremos el bien para nuestros hijos? Porque sabemos que la Felicidad no la va a encontrar en el mal, por el contrario, se acercará en la medida que se acerque al bien. Es preciso hacerles entender que en el mero placer tampoco encontrarán la Felicidad. “El placer sensible es un fenómeno periférico que se refiere únicamente al «yo» que desea, siente y apetece, mientras que la felicidad es un fenómeno profundo que afecta al «yo» total o global”.[6]
¿Eso significa que el camino será fácil? Seguramente, no. ¿Será siempre placentero? Tampoco. ¿Cómo hacemos para poder orientarnos hacia ese rumbo? Es aquí donde es preciso plantear los valores. “Los valores no se ‘inculcan’ en los niños como si se inyectaran. Más bien, se les dan ejemplos de vida, y los niños sacan provecho de ellos”.[7] Los mismos valores que inculcamos a nuestros hijos para que puedan vivir plenamente su vida son los valores que procuraremos para que puedan vivir plenamente su sexualidad.
“Los valores son criterios con los que contamos ya antes de actuar. Base firme de ideas y creencias positivas que valen por sí mismas”.[8] En la sociedad en que vivimos está de moda hablar de “educar en valores”. Pero, ¿qué se entiende por valor? “Es un grado de utilidad o aptitudes de las cosas, para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar”.[9] Los valores, por lo tanto, se proclaman, son referentes y pautas que orientan el comportamiento humano. ¿Y dónde encontramos esos valores? Precisamente para que se constituya como una “base firme”, y la valoración no esté condicionada por la moda o la cultura es preciso hablar de las virtudes.
Las virtudes morales nos orientan hacia el bien, nos alejan del mal y nos acercan a la felicidad y será el rumbo que les debemos mostrar a nuestros hijos. Precisamente el concepto virtud, proveniente del latín “virtus” y significa fuerza para producir o causar efectos, es decir, hace referencia a la fuerza o energía que orienta a las potencias a obrar para obtener un fin determinado. Santo Tomás afirma que “la virtud es esencialmente un hábito operativo bueno”.[10] Analicemos la definición:
v Hábito: facilidad adquirida por la práctica constante;
v Operativo: conjunto de operaciones orientadas hacia un fin;
v Bueno: constituye al logro de la realización de la persona.
Siguiendo el pensamiento del Aquinate, Pieper plantea: “La virtud es, como dice Santo Tomás, ultimum potentiae, lo máximo a que puede aspirar el hombre, o sea, la realización de las posibilidades humanas en el aspecto natural y sobrenatural”.[11]
Pero el mundo en el que vivimos se encarga de simplificarnos la cuestión: nos propone vivir de una manera fácil, totalmente placentera, “Líquida” –diría Zygmunt Bauman- o “Light”, como describe al hombre Enrique Rojas. Se busca en el placer y en el bienestar la felicidad, pero sólo se encuentra aburrimiento e incertidumbre que lleva a la persona a un vacío existencial.
Como salida a estas sensaciones, se insiste en la búsqueda del placer y del goce inmediato, generando así un círculo vicioso que no tarda en desembocar en la insatisfacción, la depresión y, en algunos casos, el suicidio. El hedonismo está, lamentablemente, instalado en la cultura contemporánea.
 Desde el mundo adulto surge con frecuencia un mensaje que genera una paradoja: “Disfruta la juventud, pero cuídate”. La primera parte de esta frase está asociada a realizar todo aquello que genere placer y evitar lo que suponga esfuerzo y sacrifico. “Disfrutar la juventud” es sinónimo de falta de compromiso y ausencia de responsabilidades; se promueve a realizar una serie de actividades que en otro momento de la vida no serán “lógicas” (diversión constante, alcohol sin límite, sexo “libre”, etc.). Pero se le agrega “cuídate” lo cual implica decir “no te hagas daño” o, peor aún, “no me traigas problemas” (entiéndase por “problemas” embarazo o enfermedades). Para muchos padres “cuidarse” es sinónimo de “usar preservativo”, así lo plantean abiertamente.
