miércoles, 29 de junio de 2016

¿Padre de Adolescente o Padre Adolescente?

Existe una tergiversación de la figura de la autoridad, en muchos padres de hijos adolescentes. Un intento de los padres de estar a la “par” de sus hijos, no imponiendo límites y sólo siendo “amigos”. Un intento siempre fallido porque no pueden estar a la “par”, en el mismo nivel. Puesto que la paternidad es una relación asimétrica.
En la sociedad actual observamos hijos adolescentes que se encuentran con padres “adolescentes”, padres que no han podido asumir las características que tiene la vida adulta, la maduración, el proceso de saber qué quiero y hacia dónde debo ir. Adultos que están atravesando una crisis vital propia que, en muchos casos, les impide encontrarse consigo mismo y aceptar el paso de los años. Adultos que están en búsqueda del elixir de la eterna juventud, sin éxito de encontrarlo. A estos adultos nos referimos como PADRE ADOLESCENTE.
En este contexto, muchos adolescentes se encuentran perdidos porque no tienen como modelos a seguir, carecen de referentes. Sus padres no transmiten la vida adulta como una meta a la cual llegar. Por lo tanto, no quieren crecer…quieren mantenerse en la juventud que tienen, no sólo creyendo que va a ser eterna, sino sostenida por los padres.
No es fácil, ser padre de un adolescente. Pero mucho más difícil es ser PADRE ADOLESCENTE. En ese planteo pierden los dos. Los padres por no asumir su rol y quedar enredado en su propia crisis de la edad media. Los hijos porque no saben a dónde ir e incluso se encuentra compitiendo con sus propios padres para ver quién es “más joven”.
Ser PADRE DE UN ADOLESCENTE es superar las propias crisis, conocer claramente quien soy y a dónde quiero ir y mostrar a nuestros hijos ese camino de maduración personal. Camino que no se agota en la adolescencia sino que uno va atravesando a lo largo de la vida.
Ser PADRE ADOLESCENTE… es más fácil pero puede resultar perjudicial para todos. SER PADRE DE UN ADOLESCENTE… es más difícil pero es, sin duda, un desafío que nos ayuda a todos a desarrollar plenamente todas nuestras potencialidades…como HIJOS y como PADRES.

miércoles, 13 de abril de 2016

PROBLEMÁTICAS ACTUALES: ADICCIONES

1.-ETIMOLOGÍA DE LA PALABRA "ADICCIÓN"

     La palabra “adicto” proviene del latín “addictus”, vocablo con el que se referían al deudor que, por falta de pago, terminaba siendo adjudicado o entregado como esclavo a su acreedor. Conozcamos la historia de este vocablo.
     En la Antigua Roma existía una gran diferencia social y económica entre las clases privilegiadas y los plebeyos, y fue justamente por estas desigualdades sociales que surgió el vocablo “adicto”. Los plebeyos, empobrecidos a causa de las guerras, contraían deudas que difícilmente lograban pagar y como la ley no establecía un límite a la tasa de interés, la situación se convertía en un verdadero abuso por parte de los prestamistas. Lo que sí estaba establecido por ley eran las consecuencias que sufriría el deudor si no cumplía con el vencimiento de su deuda. Dicha ley ordenaba que si el deudor no pagaba a tiempo sería adjudicado (addictus) a su acreedor y reducido a servidumbre, perdiendo su libertad. Aquí es donde la ley utiliza el término addictus para referirse, justamente, al deudor que, por incumplimiento, era entregado como esclavo a su acreedor.
     Desde el análisis morfológico, la palabra adicción se puede descomponer en el prefijo “a”, que significa “sin”, y “dicción”, que significa “expresión”. La adicción se podría interpretar como la incapacidad de expresar los sentimientos. Por lo tanto, la adicción haría referencia al ser esclavo de alguien o de algo, e implicaría la imposibilidad de exteriorizar los sentimientos por la dependencia que se establece. Sin bien, en el desarrollo de este capítulo haremos hincapié en la drogadependencia, es importante que tengamos en cuenta que se puede ser adicto a distintas sustancias o actividades que nos privan de nuestra libertad.

2.- CONCEPTOS BÁSICOS EN ADICCIONES

a. Dependencia: Necesidad que tiene una persona de consumir una sustancia química o hacer una determinada actividad que se produce tras un período de uso continuado de la misma. La persona adicta que es privada del consumo o actividad siente un malestar que se manifiesta en diferentes síntomas físicos y psicológicos (síndrome de abstinencia).
     El carácter de la dependencia difiere según el tipo de adicción, como también de las características físicas y de personalidad del individuo. Aunque la mente y el cuerpo están relacionados y se influyen mutuamente, pueden distinguirse dos tipos de dependencia: la física y la psicológica.
• La dependencia física es la que se crea en el organismo de una persona debido a la adicción, de manera que necesita dicha sustancia o actividad para funcionar con normalidad.
• La dependencia psicológica se desarrolla cuando una persona siente la necesidad de consumir una sustancia o realizar una determinada actividad debido a alteraciones que se producen por un “sistema de recompensas” neurológico que le ha proporcionado su administración reiterada.

b. Tolerancia: No todas las adicciones presentan tolerancia. Se entiende por tolerancia, la necesidad de ir aumentando progresivamente la dosis con el fin de alcanzar los efectos iniciales. Es otra manifestación de la capacidad de adaptación del organismo a la presencia continuada de una sustancia ajena.
     La tolerancia es un factor que puede predisponer al abuso ya que cuanta menor eficacia tenga el consumo de una determinada sustancia, mayor será la propensión de quien la toma a aumentar las cantidades consumidas.

