jueves, 18 de septiembre de 2014

ADOLESCENCIA: ETAPA DE CAMBIOS

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la adolescencia es la etapa de la vida comprendida entre los 10 y los 19 años, la que se inicia con los cambios puberales y se adquieren nuevas habilidades sociales, cognitivas y emocionales. Este proceso se caracteriza por una serie de cambios que se van dando de manera abrupta en los aspectos físicos, psicológicos, sociales y emocionales.
La adolescencia se considera una etapa de tránsito entre la infancia y la madurez. Este paso de la infancia a la edad adulta adquiere carac­terísticas diferenciales, según la época y la cultura en que se desarrolla. No en todas las culturas el ciclo vital de la adolescencia es reconocido como estadio diferenciado. Algunos investigadores consideran que es un invento creado por las sociedades industrializadas, puesto que exigen mayor preparación antes de insertase en el mundo laboral y asumir los roles de adulto.
En los países occidentales, la formación del adolescente para integrarse en la vida adulta se basa en la instrucción escolar. Se valora el rendimiento cognitivo, pero se olvidan otras tareas, como la búsqueda de la identidad o la construcción de una personalidad madura.
El sentido de la adolescencia es dar paso a la madurez. Por ello, el adolescente sufre una serie de transformaciones que afectan prácticamente a todos los aspectos de su per­sonalidad: a su vertiente biológica (cambios corporales), a su estructura intelectual, a su mundo afectivo (el adoles­cente se ve sometido a ‘inestabilidades’ y vaivenes emo­cionales que se expresan en su conducta), a su imagen del mundo y al sentido de la existencia.[1]
Eva Giberti señala que hay una tendencia histórica que dice que adolescencia viene de la palabra adolecer y que los adolescentes son los que adolecen. A raíz de esto, hay toda una lectura del adolescente como sujeto que sufre. Pues bien, parece que aunque todo el mundo lo repite, esto no es así. El término proviene del latín antiguo y está formado por una parte que significaría ‘camino’ y otra parte vinculada con el estar en’. De modo que los adolescentes serían ‘los que están en camino’, los que reciben heridas mientras están en la ruta hacia el ser adulto.
“Entonces, si nos manejamos con la idea tradicional de los que adolecen, somos discriminatorios. Incluso llamarlos ‘los que están en camino’ coloca el ser adulto como meta del sujeto y la meta del sujeto no es ser adulto, es ser sujeto. Ser sujeto en la medida de lo que pueda, de acuerdo con la edad cronológica y los tiempos lógicos y psíquicos que le correspondan”.[2]

1. PERSPECTIVAS SOBRE LA ADOLESCENCIA

La adolescencia está atravesada por distintos contextos históricos, sociales y culturales, lo que genera distintas interpretaciones según los diferentes puntos de vista que se acentúan. Podemos pensar la adolescencia desde una perspectiva biológica, psicológica, jurídica e, incluso, generacional. Cada nueva generación modifica estos contextos, produciendo distintas formas de vivir la adolescencia, con lenguajes, gustos, modas y formas de pensar propias.
Para pensar, la influencia que la cultura y la sociedad ejercen sobre la adolescencia, podemos citar a la antropóloga Margaret Mead, quien realizó estudios sobre la adolescencia en Samoa (1928). En las conclusiones de estos estudios destacó la importancia de los factores culturales en el desarrollo de la adolescencia, ya que en estas sociedades era una etapa placentera de la vida y no se caracterizaba por crisis y tensiones. Los niños de Samoa eran educados de forma responsable y asistían a sucesos fundamentales de la vida, como el nacimiento o la muerte.
Desde la perspectiva constructivista se contempla la adolescencia como un proceso de desarrollo de las propias potencialidades o recursos psicológicos ante las diferen­tes posibilidades presentes en la vida, proceso que debe permitir la consecución de la autonomía personal y social.
Entre las potencialidades que marcan la transición ado­lescente y los cambios y retos que todo adolescente debe afrontar, destacan los siguientes:
Ø  Apropiación de una concepción científica del mundo. Permite el análisis de las variables implicadas en un fenómeno y el dominio del pensamiento hipo­tético, deductivo e inductivo. La adquisición del pensamiento abstracto posibilita trabajar mentalmente con datos hipotéticos o posibles.
Ø  Construir la propia identidad personal: Revisar la imagen (autoconcepto y autoestima) que uno tiene de sí mismo, las expectativas y proyectos futuros. Esto supone la aceptación de las transformaciones físicas de la pubertad y alcanzar la independencia emocional, previa redefinición de la relación familiar.
Ø  Otras facetas que se deben desarrollar son la adquisi­ción de una moral autónoma, basada en reciproci­dad y cooperación, y nuevas relaciones interpersonales y sociales; por ejemplo, el inicio de una relación de pareja y el desempeño de un rol estudiantil o laboral.[3]

2. PUBERTAD

Este concepto esta cercano al concepto de adolescencia, ya que se entiende por pubertad los cambios físicos que la persona va atravesar en esta etapa de la vida. La transformación física del cuerpo y la maduración sexual durante esta etapa marcan el comienzo de la adolescencia o la transición entre la infancia y la vida adulta. En un tiempo breve, los adolescentes experimentan cambios físicos muy acusados: el crecimiento acelerado en peso y altura, el desarrollo de las características sexuales secundarias y la adquisición de la capacidad reproductiva.
La pubertad comienza con secreciones hormonales, que desencadenan un rápido crecimiento, en las mujeres comienza a partir de los 11 años y en los varones a par­tir de los 13. Durante este proceso se desarrollan los caracteres sexuales primarios, maduración de los órganos reproductores, ovarios y testículos, y los carac­teres sexuales secundarios (rasgos no reproductores). En ambos casos aparece el vello pubiano y axilar; en las chicas se produce un aumento de los pechos y las cade­ras y en los chicos aparece el vello facial y la voz más grave.
La pubertad puede determinarse con señales objetivas: en las chicas aparece la menstruación, que indica la madu­ración sexual de la mujer, y en los chicos la aparición del vello púbico y la capacidad de eyaculación. La fecha de la menarquía (primera menstruación) no depende solamente de factores madurativos. Se ha comprobado que, en general, se adelanta en las ciudades y en los países más cálidos, mientras que se retrasa en los países fríos.[2]