Pero los jóvenes no se “cuidan”. No se cuidan ni con el sexo ni con el alcohol. “Cuidarse”, “no es usar o no usar”, no es evitar un embarazo o el SIDA, “cuidarse” es vivir plenamente la vida, es vivir plenamente la sexualidad y, para ello, es necesario el compromiso, el hacerse responsable. “Cuidarse” es saber decir que “sí” o que “no” en pos de algo bueno. Implica, en muchas ocasiones, esfuerzo y sacrificio.
El adolescente se guía por los impulsos y afirma con insistencia “¡yo hago lo que quiero!”. Pero no es así. El adolescente hace lo que “desea” y se deja llevar por lo primero que llega a su mente o por lo que le genera un goce inmediato. No piensa en las consecuencias.
El “hacer lo que quiero” implica la intervención de la inteligencia y de la voluntad –las dos facultades humanas que nos diferencian de los animales-, la inteligencia para discernir lo que es bueno para nosotros (no necesariamente placentero) y la voluntad para poder dirigirnos hacia ese bien y poder alcanzarlo (superando los obstáculos que se presenten).
“Desear es anhelar algo de forma próxima, rápida, con una cierta inmediatez. Querer es pretender una meta más a largo plazo, pero sin la transitoriedad de la anterior, especificando el objetivo, limitando los campos con la firme resolución de llegar a la meta cueste lo que cueste. El querer es profundo y estable. Muchos deseos son juguetes del momento. Casi todo lo que se quiere significa un progreso personal”.[12] El deseo está guiado por el impulso, sin mediatización del pensamiento. Lo que “siente”, lo hace. En el querer el proceso es diferente.
En este mismo sentido San Agustín plantea: “ama et quod vis fac”. “Ama y haz lo que quieras; lo que quieras, no el capricho, no lo que se te ocurra, sino lo que puedas querer, lo que puedes verdaderamente querer (...) No lo que te digan los sentimientos, o el capricho, no, no... lo que puedas realmente querer. Ama y haz lo que quieras. Si lo haces realmente por amor, puedes hacerlo, lo que quieras. Lo que puedas querer realmente, lo que puedas querer amorosamente, por amor. Naturalmente, si se quita el “ama”, se destruye la frase, como es natural. No es haz lo que quieras, el capricho, o lo que te guste, o lo que te convenga; no, no, al contrario”.[13]
Recordemos que el amor es querer el bien, y es en el amor, en esa búsqueda del bien donde podemos hacer lo que queremos. En el deseo la búsqueda está enfocada en la satisfacción y el placer, lo que no implica que necesariamente sea lo bueno.
El estudio de las virtudes nos puede dar un sinnúmero de herramientas para aplicar en la educación de nuestros hijos, que nos permitirán lograr un buen discernimiento, dar a cada uno lo que es suyo, superar los obstáculos que se presenten y lograr manejar los impulsos. Cuando hablamos de todos estos conceptos, aún sin darnos cuenta, estamos hablando de las virtudes morales: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.
Realizando una pequeña síntesis de cada virtud, podemos decir que:
Ø  La Prudencia radica propiamente en el entendimiento, como uso de la razón que nos lleva al bien. La prudencia es una virtud moral e intelectual y le permite a la persona juzgar que es lo que debe hacer y actuar en consecuencia. “Quien ignora cómo son y están verdaderamente las cosas no puede obrar bien, pues el bien es lo que está conforme con la realidad”.[14] No alcanza con la voluntad de querer obrar bien, hay que saber y aprender a hacerlo.
Ø  La Justicia es dar a cada uno lo que le corresponde, es decir, dar a cada uno lo que es suyo. No a todos por igual, sino aquello que es un bien para el otro, y lo que es bueno para uno, no necesariamente será bueno para el otro. La justicia implica siempre relaciones con los demás y nos permiten ordenar la vida social.
Ø  La Fortaleza, su nombre lo indica, es la fuerza que nos permite buscar el bien a pesar de las dificultades. La fortaleza se pone de manifiesto en dos actos:[15] atacar y resistir, enfrentarse con los peligros que se presenten o resistir los obstáculos que puedan surgir en el transcurso de nuestra vida. “En el primer caso, encuentra su campo de actuación la valentía y la audacia, que llevan a enfrentarse con las dificultades con ánimo esforzado; en el segundo, la paciencia y la perseverancia, que hace superar el desaliento ante las limitaciones propias y ajenas y mueve a seguir con firmeza el objetivo propuesto. El acto más propio de la fortaleza no es el atacar sino el resistir”.[16] Muchos padres promueven en sus hijos los primeros y desvalorizan los segundos, ¿no será éste un motivo de tantas frustraciones y fracasos de los jóvenes frente a las contrariedades que se le presentan en la vida?