c. Síndrome de abstinencia: Cuando una persona consume habitualmente una sustancia o realiza una determinada actividad, hasta el punto de ser dependiente de ella, al interrumpir o disminuir su consumo aparece un conjunto de síntomas físicos y psicológicos que configuran el síndrome de abstinencia.
     Cada adicción da lugar a un síndrome de abstinencia concreto, con signos característicos y diferente gravedad. Las manifestaciones del síndrome se desactivan temporalmente cuando se administra una nueva dosis de la sustancia o actividad.

d. Manifestaciones físicas y psicológicas: Existen manifestaciones generales que se repiten en la mayoría de los casos. Consisten en trastornos digestivos y respiratorios, vómitos, vértigos y mareos. Cuando el síndrome se prolonga, aparece fiebre, nerviosismo, ansiedad e incluso tendencias agresivas; en los casos extremos se puede llegar al estado de coma.
     Con el alcohol, como con los barbitúricos, el síndrome puede llegar a causar confusión mental, aparición de delirios, alucinaciones, fuertes temblores, etc.

3.- DROGADEPENDENCIA (1)

   Desde el punto de vista social, la drogadicción, en especial la juvenil, es uno de los problemas de salud pública más graves de la sociedad actual y, tal vez, el síntoma más evidente de las contradicciones, incoherencias, carencias y crisis de valores de una sociedad consumista. Sus repercusiones en el mundo laboral, familiar, económico y social son muy graves y numerosas: accidentes, violencia, prostitución, rupturas familiares, etc.
      Nos referiremos a la droga como toda sustancia que al ser consumida:
1. actúa sobre el sistema nervioso, modificando cualquiera de sus funciones (psicoactiva);
2. produce el acostumbramiento compulsivo a no poder interrumpir su uso (adictiva),
3. produce un daño o deterioro evidente en el organismo y en la calidad de vida de las personas (tóxica).
  Cuando hablamos del “problema de las drogas” se hace alusión al tipo de sustancias tóxicas, psicoactivas y capaces de crear tolerancia y dependencia física y psíquica en quien las toma, las cuales son consumidas con fines distintos de los terapéuticos y sin supervisión médica.

      Los efectos que producen las drogas varían según el producto consumido, la dosis empleada y la vía de consumo (ingestión, inhalación o administración intravenosa). En primera instancia, placentero, estimulantes, alucinógenos, embriagadores o calmantes, pero estos efectos inmediatos ocultan consecuencias que van perjudicando el nivel psíquico y corporal de la persona.

3.1. Proceso de Adicción

    Para comprender el proceso de adicción es importante tener en cuenta los vínculos particulares que las personas establecen con las sustancias psicoactivas, más allá de sus características y sus efectos. Es decir, aquello que proyecta o espera que una sustancia
en particular le brinde.
   Estos vínculos son diferentes según la intensidad, calidad, frecuencia y expectativas puestas en cada sustancia, por ejemplo: ¿qué pensamos que aporta el alcohol? ¿y el cigarrillo? A su vez, la intensidad de ese vínculo se define según el nivel de compromiso que establece una persona con la sustancia. Los niveles de compromiso son:
uso, abuso y dependencia.

Uso: Implica que el consumo de la sustancia es circunstancial y el riesgo a la salud se incrementa sólo bajo sus efectos directos (accidentes de tránsito, violencia familiar y social, embarazo no deseado, etc.).

Abuso: En este caso, el consumo tiene una frecuencia sistemática. La persona busca la sustancia y aparecen perturbaciones en su vida, en la relación con los otros, con las obligaciones, etc. Ej.: Alcoholismo como uso farmacológico, tomar alcohol por los efectos que produce, como una “medicación” para desinhibirse.

Dependencia: Es un estado psicofísico que se caracteriza por modificaciones de conducta y otras reacciones, que implican un deseo compulsivo de tomar la droga continuamente para experimentar sus efectos y evitar el malestar de la privación.


3.2. Clasificación de las drogas según su efecto

     Las drogas han sido clasificadas de diferentes maneras, según el aspecto de las mismas que se tomen como referencia, por ejemplo: efectos, situación legal o social, peligrosidad, etc. Presentamos una clasificación basada en los efectos que producen las drogas sobre el sistema nervioso central, deteniéndonos brevemente en las sustancias de mayor consumo.

              1. Depresoras: las sustancias depresoras del sistema nervioso central son aquellas que atenúan o inhiben los mecanismos del sueño o la vigilia y pueden producir distintos grados de inactivación, desde la relajación y somnolencia hasta la hipnosis, anestesia y coma, dependiendo de la dosis. Dentro de este grupo estarían: el alcohol, la marihuana y los opiáceos (opio, morfina, codeína, heroína).

            2. Estimulantes: las drogas psicoestimulantes sobrecargan el funcionamiento de los sistemas nervioso central y cardiovascular. En este grupo se encuentran: el tabaco, las anfetaminas y la cocaína.

      3. Perturbadoras o alucinógenas: alteran la percepción de la realidad, producen sensaciones y alucinaciones visuales o auditivas distorsivas. Son sustancias que se encuentran en plantas, en hongos, en animales o son producto de una síntesis química. Sustancias como el LSD y la mescalina, pertenecen a este grupo.