3. CAMBIOS PSICOLÓGICOS[1]

La adolescencia es una fase de reafirmación del Yo; el individuo toma conciencia de sí mismo y adquiere mayor control emocional. Los problemas relacionados con el pro­ceso de crecimiento, el desarrollo de los órganos genitales, y las consecuencias derivadas de los caracteres sexuales secundarios hacen del adolescente un ser diferente, ambi­valente a veces, acomplejado y en lucha permanente con su imagen corporal.
En esta etapa se produce un gran afán de independencia y libertad. El adolescente quiere mayor autonomía y busca nuevas experiencias, pierde la confianza básica en la fami­lia, lo que hace que se sienta extraño y angustiado en un mundo con el que no se siente plenamente identificado.
A los padres les cuesta comprender que su hijo ya no es un niño y que para su crecimiento personal necesita mayor autonomía. El adolescente no tiene una actitud de huida, sino de búsqueda. No quiere marcharse de casa, sino vivir en ella de otra manera.
El adolescente, por otra parte, necesita romper el apego materno y liberarse de la imposición autoritaria del padre. Si la madre se empeña en retener afectivamente al hijo/a o el padre intenta imponer su autoridad, con ello impiden la autonomía de sus hijos. Esta situación conflictiva origina que el adolescente tenga un comportamiento susceptible, arrogante y crítico, no sólo con los padres, sino con todas las figuras de autoridad.
Cada adolescente mira a su interior y contempla un mundo psíquico rico en posibilidades. Reconoce la madurez de su pensamiento, conoce su inteligencia práctica y creativa, es consciente de su capacidad de tomar decisiones y de ser responsable de las consecuencias de sus actos y posee una sexualidad que les equipara a los adultos.
A veces, el retraimiento interior se interpreta desde fuera como un excesivo egocentrismo, sobrevaloración personal y disconformidad con quienes le rodean, pero es necesario este proceso para que el adolescente afiance su personalidad y adquiera un pensamiento racional y unos valores acordes con su realidad circundante. Este período introspectivo trae consigo una reorganiza­ción de los sentimientos, mostrando la necesidad de com­partir y solidarizarse con el entorno social, lugar donde él desplegará su forma de ser y estar, para desarrollar una vida lo más coherente posible.
En cuanto al final de la adolescencia es difícil de precisar, porque depen­de de factores psicológicos y sociales (como, por ejemplo, la independencia económica, acceder al mundo laboral o elegir una carrera universitaria). La búsqueda de la identidad es una tarea que comienza en la adolescencia pero que no finaliza al entrar en la adultez, sino que durará toda la vida.




[1] ALONSO GARCÍA Y OTROS. Psicología. Grupo Gappa. Bachillerato


[1] ALONSO GARCÍA Y OTROS. Psicología. Grupo Gappa. Bachillerato
[2] ALONSO GARCÍA Y OTROS. Psicología. Grupo Gappa. Bachillerato




[1] ALONSO GARCÍA Y OTROS. Psicología. Grupo Gappa. Bachillerato
[2] AUTORES VARIOS. Anales de la Educación Común. DGCYE


Capítulo del libro "Manual de los que están en camino. Educación Salud Adolescencia." Germán Debeljuh Ed. GRAM. 2014

jueves, 26 de junio de 2014

¡Como chanchos! (o Estrategias para Padres con hijos adolescentes)