Ø  La Templanza que implica cierta moderación de los impulsos por el uso de la razón y la voluntad, encauzando los actos humanos hacia el bien. La templanza busca la armonía entre los sentidos y la razón.
Hay una relación entre todas las virtudes, no es posible una sin la ayuda de las otras y la conquista de una virtud permitirá el logro de las demás. Cada virtud necesita de las demás, aunque Santo Tomás de Aquino afirma: “no hay virtud que no participe la prudencia”.[17] A partir de la prudencia, se dan las demás virtudes morales, pero a su vez no puede haber prudencia si no se dan las demás virtudes morales.
Entonces, la manera de ayudar a nuestros hijos a que se acerquen a la felicidad es a través de las virtudes. “La virtud humana es la que hace bueno el acto humano y bueno al hombre mismo”.[18] Esto que muchos padres lo saben y tratan de aplicarlo en la educación de los hijos, en pos de que sean buenas personas, hombres de bien, honestos ciudadanos, no necesariamente lo aplican en relación a la formación de la sexualidad de sus hijos.
Es que si queremos que nuestros hijos vivan plenamente su sexualidad también debemos hablar de las virtudes. “La tiranía de las pasiones despojan al hombre de lo que formalmente le constituye como tal, su racionalidad, para convertirlo en un manojo de fuerzas instintivas”.[19] Para evitarlo debemos educar a nuestros hijos en las virtudes en general y en la templanza en particular para abordar la sexualidad en su integralidad.



[1] YGMUNT BAUMAN, MIRTA. Vida líquida. Ed. Páidos. 2006. Pág. 79.
[2] ROJAS, ENRIQUE. Los lenguajes del deseo. Ed. Planeta. Argentina. 2004. Pág. 15.
[3] ARISTÓTELES. Ética a Nicómaco. Libro I. Capítulo IV. Gredos.1993 Página
[4] ALTAREJOS, FRANCISCO. La Felicidad como Objetivo en la Educación familiar. Instituto de Ciencias para la Familia. Universidad Austral.
[5] TOMÁS de AQUINO. Suma Teológica. Biblioteca de Autores Cristianos. I-II q. 20.
[6] CASTILLO CEBALLOS, GERARDO. Cautivos en la Adolescencia. Oikos-tau. España. 1997. Pág. 22.
[7] DOLTO, FRANÇOISE. La educación en el núcleo familiar. Paidós. Pág. 103
[8] ROJAS, ENRIQUE. Los lenguajes del deseo. Ed. Planeta. Argentina. 2004. Pág. 325.
[9] Diccionario de la Real Academia Española.
[10] TOMÁS de AQUINO. Suma Teológica. Biblioteca de Autores Cristianos. I-II q. 55.
[11] PIEPER, JOSEF. Las virtudes fundamentales. Ed. Rialp. España. 1997. Pág. 15.
[12] ROJAS, ENRIQUE. Los lenguajes del deseo. Ed. Planeta. 2004. Pág. 55.
[13] MARÍAS, JULIÁN. Extracto de la transcripción de la conferencia del curso “Los estilos de la Filosofía”. España. 2000 http://www.hottopos.com/mirand12/jms1agus.htm
[14] PIEPER, JOSEF. Las virtudes fundamentales. Ed. Rialp. España. 1997. Pág. 16.
[15] TOMÁS de AQUINO. Suma Teológica. Ediciones de Autores Cristianos. I-II q. 123.
[16] DEBELJUH, PATRICIA. El desafío de la Ética. Temas. 2003. Pág. 185.
[17] TOMÁS de AQUINO. Suma Teológica. Ediciones de Autores Cristianos. I-II q. 47.
[18] TOMÁS de AQUINO. Suma Teológica. Ediciones de Autores Cristianos. I-II q. 55.
[19] ALVIRA, TOMÁS. Libertad moral y unidad del hombre. EUNSA. Pág. 180.