(1) JÓVENES EN PREVENCIÓN. Subsecretaría para la atención de las adicciones. Pcia. de Bs. As.

viernes, 29 de enero de 2016

“No le pidas peras al olmo”

Los dichos populares encierran una sabiduría que se transmite de generación en generación. Algunos son simples y otros más complejas. Pero, en todos los casos, es interesante detenerse a pensar que nos quieren decir y si son aplicables a situaciones concretas que nos tocan vivir.
En este caso, resulta podríamos pensar en esta frase aplicándola a los vínculos interpersonales. Claro está que es en vano pedirle a la planta de “OLMO”, que nos dé como fruto “PERAS”, pero esta obviedad no resulta tan obvia en las relaciones humanas.
Permítanme, utilizar esta expresión popular y preguntarnos: ¿Cuántas veces le pedimos a los demás que actúen de una determinada manera? ¿Cuántas veces esperamos que los demás actúen como nosotros queremos? ¿Cuántas veces vivimos frustrados por no encontrar la respuesta que esperamos?
Por lo tanto, podemos desglosar esta frase y pensar en el “olmo”, en la “pera” y en el “pedir”. Con el “olmo” nos referimos a la persona destinataria de nuestro pedido. Pero antes de pedir, será preciso pensar que nos puede dar. Conocer a la otra persona, conocer sus virtudes y sus defectos, sus capacidades y sus potencialidades nos permitirá revisar si el otro es capaz de cumplir con nuestra solicitud.
Si lo que le pedimos no es posible de ser cumplido por el otro, la frustración será permanente en esa relación vincular. Frustración que en muchos casos se convertirán en discusiones acaloradas o en silencios angustiante. Lo cual perjudica, por lo menos, a una, a las dos personas involucradas, y por qué no a terceros.
Detalle que pudo ser inadvertido, y que considero necesario remarcar, es que mencione las capacidades del otro -para lo cual es necesario conocer genuinamente a la otra persona-, pero también mencione las potencialidades. Y con “potencialidades” me refiero a todas esas capacidades que se encuentran en potencia, o sea, que son factibles de desarrollar.
Todo vínculo nos enriquece, permite cambiar, modificar, en definitiva, crecer. El “olmo” sin duda que está determinado, la “persona” no. Puede estar condicionada por un sin número de circunstancias pero es posible cambiar. La frase “yo soy así y no puedo ser de otra manera” no condice con la naturaleza humana. Pero, para “ser de otra manera” es necesario, en primer lugar, quererlo, y en segundo lugar, proponerse metas alcanzables y acordes a nuestras potencialidades.
El otro puede ayudar en ese proceso, pero no puede imponer el cambio. Puede pedir y promover que el otro dé frutos, pero no exigir que dé lo que “yo” quiere o lo que no puede dar. Si lo que pide es acorde a las capacidades y potencialidades, facilita el desarrollo y crecimiento del otro. Si lo que pide se basa en los deseos o caprichos y no tiene en cuenta las capacidades y potencialidades del otro, se convierte en frustración y angustia. La primera actitud nace del amor, la segunda del egoísmo.
La “pera” simboliza el pedido, aquello que uno desea que el otro ofrezca como fruto. En muchos casos, lo que se pide no tiene que ver con el otro. Tiene que ver con lo que “yo” deseo del otro, no con las necesidades del otro, sino con mis propias necesidades. Aquí será necesario revisar lo que se está pidiendo y, como decíamos, si es factible de ser ofrecido o desarrollado por el otro.
Pero cuestión que considero interesante plantear, es que nos estamos olvidando que el “olmo” da sus propios frutos. Por buscar “peras”, por pedir lo que “yo quiero”, se puede perder de vista lo que el otro tiene para ofrecernos. Sin dudas que es diferente a lo que le pedimos, pero pueden resultar valiosos los frutos del “olmo”, más de lo que pensamos. Es preciso reconocerlos y valorarlos. Pueden enriquecer la relación y aportar algo diferente. Incluso la valoración, de lo que ofrece el otro, permita la posibilidad de descubrir nuevos “frutos”, nuevas capacidades a desarrollar.   
Y para finalizar, el “pedir”. Más allá de revisar el pedido a través de todo lo expresado, es preciso pensar, por lo menos, dos cuestiones más. En primer lugar, el cómo lo pido. Si sumamos que el pedido no condice con las posibilidades reales de ser cumplido,  con un modo inapropiado, usando expresiones humillantes, en un tono demandante, y con una actitud egocéntrica, el resultado será frustración y angustia. Revisar el modo, puede permitir abrir un espacio de diálogo en donde se pongan en juego las necesidades de uno con las capacidades y potencialidades del otro.
Otra cuestión con la que me he encontrado en mi práctica profesional, es que muchas personas quieren que el otro dé un determinado fruto, lo están esperando, pero consideran que el otro tiene que darse cuenta por sí sólo o hacerlo espontáneamente. Conclusión: nunca lo pidieron! Por lo tanto, es importante decirlo, plantear las necesidades o deseos que se tienen en referencia a la relación vincular, teniendo en cuenta lo planteado, y abrir un espacio de diálogo claro y sincero. Lo que vos no digas para el otro no existe.
Por todo esto, es preciso:
  • Conocer al otro con sus virtudes y defectos, con sus capacidades y potencialidades…
  • Revisar cuál es nuestro pedido y el modo en que lo estamos haciendo…
  • Hablar, a través del diálogo buscar la manera de seguir creciendo, buscando la mejor expresión de uno mismo, buscando ser el mejor “olmo” que podamos ser para los demás y para nosotros mismos…
  • Y… no le pidas más peras al olmo!!!