Tener un adolescente en casa puede revolucionar un hogar. Las revoluciones suponen un proceso de cambio que trae aparejado cuestiones positivas y otras no tanto. No siempre es una guerra o lucha de poder. Como padres es preciso que no nos pongamos en esa posición. Tenemos más probabilidades de perder que de ganar.
La mayoría de los adolescentes mantienen una actitud desafiante ante los límites que imponen los padres. Si no se imponen límites, los adolescentes sostienen una actitud aún más desafiante en busca de esos límites que a muchos padres les cuesta poner. Nuestra tarea como educadores es la de marcar ciertas pautas, los deberes y obligaciones que tienen nuestros hijos sin que ello implique declarar una “guerra”.
Para muchos padres no es fácil elaborar el proceso de crecimiento de los hijos adolescentes, que por un lado, ya no son niños que necesitan ser guiados constantemente, pero todavía no están lo suficientemente maduros para asumir sus propias decisiones. El punto de equilibrio entre acompañarlos y no agobiarlos, o darles libertad sin dejarlos a la deriva no es fácil.
Pensando en una analogía que permita reflexionar en esta compleja función paterna, viene a mi mente una imagen muy campera que puede resultar útil como estrategia para manejar diferentes situaciones con los hijos adolescentes.
Los chacareros que viven en el campo es muy frecuente que tengan, en un sector no muy cercano a la casa, un chiquero para criar algunos cerdos. En muchos casos, no es la principal actividad que realizan sino que es complementaria a otras actividades agropecuarias. Sabido es que los chiqueros no se caracterizan por ser lugares limpios. Así lo afirma el dicho popular: “Chanco limpio, nunca engorda”.
Si alguien que no es muy avezado en el manejo de estos animales quiere sacar a un chancho del chiquero puede recurrir a un lazo, abrir la tranquera del chiquero, enlazar al chancho e intentar sacarlo por la puerta. En cuanto el animal sienta la presión del lazo en su cuello y la fuerza que lo lleve en sentido a la puerta, lo más probable es que clave sus pesuñas en el barro y comience a hacer fuerza en el sentido contrario. Conclusión, la persona no puede sacar al chancho del chiquero y corre el riesgo de quedar tendido en el barro a causa de la fuerza del animal.
Por el contrario, el hombre de campo, si quiere sacar al chancho del chiquero lo que va a hacer es: abrir la puerta del chiquero, rodear al animal colocándose detrás de él, y tirar la cola en sentido contrario a donde quiere que vaya el chancho, y el animal se dirigirá hacia la salida. En muchos casos, ni entra al chiquero, desde afuera indica el camino, se corre de la puerta y hace algunas señales para el animal vaya por donde él quiere pero desde atrás.
Esta escena campestre nos invita a pensar cuántas veces insistimos con nuestros hijos el camino que ellos tienen que hacer. Le decimos cuál es el camino, cómo y cuándo tienen que hacer ese recorrido y logramos, paradójicamente, que ellos vayan en sentido contrario.
Si pensamos en esta analogía, es preciso mantener nuestro lugar como padres, sostener los límites que nuestros hijos necesitan, como el alambrado del “chiquero”, para luego abrir la puerta e indicar el camino de salida pero, sin dejar de estar presentes, corrernos de la puerta y acompañar desde atrás este proceso de crecimiento. Ellos puedan encontrar la salida y asumir la responsabilidad que la libertad implica.
Es preciso que nos mantengamos presentes, que alentemos a nuestros hijos en la importancia de que elijan el camino para salir del “chiquero”, conservando cierta paciencia para acompañarlos en este proceso de búsqueda que la adolescencia les propone.

Insistir, interrogar, intimidar, mucho menos gritar, discutir o pelear, nos va a dar buenos resultados, más aún, seguramente logrará que todos terminemos en el “chiquero”. Dialogar, confiar, escuchar y mucho más acompañar, estando presente efectiva y afectivamente, permitirá que todos salgamos fortalecidos de la experiencia de tener un adolescente en casa. 

jueves, 27 de marzo de 2014

¿Qué hace DIOS?

Frente a la plaza de un pueblo, vivía José, hombre duro y antipático que, desde que se levantaba hasta que se acostaba, no dejaba de maldecir a Dios y lo hacía el único responsable de todos los males de este mundo. Su vida era rutinaria y vacía de sentido. A pesar de tener un buen pasar, protestaba todo el día y siempre estaba de malhumor.  
Cierto día, se sentó cómodamente en un sillón en la puerta de su casa y mientras se disponía a tomar unos mates, observa que en un banco de la plaza, un hombre estaba leyendo el diario. No era novedad que las personas leyeran el diario en ese lugar, lo que sí le sorprendió fue que al momento de levantarse del banco, se le cae la billetera. El pobre hombre no se dio cuenta y se fue caminado con el diario bajo el brazo.
Mientras el hombre se retiraba de la plaza, José no le dijo nada pero comenzó a protestar y a cuestionarle a Dios: -“¿Cómo podes permitir que este pobre hombre pierda su billetera? Tal vez, ahí tenía todo su dinero, que injusticia…¡DIOS!...¿POR QUÉ?”. Y siguió el planteo con varios insultos.
Continuo tomando mate, cuando observa que un segundo hombre se sienta en el mismo banco. Con actitud pensativa, observa a su alrededor. Después de unos minutos descubre con asombro la billetera extraviada. La recoge, mira hacia todos lados, no había otras personas en la plaza a quien preguntar, decide guardar en su bolsillo la billetera y sale caminando despacio y tranquilo.
La indignación de José crece exponencialmente. Los insultos a Dios, también. No puede creer lo que acaba de suceder. Dios no sólo permitió que el primero pierda su dinero, sino que se convirtió en cómplice para que el segundo se lleve la billetera sin ningún escrúpulo. ¿Cómo podía suceder semejante injusticia? ¿Cómo Dios no hacía nada frente a esta situación?
Al cabo de unos minutos, un tercer hombre se sienta en el mismo banco dispuesto a leer un libro que traía en un pequeño bolso. En ese momento, aparece en escena el primer hombre que había extraviado su dinero. Comienza un diálogo acalorado, en el cual el primero aseguraba que ahí había perdido su billetera y el tercer hombre desconocía de qué estaba hablando. El diálogo se trasforma en discusión, acusando que había ocultado la billetera en el bolso el primer hombre comienza un forcejeo para ver su contenido. El tercer hombre se resiste, creé que está siendo víctima de un asalto y comienza una pelea.
En un trágico momento, el primer hombre empuja al tercero, el cual cae golpeando su cabeza sobre el banco y muere desnucado. Ante esta situación, el primer hombre huye de la plaza desconcertado y aturdido.
Testigo de toda la escena, José se quedo paralizado y atónito. Lo primero que hace es volver a insultar a Dios, blasfemias de todo tipo salen de su boca, reclama la presencia de la justicia divina y pregunta a viva voz, donde está la misericordia de Dios. Y parece que Dios, que siempre escucha al hombre, se hizo presente, y comenzó el siguiente diálogo:
Dios: -“¿Se puede saber cuál es la razón de tus insultos y reclamos?
José: -“¿Todavía tiene el tupe de preguntarme? ¿Acaso no sabes lo que acaba de suceder en la plaza? ¿Acaso no los sabes TODO y eres TODO PODEROSO? ¿Dónde está tu misericordia y tu amor que permitiste que un hombre inocente muera, que otro no sólo pierda su dinero sino que se haya cometido en un homicidio, mientras que otro hombre goza de dinero que no fue ganado con el sudor de su frente? ¿Qué hiciste ante toda esta situación? ¿Acaso no podías haber evitado que esto suceda? ¿Se puede saber qué hiciste?”
Dios: -“Sí, te puse a vos en ese lugar. Y vos no hiciste nada. No te das cuenta que si vos hubieses hecho algo, nada de esto hubiese sucedido. Si cuando viste que al primer hombre se le cayó la billetera, le hubieses avisado, no hubiese perdido su dinero y nada habría pasado. Y te di otra oportunidad cuando el segundo hombre encontró la billetera. Si hubieses intervenido impidiendo que se la llevara injustamente, nada habría pasado. Más aún, te di una tercera oportunidad, cuando comenzó el diálogo entre el primer y el tercer hombre. Si hubiese contado lo que simplemente viste, no tendríamos este trágico final. Justamente, te puse a vos para que hagas algo por los demás, para que puedas hacer de este mundo un lugar más justo, donde reine la Paz y el Amor. El que no hizo nada fuiste vos.”
En ese momento, comenzó a sentir un calor cada vez más intenso en su pecho. No era ni angustia ni culpa, era el agua caliente del termo que se comenzó a derramarse y de un sobresalto se despertó sin entender nada. Miró a la plaza. El hombre estaba leyendo tranquilamente su diario, el mate estaba sin empezar, y descubre que todo había sido un sueño. Pero nada fue igual a partir de ese momento.
La familia y los vecinos se siguen preguntando que paso ese día, José dejo de insultar a Dios, dejó de preguntarse qué tendría que hacer Dios y comenzó a preguntarse qué podía hacer él. Cambio su actitud en el trabajo, en su barrio, en su casa. Se trasformó en una persona solidaria, que contagiaba alegría y su vida comenzó a tener sentido. De esta manera descubrió que la felicidad es posible.
Dios quiere que el hombre sea FELIZ, ¿qué podes hacer vos para lograrlo?

martes, 26 de noviembre de 2013

Solidaridad camino a la Felicidad

 Nota publicada en el Semanario El Tiempo, de Pergamino. 
Entrevistamos a Germán Debeljuh, Licenciado en Psicología y Orientador Familiar, quien nos comenta sobre el tema: “Cada uno de nosotros aspira a ser feliz, no hay dudas de esta afirmación. Hacemos muchas cosas, pero no siempre la alcanzamos. Nos proponemos diferentes objetivos para ‘sentir’ esa felicidad. Estos objetivos surgen de distintas necesidad humanas que tienen que ser cubiertas, necesidades biológicas, psicológicas, sociales, espirituales…
De estas necesidades, cubrir las biológicas no nos hace más humanos. Satisfacer nuestro apetito, nuestra sed, tener una vivienda digna o aspirar a un auto, no nos hace mejores personas. El ‘tener’ cosas buenas no nos garantiza ser ‘ser’ buenos. Estamos llamados a mucho más que a centrarnos sobre nuestro propio ego y esperar que el mundo gire en torno nuestro.
En este sentido, abrirnos a la posibilidad de ver las necesidades de los demás, despierta el valor de la solidaridad. Pero para que sea precisamente un valor, no se puede basar en la lástima, sino en el amor de ayudar a otros de la manera que es posible para nosotros.
Cuando uno se encuentra con otra persona que nos necesita, y pone en juego la solidaridad, todos salen ganando. Tanto el que da como el que recibe. La solidaridad nos permite superar los momentos de dificultad juntos. Y ese sentido de superación provee de recursos tanto al que da como al que recibe, para esta situación como para futuras.
La solidaridad desarrolla la capacidad de empatía con los demás, y nos permite entablar mejores vínculos interpersonales con las personas de nuestro entorno. No hace falta viajar a África ni recorrer miles de kilómetros. Debemos comenzar por mejorar nuestro ‘metro cuadrado’. El que nos toca vivir y procurar hacer felices a la gente que tenemos cerca en cada ámbito en el que nos movemos. Hacer feliz a los demás, nos hace más feliz a nosotros mismo. Sin duda, la Solidaridad es un camino hacia nuestra propia Felicidad.”
Como vimos la solidaridad se entiende como la ayuda, el apoyo, la fraternidad y la empatía hacia quien sufre un problema o se encuentra en una situación desafortunada, o hacia quien promueve una causa valiosa. Es solidario quien hace suyas las situaciones, las necesidades y las acciones de los demás.
La solidaridad se refleja entonces en un compromiso con el otro, con su dignidad, su libertad y su bienestar, especialmente por lo que respecta a los más necesitados. Los grupos solidarios han logrado conservar la capacidad de indignación ante las injusticias y están listos para combatirlas.
El valor de la SOLIDARIDAD les dispone el ánimo para actuar siempre con sentido de comunidad. La persona y los grupos solidarios saben muy bien que su paso por el mundo constituye una experiencia comunitaria y que, por tanto, las necesidades dificultades y sufrimientos de las demás no le pueden ser ajenos jamás. Estos grupos solidarios cuentan con el apoyo de nuestra ciudad, que hoy más que nunca debe seguir apoyándolos para que continúen con esta heroica tarea de hacer el bien a los demás.
Los ranchos, las caras, las necesidades, y el olvido se repiten en los distintos puntos a donde llegan estos grupos solidarios de Nuestra Gente de Pergamino que busca que esta “pobreza olvidada” sea menos olvidada.
Lisandro Raimundo