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Funciones de la Sexualidad


Cuando uno pregunta cuáles son las funciones de la sexualidad, suele encontrarse con dos respuestas: placer o reproducción. Y no es casualidad. La primera está asociada a la actual actitud permisiva de la sexualidad que considera el placer como única finalidad. Mientras que la segunda se relaciona con la actitud prohibitiva en donde la reproducción era la función prioritaria de la sexualidad.
A estas dos debemos sumarle una tercera: la manifestación más profunda del amor que sienten dos personas. Analicemos cada una en particular.

1. Placer

El placer es el resultado de una relación gratificante consigo mismo y con otras personas. En la vida matrimonial, el placer será una finalidad más de la sexualidad. Karol Wojtyla afirma: “no es incompatible con la dignidad objetiva de las personas que su amor conyugal traiga consigo un ‘placer’ sexual”(1).
Sin embargo, los jóvenes —y no sólo los jóvenes— suelen asociar la sexualidad casi exclusivamente con el placer. Dicho de otro modo, la finalidad es el erotismo. Etimológicamente erotismo deriva de ‘eros’ que es un vocablo griego que significa ‘amor’ y hace referencia al amor sensual. Cuando se habla de ‘hacer el amor’, se re! ere a una relación donde lo que prima es el amor como deseo, posesión, goce.
Cuando es el placer la única finalidad que se busca, el otro deja de ser persona y se convierte en un objeto, un medio para alcanzar una mayor satisfacción. Precisamente, esta búsqueda permanente de placer no permite encontrar el amor en ninguna persona.
Después de mantener relaciones sexuales ocasionales en busca de placer suele haber un aumento del deseo y una disminución del respeto por la otra persona. Esto genera un hábito que impide lograr el AMOR, y puede llegar a manifestarse en futuras relaciones poco gratificantes.
En muchas ocasiones, a pesar de que la finalidad buscada es el propio placer, si el otro no lo siente, el placer obtenido no suele ser tan gratificante. Por lo tanto, se tiende a buscar la satisfacción de ambos. Si en la relación no importa lo que el otro siente, aparece una actitud egoísta centrada en el propio placer. En algunos casos, pueden alcanzar la capacidad de sentir y hacer sentir pero ha perdido la capacidad de amar.
No necesariamente todas las relaciones sexuales son placenteras. Suele suceder que algunas relaciones son poco gratificantes, para uno o para ambos, pero si ninguna lo es estamos ante un problema. En ese momento, es necesario realizar una consulta con un profesional de la salud y sostenerse en el amor para superar estas dificultades. Si en una relación lo único que se busca es la obtención del placer y el placer desaparece, la relación no se sostendrá.

2. Procreación

Todo ser vivo tiene la función reproductora para la conservación de la especie. Tradicionalmente la sexualidad se reducía sólo a la reproducción, sin asumir las otras funciones. Por ejemplo: tiempo atrás, en la realeza, la elección de los esposos en pos de intereses políticos y la necesidad de generar una descendencia no tenían en cuenta ni el placer ni el amor.
Cuando no se tiene en cuenta el amor, la noticia de un embarazo puede dejar un sabor amargo. La procreación tiene un sentido más profundo cuando es fruto del amor entre hombre y mujer.
Los jóvenes, por la exaltación del placer, se ‘olvidan’ de la función de reproducción, su pensamiento omnipotente los hace pensar que a ellos ‘no les va a pasar’. De esto se desprende un mito muy común entre los adolescentes: piensan que en la primera relación sexual no se puede producir un embarazo.

3. Amor

La función más plena de la sexualidad, en la cual se pueden integrar las anteriores, es la manifestación del amor de dos personas en el acto sublime de unirse en cuerpo y alma.
Se integran porque si uno busca en la relación sexual la expresión más acabada del amor, encuentra el placer más pleno y, al mismo tiempo, puede dar lugar a la procreación como fruto de ese amor.
La relación sexual es la expresión más profunda del amor maduro cumpliendo, a su vez, una función unitiva en el vínculo entre dos personas. La comunicación es corporal a través de gestos, miradas, caricias. No hacen faltan palabras para transmitir lo que cada uno siente.
En el amor maduro, el otro no es un objeto, es otro yo con el que uno se encuentra. No aparece la expresión: “Te deseo como un bien”, sino “Te deseo tu bien”, “Deseo lo que es un bien para ti”(2).
Cuando las personas encuentran el amor, la unión sexual se realiza con suma naturalidad, sin necesidad de técnicas específicas; la entrega es total y el placer, que viene por añadidura, es pleno. Si por alguna razón aparece un displacer es precisamente el amor el que permite encontrar en la comprensión o en la espera, la salida a dicha situación.
En esta finalidad es donde se funden los conceptos griegos que se refieren al Amor: Eros y Ágape. “Si bien el eros inicialmente es sobre todo vehemente, ascendente —fascinación por la gran promesa de felicidad—, al aproximarse la persona al otro se planteará cada vez menos cuestiones sobre sí misma, para buscar cada vez más la felicidad del otro, se preocupará de él, se entregará y deseará ‘ser para’ el otro. Así, el momento del ágape se inserta en el eros inicial; de otro modo, se desvirtúa y pierde también su propia naturaleza. Por otro lado, el hombre tampoco puede vivir exclusivamente del amor oblativo, descendente. No puede dar únicamente y siempre, también debe recibir. Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don”(3).
No se disocia el placer del amor, se unen en una misma relación. Es preciso no olvidarse de uno pero, a su vez, entregarse plenamente al otro. El amor maduro, al ser recíproco, permite que la entrega plenifique a cada uno de los miembros de una pareja en tanto construye un “nosotros”.


(1)  WOJTYLA, KAROL. Amor y responsabilidad. Razón y Fe. España. 1979. Pág. 62.
(2)   WOJTYLA, KAROL. Amor y responsabilidad. Razón y Fe. España. 1979. Pág. 62.
(3)   BENEDICTO XVI Carta Encíclica “Deus Caritas Est”. N°7. 2005.

jueves, 12 de noviembre de 2015

LA FAMILIA

(Extraído del "Manual para los que están en Camino")

   A pesar de que, en el transcurso de los últimos años, ha sufrido diferentes cambios en su conformación y su estructuración, la familia sigue siendo un lugar clave para el desarrollo de las potencialidades de cada persona y, más aún, en la adolescencia. La adecuada relación afectiva de los miembros de una familia proporcionará una base positiva para la construcción de la propia identidad y una buena autoestima.
   La familia humana es una realidad tan ricamente compleja y cambiante, y en el contexto de una sociedad con cambios tan vertiginosos, que es imposible un conocimiento acabado de ella en su totalidad. Sin embargo, nos es posible delimitar cuáles son las modalidades esperables en el normal funcionamiento de una familia. (1)
   Es esperable que la familia posibilite, en su propio desarrollo como sistema familiar, la formación de la identidad de sus miembros, favoreciendo el crecer y el ser. Esto se logra si está claro y discriminado, quién es quién, y qué lugar, roles y funciones ocupa cada uno. Los padres deben asumir sus funciones de adultos, para que los niños puedan ser niños.
   La integración de la familia no debe actuar en contra de la diferenciación y la autonomía; un “nosotros” valorizado, pero también un “yo” y un “tu” de cada integrante. Esto posibilita un clima emocional positivo, de espontaneidad, de compartir lo bueno y lo doloroso, poder pelearse, enojarse y frustrarse, pero donde predomina el amor, la confianza y la valoración.
   La familia debe recibir e intercambiar energías y relaciones con los otros sistemas sociales como pueden ser comunidad educativa, clubes, relaciones laborales, tener amigos, tanto los padres como los hijos y tener relaciones con la familia extensa mutuamente enriquecedoras. La relación y el encuentro entre distintas generaciones fortalecen la identidad familiar.

1. La Familia con hijos adolescentes (2)

   “El período de la adolescencia debe diferenciarse de manera especial de otros ciclos vitales de la familia, porque en ese momento se ven comprometidos sistemas de distinto orden y jerarquía: el sistema biológico (por los cambios corporales que se producen), el sistema individual (por los cambios intrapsíquicos), el sistema familiar, y los sistemas sociales en los que el adolescente deberá incluirse a medida que vaya adquiriendo mayor autonomía.
   En ese momento se pone en peligro la estabilidad familiar; se cuestiona el sistema de creencias en lo referente, por ejemplo, a lo que es aceptado como independencia, autonomía, exclusión o pertenencia. El sistema de creencias es puesto a prueba porque el adolescente empieza a funcionar en otros sistemas que no son controlados por sus padres. En estos momentos, la familia siente que alguno de sus miembros está amenazando algún mandato familiar esencial para la identidad del sistema y la de cada uno de sus miembros. (…)
   Todas las familias permiten la desobediencia de algún mandato, excepto la de aquéllos que hacen a su identidad como familia a través del tiempo. Sin embargo, existen sistemas familiares que se organizan con escasas alternativas relacionales. Estas familias son rígidas; en ellas el apartamiento de las pautas de relación, la desobediencia a algún mandato significa la automática exclusión del sujeto y, por lo tanto, su no existencia como individuo. Será, para la familia, el enfermo, el loco, el incompetente.
   El conflicto de todo sujeto y, especialmente el adolescente, está en poder ser un individuo sin dejar de pertenecer a su familia; que está lo reconozca como uno de sus miembros aunque haya elegido opciones distintas de las que hasta entonces eran aceptadas. La resolución de este conflicto es un proceso en el cual el individuo deberá ir acompañado por los otros miembros de la familia, sin que cada uno deje de ocuparse de sí mismo, transitando el difícil camino que da la posibilidad de incorporar otras alternativas distintas que la obediencia o desobediencia a los mandatos familiares”.

2. Reflexión

   Todos hemos escuchado, alguna vez, la frase: “La familia es la célula de la sociedad”. En estos tiempos en donde vemos aspectos de la sociedad que no nos agrada, tal vez, debamos pensar que la posibilidad de cambio radica en lo que podemos hacer dentro de nuestra familia. 
  Cultivemos dentro de nuestro hogar la comunicación y el diálogo, la tolerancia y la paciencia, la aceptación y la solidaridad. Pensemos como podemos aplicar estas “palabras” dentro de nuestra familia, así haremos nuestro aporte en la transformación de la sociedad en que estamos inmersos.