jueves, 19 de septiembre de 2013

Hablemos de Sexualidad en la Infancia

La infancia es la etapa de la vida en la que se construyen los cimientos, también los relacionados con la sexualidad. Para que nuestros hijos vivan plenamente su vida y puedan integrar la sexualidad a ella, será bueno brindar un ámbito de confianza ya en la infancia, donde podamos ayudarlos escuchando y respondiendo sus dudas. La comunicación será clave, no sólo para el desarrollo de la sexualidad, sino también para la consolidación de un vínculo padre-hijo que permita el despliegue de todas las potencialidades de nuestros hijos.
¿Pero, a qué nos referimos con el concepto de vínculo? Francisco Guarna lo define de esta manera: “Vínculo es un modo especial de contacto que tiene las características de alta significación y suficiente permanencia”1. A través de él, se producen modificaciones significativas y suficientemente permanentes en el yo. La función más importante de un vínculo significativo es ‘sacar lo mejor de sí’.
Así, un vínculo sano está centrado en el amor y permite el desarrollo pleno de cada persona, o sea, desplegar al máximo sus propias potencialidades. Un vínculo paterno-filial fuerte es la mejor fuente para una medicina y psicología preventiva. Si el vínculo está signado por la ansiedad, generará angustia y más ansiedad. Si el vínculo está dominado por el control, generará inseguridad y miedo. Y, a su vez, un vínculo disfuncional generará conductas patológicas.
Desde los primeros años de vida, es necesaria la satisfacción de las necesidades del bebé, pero también es bueno dejar un espacio para la frustración, que le permita desarrollar un grado de tolerancia. No somos perfectos y, por tanto, puede pasar que en el establecimiento de los vínculos se cometan errores, pero siempre existe la posibilidad de reparar esos errores, los propios y los ajenos, y restablecer vínculos significativos.
“La fortaleza emocional ni nace con nosotros, ni depende de la instrucción, ni del dinero, ni de la raza, clase social o religión. La fortaleza emocional se adquiere, se va aprendiendo desde etapas muy precoces de aquello que el niño recibe de su entorno. En él, las figuras preponderantes son, por cierto, los padres”.2
Estas figuras deberán cumplir con las funciones parentales. Por un lado, una función nutricia, brindando alimento, cuidado, abrigo, pero, a su vez, contención y afecto. Por otro lado, una función normativa, en donde se comenzará a instalar el NO, las normas y los límites. Estas dos funciones, es preciso que la ejerzan el padre y la madre, en mayor o menor medida, pero ambos tienen que ser nutricios y normativos. El ejercicio de estas funciones parentales requiere consenso, compromiso y coherencia de los padres.
Generalmente, la madre tiene una tendencia natural a ser más nutricia y el padre más normativo pero no tiene que ser exclusivo sino complementario. El padre tiene la tarea de contención y afecto no sólo del bebé sino también de su esposa, que en los primeros meses de vida del hijo demandará constantemente de él. La madre tiene que ser sostenida por el padre —o alguien que la ayude— por el propio agotamiento físico y por sus propias necesidades afectivas.
El logro de estas funciones parentales permitirá alcanzar lo que Bowlby denominó apego: “La conducta de apego es cualquier forma de conducta que tiene como resultado el logro o la conservación de la proximidad con otro individuo claramente identificado al que se considera mejor capacitado para enfrentarse al mundo (…) Saber que la figura de apego es accesible y sensible le da a la persona un fuerte y penetrante sentimiento de seguridad y la alienta a valorar y continuar la relación. Si bien la conducta de apego es muy obvia en la primera infancia, puede observarse a lo largo del ciclo de la vida”.3
Si las funciones parentales no se cumplen, o bien, una se cumple muy por encima de la otra, provocarán consecuencias importantes en los hijos. Incluso se pueden generar cuadros psicopatológicos severos. A partir del apego, se logra una base segura en donde el niño puede desplegar todas potencialidades bio-psico-sociales y espirituales. A medida que crece, es capaz de lograr una buena autoestima, preguntarse por el sentido de su existencia y realizar de forma responsable su proyecto vital.
Una base segura brinda la posibilidad al niño y, más adelante, al adolescente, de salir al mundo, explorarlo y regresar con sus padres contando con la seguridad de que van a ser bien recibidos. Encontrarán tranquilidad si están asustados; contención emocional si están afligidos; alivio y cariño si necesitan ser reconfortados física y afectivamente.
Desde el comienzo del libro estamos planteando la necesidad de ampliar nuestra visión frente a la sexualidad. Por lo tanto, es importante descubrir la necesidad de lograr una base segura, de ayudar a nuestros hijos a desarrollar su autoestima y a manejar sus impulsos —traducidos en berrinches—, de poner límites, y de brindarle nuestro afecto de manera explícita: palabras cariñosas y caricias. Todo esto será valioso para la formación de su personalidad y la vivencia plena de la sexualidad.
Hay padres que generan una gran expectativa en relación al sexo que tendrá su hijo y construyen proyectos y sueños que ese hijo o esa hija deberá cumplir. No hay que olvidar que ellos son personas únicas e irrepetibles, con sus propios proyectos y sueños. Aceptar que no han venido a este mundo a cumplir nuestros propios proyectos o nuestros sueños frustrados nos permitirá establecer un vínculo más saludable con ellos. Si el sexo no fue el deseado, es preciso elaborar el ‘duelo’ rápidamente para lograr una aceptación incondicional de nuestros hijos.
Las fallas que se den en esta etapa pueden traer consecuencias directas en el manejo de la sexualidad. Frustraciones, inseguridades, dependencia, control excesivo; se pueden traducir en actitudes negativas hacia la sexualidad. En los primeros cinco años de vida se asientan las bases para la formación de la identidad y el despertar de las motivaciones que tendrán nuestros hijos a lo largo de sus vidas.