  1. (1)   MARTA VIGO. Psicología Preventiva y de la Salud. Ed. Fundación Argentina de Logoterapia.
  2. (2)   RAPOSO DE MENSCH. El mandato familiar en la adolescencia.

martes, 29 de septiembre de 2015

Hablemos de las Virtudes

(Extraído del libro: "Sexualidad: ¡Hablemos!")
Por lo expresado hasta el momento, queda en evidencia que de Sexo se habla y mucho. Hay una necesidad impostergable de hablar de Sexualidad. Cabe preguntarnos, ¿alcanza lo que hemos conversado con nuestros hijos para garantizar su formación? Y por otro lado, ¿es suficiente que ellos tengan la información como para que puedan vivir plenamente su sexualidad?
Evidentemente, no. La vivencia de una sexualidad acotada al sexo no es vivir plena ni sanamente la sexualidad. Más de una vez nos encontramos con lo que Zygmunt Bauman describe «homo sexualis» como la construcción de los vínculos humanos a partir de la necesidad de satisfacer el deseo sexual.  “La vida del «homo sexualis» está plagada de angustias. Existe siempre la sospecha de que estamos viviendo en la mentira o el error, de que algo de importancia crucial se nos ha escapado, perdido o traspapelado, de que algo hemos dejado sin explorar o intentar, de que existe una obligación vital para con nuestro yo genuino que no hemos cumplido, o de que alguna posibilidad de felicidad desconocida y completamente diferente de la experimentada hasta el momento se nos ha ido de entre las manos o está a punto de desaparecer para siempre si no hacemos algo al respecto. El «homo sexualis» está condenado a permanecer en la incompletud y la insatisfacción”.[1]
No con alcanza dar información para que nuestros hijos vivan plenamente su sexualidad. Menos aún para que no se contagien del SIDA o no tengan un embarazo no deseado. La mayoría de los jóvenes tienen acceso a esa información -conocen los métodos anticonceptivos o, por lo menos, el preservativo-, y sin embargo, no es suficiente para evitar los casos de contagios de enfermedades de transmisión sexual o los embarazos no deseados.
Recordemos que el preservativo no es 100% seguro para evitar el contagio del HIV, que si bien disminuye el riesgo de contagio, no necesariamente disminuye el riesgo de contraer otras enfermedades de transmisión sexual. Por tener un preservativo la persona no es inmune frente al virus. Por otra parte, muchos adolescentes ni siquiera conocen cómo se utiliza correctamente lo cual aumenta notablemente los riesgos de contagio de enfermedades o de embarazos no deseados.
Las consecuencias están a la vista: el número de portadores de VIH y las enfermedades de transmisión sexual aumenta año tras año. En el caso de los embarazos no deseados, muchas veces, se “elimina el problema” a través de un aborto; en algunos casos, decidido sólo por los jóvenes; en otros, inducidos por los mismos padres. Si a la información no le sumamos formación es muy difícil que esta realidad cambie y somos los padres los primeros formadores de los hijos.
La educación, precisamente, implica la formación y la información. “Educar es introducir en la realidad con amor y con conocimiento. Educar es convertir a alguien en persona. La educación es la base para edificar una trayectoria personal adecuada”.[2] Con las dos acepciones etimológicas de la palabra educar: “educare” como conducir, orientar o guiar, y “educere” como extraer lo mejor de sí de cada persona.
Si nos preguntamos como padres ¿para qué educamos a nuestros hijos? La respuesta unánime será “para que sean felices”. Si algo realmente queremos para nuestros hijos es la felicidad. “La Felicidad es el fin último de todos los actos del hombre”.[3]
Salvo algún caso patológico, la esencia de la educación de los padres es lograr que sus hijos sean felices. Si actuamos mal, no es porque les queremos causar un daño a nuestros hijos, sino, por el contrario, porque creíamos que actuando de esa manera estábamos haciéndoles un bien. Aunque algunas veces nos distraemos brindándoles cosas materiales, en el fondo, es porque creemos que esos “regalos” le van a dar la felicidad, aunque son sólo un medio, y no un fin, para ser felices.
“En la educación, el objetivo indiscutible es la felicidad. Toda educación, si lo es en un sentido pleno, intenta proporcionar al que se educa los medios suficientes para que sea feliz”.[4] En una relación filial sana, el amor del padre hacia el hijo siempre está presente.
¿Qué es el amor? Si pensamos una definición de amor que pudiese definirlo simplemente, pero sin dejar de ser profundo, diríamos con Santo Tomás, que es el “velle bonum” [5], es “querer el bien”.
¿Qué padre no querrá el bien para su hijo? ¿Y por qué queremos el bien para nuestros hijos? Porque sabemos que la Felicidad no la va a encontrar en el mal, por el contrario, se acercará en la medida que se acerque al bien. Es preciso hacerles entender que en el mero placer tampoco encontrarán la Felicidad. “El placer sensible es un fenómeno periférico que se refiere únicamente al «yo» que desea, siente y apetece, mientras que la felicidad es un fenómeno profundo que afecta al «yo» total o global”.[6]
¿Eso significa que el camino será fácil? Seguramente, no. ¿Será siempre placentero? Tampoco. ¿Cómo hacemos para poder orientarnos hacia ese rumbo? Es aquí donde es preciso plantear los valores. “Los valores no se ‘inculcan’ en los niños como si se inyectaran. Más bien, se les dan ejemplos de vida, y los niños sacan provecho de ellos”.[7] Los mismos valores que inculcamos a nuestros hijos para que puedan vivir plenamente su vida son los valores que procuraremos para que puedan vivir plenamente su sexualidad.
“Los valores son criterios con los que contamos ya antes de actuar. Base firme de ideas y creencias positivas que valen por sí mismas”.[8] En la sociedad en que vivimos está de moda hablar de “educar en valores”. Pero, ¿qué se entiende por valor? “Es un grado de utilidad o aptitudes de las cosas, para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar”.[9] Los valores, por lo tanto, se proclaman, son referentes y pautas que orientan el comportamiento humano. ¿Y dónde encontramos esos valores? Precisamente para que se constituya como una “base firme”, y la valoración no esté condicionada por la moda o la cultura es preciso hablar de las virtudes.
Las virtudes morales nos orientan hacia el bien, nos alejan del mal y nos acercan a la felicidad y será el rumbo que les debemos mostrar a nuestros hijos. Precisamente el concepto virtud, proveniente del latín “virtus” y significa fuerza para producir o causar efectos, es decir, hace referencia a la fuerza o energía que orienta a las potencias a obrar para obtener un fin determinado. Santo Tomás afirma que “la virtud es esencialmente un hábito operativo bueno”.[10] Analicemos la definición:
v Hábito: facilidad adquirida por la práctica constante;
v Operativo: conjunto de operaciones orientadas hacia un fin;
v Bueno: constituye al logro de la realización de la persona.
Siguiendo el pensamiento del Aquinate, Pieper plantea: “La virtud es, como dice Santo Tomás, ultimum potentiae, lo máximo a que puede aspirar el hombre, o sea, la realización de las posibilidades humanas en el aspecto natural y sobrenatural”.[11]
Pero el mundo en el que vivimos se encarga de simplificarnos la cuestión: nos propone vivir de una manera fácil, totalmente placentera, “Líquida” –diría Zygmunt Bauman- o “Light”, como describe al hombre Enrique Rojas. Se busca en el placer y en el bienestar la felicidad, pero sólo se encuentra aburrimiento e incertidumbre que lleva a la persona a un vacío existencial.
Como salida a estas sensaciones, se insiste en la búsqueda del placer y del goce inmediato, generando así un círculo vicioso que no tarda en desembocar en la insatisfacción, la depresión y, en algunos casos, el suicidio. El hedonismo está, lamentablemente, instalado en la cultura contemporánea.
 Desde el mundo adulto surge con frecuencia un mensaje que genera una paradoja: “Disfruta la juventud, pero cuídate”. La primera parte de esta frase está asociada a realizar todo aquello que genere placer y evitar lo que suponga esfuerzo y sacrifico. “Disfrutar la juventud” es sinónimo de falta de compromiso y ausencia de responsabilidades; se promueve a realizar una serie de actividades que en otro momento de la vida no serán “lógicas” (diversión constante, alcohol sin límite, sexo “libre”, etc.). Pero se le agrega “cuídate” lo cual implica decir “no te hagas daño” o, peor aún, “no me traigas problemas” (entiéndase por “problemas” embarazo o enfermedades). Para muchos padres “cuidarse” es sinónimo de “usar preservativo”, así lo plantean abiertamente.
Pero los jóvenes no se “cuidan”. No se cuidan ni con el sexo ni con el alcohol. “Cuidarse”, “no es usar o no usar”, no es evitar un embarazo o el SIDA, “cuidarse” es vivir plenamente la vida, es vivir plenamente la sexualidad y, para ello, es necesario el compromiso, el hacerse responsable. “Cuidarse” es saber decir que “sí” o que “no” en pos de algo bueno. Implica, en muchas ocasiones, esfuerzo y sacrificio.
El adolescente se guía por los impulsos y afirma con insistencia “¡yo hago lo que quiero!”. Pero no es así. El adolescente hace lo que “desea” y se deja llevar por lo primero que llega a su mente o por lo que le genera un goce inmediato. No piensa en las consecuencias.
El “hacer lo que quiero” implica la intervención de la inteligencia y de la voluntad –las dos facultades humanas que nos diferencian de los animales-, la inteligencia para discernir lo que es bueno para nosotros (no necesariamente placentero) y la voluntad para poder dirigirnos hacia ese bien y poder alcanzarlo (superando los obstáculos que se presenten).
“Desear es anhelar algo de forma próxima, rápida, con una cierta inmediatez. Querer es pretender una meta más a largo plazo, pero sin la transitoriedad de la anterior, especificando el objetivo, limitando los campos con la firme resolución de llegar a la meta cueste lo que cueste. El querer es profundo y estable. Muchos deseos son juguetes del momento. Casi todo lo que se quiere significa un progreso personal”.[12] El deseo está guiado por el impulso, sin mediatización del pensamiento. Lo que “siente”, lo hace. En el querer el proceso es diferente.
En este mismo sentido San Agustín plantea: “ama et quod vis fac”. “Ama y haz lo que quieras; lo que quieras, no el capricho, no lo que se te ocurra, sino lo que puedas querer, lo que puedes verdaderamente querer (...) No lo que te digan los sentimientos, o el capricho, no, no... lo que puedas realmente querer. Ama y haz lo que quieras. Si lo haces realmente por amor, puedes hacerlo, lo que quieras. Lo que puedas querer realmente, lo que puedas querer amorosamente, por amor. Naturalmente, si se quita el “ama”, se destruye la frase, como es natural. No es haz lo que quieras, el capricho, o lo que te guste, o lo que te convenga; no, no, al contrario”.[13]
Recordemos que el amor es querer el bien, y es en el amor, en esa búsqueda del bien donde podemos hacer lo que queremos. En el deseo la búsqueda está enfocada en la satisfacción y el placer, lo que no implica que necesariamente sea lo bueno.
El estudio de las virtudes nos puede dar un sinnúmero de herramientas para aplicar en la educación de nuestros hijos, que nos permitirán lograr un buen discernimiento, dar a cada uno lo que es suyo, superar los obstáculos que se presenten y lograr manejar los impulsos. Cuando hablamos de todos estos conceptos, aún sin darnos cuenta, estamos hablando de las virtudes morales: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.
Realizando una pequeña síntesis de cada virtud, podemos decir que:
Ø  La Prudencia radica propiamente en el entendimiento, como uso de la razón que nos lleva al bien. La prudencia es una virtud moral e intelectual y le permite a la persona juzgar que es lo que debe hacer y actuar en consecuencia. “Quien ignora cómo son y están verdaderamente las cosas no puede obrar bien, pues el bien es lo que está conforme con la realidad”.[14] No alcanza con la voluntad de querer obrar bien, hay que saber y aprender a hacerlo.
Ø  La Justicia es dar a cada uno lo que le corresponde, es decir, dar a cada uno lo que es suyo. No a todos por igual, sino aquello que es un bien para el otro, y lo que es bueno para uno, no necesariamente será bueno para el otro. La justicia implica siempre relaciones con los demás y nos permiten ordenar la vida social.
Ø  La Fortaleza, su nombre lo indica, es la fuerza que nos permite buscar el bien a pesar de las dificultades. La fortaleza se pone de manifiesto en dos actos:[15] atacar y resistir, enfrentarse con los peligros que se presenten o resistir los obstáculos que puedan surgir en el transcurso de nuestra vida. “En el primer caso, encuentra su campo de actuación la valentía y la audacia, que llevan a enfrentarse con las dificultades con ánimo esforzado; en el segundo, la paciencia y la perseverancia, que hace superar el desaliento ante las limitaciones propias y ajenas y mueve a seguir con firmeza el objetivo propuesto. El acto más propio de la fortaleza no es el atacar sino el resistir”.[16] Muchos padres promueven en sus hijos los primeros y desvalorizan los segundos, ¿no será éste un motivo de tantas frustraciones y fracasos de los jóvenes frente a las contrariedades que se le presentan en la vida?
Ø  La Templanza que implica cierta moderación de los impulsos por el uso de la razón y la voluntad, encauzando los actos humanos hacia el bien. La templanza busca la armonía entre los sentidos y la razón.
Hay una relación entre todas las virtudes, no es posible una sin la ayuda de las otras y la conquista de una virtud permitirá el logro de las demás. Cada virtud necesita de las demás, aunque Santo Tomás de Aquino afirma: “no hay virtud que no participe la prudencia”.[17] A partir de la prudencia, se dan las demás virtudes morales, pero a su vez no puede haber prudencia si no se dan las demás virtudes morales.
Entonces, la manera de ayudar a nuestros hijos a que se acerquen a la felicidad es a través de las virtudes. “La virtud humana es la que hace bueno el acto humano y bueno al hombre mismo”.[18] Esto que muchos padres lo saben y tratan de aplicarlo en la educación de los hijos, en pos de que sean buenas personas, hombres de bien, honestos ciudadanos, no necesariamente lo aplican en relación a la formación de la sexualidad de sus hijos.
Es que si queremos que nuestros hijos vivan plenamente su sexualidad también debemos hablar de las virtudes. “La tiranía de las pasiones despojan al hombre de lo que formalmente le constituye como tal, su racionalidad, para convertirlo en un manojo de fuerzas instintivas”.[19] Para evitarlo debemos educar a nuestros hijos en las virtudes en general y en la templanza en particular para abordar la sexualidad en su integralidad.