1.- ¿Sexualidad en la infancia?

Durante mucho tiempo se pensó que no era apropiado hablar de sexualidad con los niños —se podría despertar un interés desmedido— y que no había necesidad de hablar de ‘ese’ tema en la infancia. La sexualidad no es un tema para dejarlo para más adelante, para cuando se desarrolle o sea adolescente.
Con sólo tener un infante en casa, sabemos que los niños tienen curiosidad y necesitan saber. Una reacción negativa frente a las preguntas que el niño hace, puede inhibir esta curiosidad. Nuestra reacción y nuestras respuestas a estos interrogantes serán clave para el crecimiento emocional, motivacional, físico e intelectual de nuestros hijos.
Los niños quieren conocer el mundo, su cuerpo, y —naturalmente— aspectos relacionados directamente con la sexualidad. No podemos pensar que la vivencia de la sexualidad es la misma en la infancia que en la adultez. Cuando se enfrentan distintas situaciones que pueden sorprender o asustar a un adulto, pensarlas desde las características propias de la infancia permite entenderlas de otra manera y con otra perspectiva.
En muchos casos, actitudes que pueden ser —desde la mirada del adulto— exhibicionistas, homosexuales o masturbatorias, pueden sorprender a los padres. No necesariamente estas actitudes tienen que ser condenadas. Hay que tener en cuenta que, en la infancia, la curiosidad es una actitud natural, la genitalidad está poco desarrollada, la identidad sexual no está en juego.
En la infancia, “entre las propias especificidades encontramos:
1) genitalidad poco desarrollada (órganos y caracteres sexuales);
2) bajos niveles hormonales, por tanto, pulsión sexual poco vigorosa;
3) placer sexual no específico;
4) la atracción es fundamentalmente afectiva; cuando es ‘sexual’, es muy confusa;
5) la orientación del deseo (hétero, homo o bisexual), si bien se originan las asignaciones y atribuciones, recién se consolidan en la pubertad y adolescencia;
6) la conducta sexual infantil, en especial los juegos sexuales y las conductas de autoexploración y estimulación, se basan en motivaciones propias del infante.
Hay niños que buscan explícitamente el placer sexual, especialmente a través de la masturbación”.4
Frente a estas últimas conductas mencionadas, nuestra respuesta puede lograr revertirlas fácilmente o, por el contrario, colaborar a que se sostengan en el tiempo. Hay niños que se detienen especialmente en las autoexploraciones (masturbación) en busca de gratificación. En estos casos es necesario preguntarse qué está pasando con este niño en particular. Tal vez, sea la única fuente de gratificación que ha encontrado. Si las conductas autoexploratorias no desaparecen será necesaria una consulta con un profesional.
Antes de comenzar a hablar de sexualidad con nuestros hijos (sea cual fuere la etapa que esté atravesando) hay que revisar la actitud que tenemos frente a este tema. Nuestros hijos perciben con mayor claridad nuestra actitud que nuestra palabra. Y cuantos más pequeños, más perceptivos. Por lo tanto, es importante tomar conciencia de estas actitudes y comenzar a trabajarlas lo antes posible para evitar transmitir a nuestros hijos actitudes negativas.
Algunas de las más frecuentes:
·     Miedo.
·     Vergüenza.
·     Rechazo.
·     Actitud Evasiva.
·     Desligarse de eso y/o derivarlo a otro.
Buscar información, hablar el tema en la pareja, encontrar momentos de diálogo: son algunas estrategias inmediatas para concretar. Si las actitudes negativas persisten y se agravan, será conveniente buscar la ayuda de un especialista.
A modo de guía, se plantean algunos interrogantes que pueden servir para pensar cómo responder a las inquietudes que surjan en los más pequeños:
a. ¿Cuándo?
b. ¿Qué?
c. ¿Cómo?
d. ¿Cuánto?

a.  ¿Cuándo?

Desde que nacen, y aún antes, ya comenzamos a hablar de sexualidad con nuestros hijos. ¿Acaso ponerle el nombre no es la base de la constitución de su identidad sexual? Por lo tanto, ya comenzamos a tratarlo como varón o mujer, lo cual influirá en el modo de desarrollar su sexualidad.
Pero, volviendo a la pregunta concreta, es probable que si nuestro hijo comenzó a hablar, empiece a formular preguntas sobre cualquier tema, incluso la sexualidad. Tal vez preguntas indirectas sobre la diferenciación de los sexos, sobre algo que vio en la televisión o alguna palabra que no entendió y que se relaciona con la sexualidad. Por lo tanto, el ‘cuándo’ será iniciado naturalmente por nuestro hijo.
Muchos niños, por iniciativa de los adultos, cuentan chistes o dicen palabras obscenas, para generar risas o situaciones graciosas. En ese caso, es nuestra responsabilidad explicar el significado de esas palabras y desestimar su uso en situaciones sociales.
Es esperable que el niño comience a preguntar sobre temas relacionados con la sexualidad de manera espontánea. Si para los 3 o 4 años no lo hizo, debemos preguntarnos si no tuvimos algo que ver con esa situación o si alguna actitud nuestra no está interfiriendo en la imposibilidad de hablar de ‘eso’.

b. ¿Qué?

Nuestros hijos nos van a sorprender con las propuestas temáticas que, seguramente, irán surgiendo. Es que en la medida en que ellos se den cuenta de que pueden encontrar respuestas en nosotros, seguirán preguntando y profundizando sus interrogantes. A modo de itinerario, se plantean tres grandes temas que tendríamos que hablar con nuestros hijos durante esta etapa:
1. Diferenciación de los sexos.
2. Embarazo y Parto.
3. Concepción.
Generalmente comienzan en ese orden. Dar una respuesta positiva al primer punto facilita la posibilidad de explicar el segundo y la comprensión del tercero. A su vez, nos da tiempo para ir preparando la respuesta que le vamos a dar a los próximos interrogantes.
En algunas ocasiones no siguen preguntando porque encontraron en su imaginación respuestas fantásticas que distan mucho de la realidad. Por lo tanto, será necesario revisar los conceptos que van asimilando nuestros hijos.

c. ¿Cómo?