[1] YGMUNT BAUMAN, MIRTA. Vida líquida. Ed. Páidos. 2006. Pág. 79.
[2] ROJAS, ENRIQUE. Los lenguajes del deseo. Ed. Planeta. Argentina. 2004. Pág. 15.
[3] ARISTÓTELES. Ética a Nicómaco. Libro I. Capítulo IV. Gredos.1993 Página
[4] ALTAREJOS, FRANCISCO. La Felicidad como Objetivo en la Educación familiar. Instituto de Ciencias para la Familia. Universidad Austral.
[5] TOMÁS de AQUINO. Suma Teológica. Biblioteca de Autores Cristianos. I-II q. 20.
[6] CASTILLO CEBALLOS, GERARDO. Cautivos en la Adolescencia. Oikos-tau. España. 1997. Pág. 22.
[7] DOLTO, FRANÇOISE. La educación en el núcleo familiar. Paidós. Pág. 103
[8] ROJAS, ENRIQUE. Los lenguajes del deseo. Ed. Planeta. Argentina. 2004. Pág. 325.
[9] Diccionario de la Real Academia Española.
[10] TOMÁS de AQUINO. Suma Teológica. Biblioteca de Autores Cristianos. I-II q. 55.
[11] PIEPER, JOSEF. Las virtudes fundamentales. Ed. Rialp. España. 1997. Pág. 15.
[12] ROJAS, ENRIQUE. Los lenguajes del deseo. Ed. Planeta. 2004. Pág. 55.
[13] MARÍAS, JULIÁN. Extracto de la transcripción de la conferencia del curso “Los estilos de la Filosofía”. España. 2000 http://www.hottopos.com/mirand12/jms1agus.htm
[14] PIEPER, JOSEF. Las virtudes fundamentales. Ed. Rialp. España. 1997. Pág. 16.
[15] TOMÁS de AQUINO. Suma Teológica. Ediciones de Autores Cristianos. I-II q. 123.
[16] DEBELJUH, PATRICIA. El desafío de la Ética. Temas. 2003. Pág. 185.
[17] TOMÁS de AQUINO. Suma Teológica. Ediciones de Autores Cristianos. I-II q. 47.
[18] TOMÁS de AQUINO. Suma Teológica. Ediciones de Autores Cristianos. I-II q. 55.
[19] ALVIRA, TOMÁS. Libertad moral y unidad del hombre. EUNSA. Pág. 180.