De una manera clara y concisa. No sirve dar complejas y extensas explicaciones, ya que los niños no van a tener la suficiente atención para seguirnos y, por lo tanto, no llegarán a comprendernos.
Y desde la verdad. Si bien puede resultar más fácil recurrir a algún mito o fantasía, a la larga ésto complicará aún más el desarrollo del tema. Muchos padres hasta recurren a mentiras para salir de ‘esa’ situación incómoda, sin darse cuenta de que le están enseñando, precisamente, a mentir —cuando descubran la mentira, perderemos también su confianza— y, por otro lado, resultará muy difícil asimilar nuevos conceptos, si los primeros son imprecisos o fantasiosos.
Hay que hablar utilizando un lenguaje coloquial y no técnico. En esta etapa no es necesario brindarles información técnica ni mostrarle láminas o imágenes, sino dar una explicación necesaria para que el niño cubra su curiosidad y comprenda, de un modo simple, las respuestas que les brindamos a sus dudas.
Un recurso válido para hablar de los genitales o de cómo se produce la reproducción es a partir de la observación de los animales. Mostrar las similitudes y hablar de las diferencias que hay entre la reproducción animal y la procreación humana suele ser una situación más cómoda tanto para los padres como para los hijos.

d. ¿Cuánto?

Esta cuestión, como las demás, depende de cada hijo. En líneas generales puede decirse hasta que pregunte. Si dejó de preguntar es porque necesita tiempo para procesar la información que obtuvo. Seguramente, más adelante, volverán las preguntas.
No sobrestimularlo con información o imágenes, pero tampoco tener miedo a responder las preguntas que plantee. En todo caso, darle una respuesta sencilla pero que permita retomarla en otro momento.

2.- ¿Qué comunican los medios?

Un aspecto para tener en cuenta es la exposición de nuestros hijos a imágenes y contenidos que puedan recibir por los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión. Tengamos en cuenta que son un grupo etáreo en el que aún no se han constituido las diferencias entre la fantasía y la realidad, entre lo que está bien y lo que está mal, y reciben infinidad de mensajes —explícitos o implícitos— en contra del matrimonio y de la familia, y otros que no concuerdan con nuestros valores.
En muchas ocasiones, nos sorprenden publicidades o programas con contenidos poco apropiados para nuestros hijos. Es un aprendizaje por imitación que, en la mayoría de los casos, es totalmente opuesto a los que nosotros queremos enseñarles y que ameritarán una explicación acorde a nuestros principios e ideas.
A pesar de que no buscamos esas situaciones y de que nos parece negativo para nuestros hijos, no dejemos de aprovechar el momento para hablar de lo que pensamos y sentimos, para fijar nuestra posición sobre determinados contenidos mediáticos. Si nosotros nos comportamos de una manera indiferente o no nos ocupamos de supervisar lo que nuestros hijos reciben, ellos irán incorporando conductas, modelos y hábitos que distan demasiado de aquellos que nosotros queremos inculcarles.
Exigir el cumplimiento del horario de protección al menor es una tarea de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (ex COMFER) pero, si no se cumple, es responsabilidad de los padres hacerla cumplir en el seno del hogar. En reuniones sociales, muchos padres se ‘rasgan las vestiduras’ al criticar escenas de programas con alto rating, pero son los primeros en sentarse frente al televisor al momento de la cena familiar para verlos.
La penetración de los medios de comunicación es muy fuerte (TV, Internet, cine, etc.) y no podemos ser ingenuos pensando que nuestros hijos van a ser inmunes a sus efectos. Ayudar a nuestros hijos a desarrollar un pensamiento crítico le será útil para discernir qué es lo bueno y lo malo, no sólo de los medios de comunicación, sino de todo el entorno social.

3.- Hablemos de Pudor

En tiempos en donde los medios de comunicación masivos invaden la intimidad de las personas es necesario descubrir el valor del pudor. Desde la infancia, es preciso reservar un espacio de intimidad para desarrollar el pudor. Se asocia con la vergüenza y tiene una connotación negativa; pero no se oculta sólo aquello que es malo, también el bien permanece oculto.
Esta intimidad comienza con el propio cuerpo y permite cultivar una intimidad personal. “El pudor es ansia de preservación de lo íntimo y está movido por la necesidad de preservar su pureza, de que el núcleo de la persona no sea manchado. Dicho núcleo debe permanecer intacto, intocado”5.
El cuerpo humano no es impúdico en sí mismo. No hay partes buenas o partes malas. Todo nuestro cuerpo es bueno, pero hay partes que se pueden mostrar y hay otras partes que se reservan para la propia intimidad o para personas determinadas: los padres, los médicos, en situaciones puntuales.
Para propiciar esa intimidad del cuerpo es importante evitar andar desnudo por la casa —ni niños ni adultos—, golpear antes de entrar a una habitación, no compartir el baño con otros, etc. Es importante supervisar el baño de los niños y que aprendan a bañarse solos y que higienicen todas las partes de su cuerpo; pero evitando compartir el baño niños y adultos. Puede suceder en una situación excepcional pero no es prudente hacerlo todos los días.
En cuanto a los abusos sexuales, “la prevención, que debe desarrollarse desde la infancia, ha de acrecentarse, enseñando a cuidarse, a hacerse respetar, a cultivar la propia intimidad”6. Cuando los niños logran desarrollar su intimidad, pueden identificar claramente cuándo está siendo invadida o violada y, si se logró hablar abiertamente de sexualidad, pueden contarles a sus padres actitudes sospechosas. En general, los abusadores son personas del entorno, conocidas por el niño y que, luego de un período de acercamiento, de complicidad y secreto, culminan realizando abusos sexuales.
Diferente situación se presenta cuando la actitud de curiosidad lleva a niños de 3 a 4 años a ver o tocar los genitales de ellos mismos o de compañeritos de la misma edad. Esta situación no tiene que ser condenada por parte de los padres o adultos, pero tampoco propiciarlas. Desestimarlas y proponer otras actividades permite a los niños salir rápidamente de estas conductas.
Cuando una persona no cuida su propia intimidad corporal, resulta difícil cultivar la intimidad personal. Gabriel Marcel plantea: “El pudor es la manifestación de que no me agoto en mis propias manifestaciones”. Somos mucho más de lo que mostramos. El pudor tiene mucho que ver con el dominio de uno mismo, de la propia intimidad, con capacidad de entrega.
No sólo debemos poner el acento en el cuerpo sino en otros aspectos de la intimidad personal. Hay un sinnúmero de situaciones que son privativas de la persona o la familia, y es bueno mantenerlas reservadas. Distinguir aquellas cuestiones que pueden contarse de las que no deben contarse es una tarea para realizar entre padres e hijos desde los primeros años de vida. Los niños tienen que
darse cuenta de que contar intimidades de la familia o de otras personas a extraños no es bueno, por más que resulten graciosas para los demás.
Si podemos consolidar el pudor durante la infancia de nuestros hijos, será una conquista para toda su vida que les permitirá afianzar su personalidad y vivir plenamente su sexualidad.

1 Apuntes de Cátedra Métodos Psicoterapeúticos de la Facultad de Psicología de la UCA, a cargo del Doctor en Psicología Francisco Guarna. 1997.
2 TRENCHI, NATALIA. Educar en tiempos difíciles. Hacer Familia. 2009. Pág. 15.
3BOWLBY, JOHN. Una Base Segura. Buenos Aires. Paidós. 1995. Pág. 40.
4ORLANDO, MARTÍN R. – MADRID, ENCARNACIÓN M. Didáctica de la educación sexual. Un enfoque personalizador de la sexualidad y el amor. Ed. SB. 1993. Pág. 118.

5PITHOD, ABELARDO. El Alma y su cuerpo. Una síntesis psicológica-antropológica. Grupo Editor Latinoamericano. 1994. Pág. 210.

6ORLANDO, MARTÍN R. – MADRID, ENCARNACIÓN M. Didáctica de la educación sexual. Un enfoque personalizador de la sexualidad y el amor. Ed. SB. 1993. Pág. 155.


martes, 20 de agosto de 2013

Etapas en la resolución de problemas

Solucionar problemas es una manifestación importante del pensamiento humano. Entrenando esta habilidad se facilita a las personas nuevas formas de pensar, sentir y valorar. Los problemas surgen cuando las personas no ven inme­diatamente cómo ir desde donde están (estado inicial) adonde quieren estar (estado final). La resolución de pro­blemas es un proceso cognitivo dirigido a transformar una situación no deseada en una situación deseada cuando no existe un método claro de solución.
Un problema es una desviación entre el objetivo y el comportamiento, desviación que transforma la situación presente en insatisfactoria. Por eso buscamos una solución ante una tarea que presenta alguna dificultad.
En la vida cotidiana nos encontramos no con un problema, sino con varios, y comúnmente varios al mismo tiempo. Por lo tanto, se nos complican las posibilidades de encontrar alternativas de solución para nuestros conflictos al pensar como poder resolverlos.
Podemos sintetizar los pasos a seguir para la resolución de un problema, a través de una palabra nemotécnica: PODER[1].
P: Problema
O: Opciones
D: Decisión
E: Ejecución
R: Revisión
·  Problema: Definir e Identificar el problema. Es importante identificar un problema, definirlo y representarlo con sus características principa­les, y comenzar a pensar en un problema a la vez. Comúnmente, los problemas nos agobian y no nos permiten pensar con claridad. Comencemos definiendo uno y pensando los pasos para la resolución de ese problema.

·  Opciones: Una vez que se ha identificado el problema, es importante ver todos las opciones que se nos presentan para la resolución del mismo. Las posible y las no tan posibles, abrir el abanico de opciones antes de tomar una decisión.

·  Decisión: Con todas las opciones frente a uno, tomar una decisión en función de lo que, en este momento y en estas circunstancias, nos parece más acertada.

·  Ejecución: Es muy importante pasar a la acción, sin quedarse en la mera especulación de lo que sería mejor o no. Concretar la decisión que hemos tomado es la única forma de llegar a la resolución de nuestro problema. Aún equivocándonos estaremos más cerca que sin haber hecho nada.

·  Revisión: No podemos saber con seguridad si la naturaleza del pro­blema o las estrategias empleadas son las correctas hasta que actuemos y veamos si funcionan. En este punto se verá si han sido eficaces nuestros pasos, de lo contrario se puede comenzar de nuevo teniendo en cuenta esta experiencia.

Este PODER, sirve en la medida que se avance en cada paso hasta llegar a la resolución del problema, aún replicando el modelo en varias oportunidades. La clave de este PODER es que hay que utilizar todas las letras, sino pierde su “poder” de resolución de problemas, y nos quedamos atrapados en la especulación y no pasamos a la acción.





[1] Regla nemotécnica apartir del modelo conceptual de D´Zurilla, Nezu y colaboradores