Frente a la plaza de un pueblo, vivía José, hombre duro y antipático que,
desde que se levantaba hasta que se acostaba, no dejaba de maldecir a Dios y lo
hacía el único responsable de todos los males de este mundo. Su vida era
rutinaria y vacía de sentido. A pesar de tener un buen pasar, protestaba todo
el día y siempre estaba de malhumor.
Cierto día, se sentó cómodamente en un sillón en la puerta de su casa y
mientras se disponía a tomar unos mates, observa que en un banco de la plaza,
un hombre estaba leyendo el diario. No era novedad que las personas leyeran el
diario en ese lugar, lo que sí le sorprendió fue que al momento de levantarse
del banco, se le cae la billetera. El pobre hombre no se dio cuenta y se fue
caminado con el diario bajo el brazo.
Mientras el hombre se retiraba de la plaza, José no le dijo nada pero
comenzó a protestar y a cuestionarle a Dios: -“¿Cómo podes permitir que este
pobre hombre pierda su billetera? Tal vez, ahí tenía todo su dinero, que
injusticia…¡DIOS!...¿POR QUÉ?”. Y siguió el planteo con varios insultos.
Continuo tomando mate, cuando observa que un segundo hombre se sienta en
el mismo banco. Con actitud pensativa, observa a su alrededor. Después de unos
minutos descubre con asombro la billetera extraviada. La recoge, mira hacia
todos lados, no había otras personas en la plaza a quien preguntar, decide
guardar en su bolsillo la billetera y sale caminando despacio y tranquilo.
La indignación de José crece exponencialmente. Los insultos a Dios,
también. No puede creer lo que acaba de suceder. Dios no sólo permitió que el
primero pierda su dinero, sino que se convirtió en cómplice para que el segundo
se lleve la billetera sin ningún escrúpulo. ¿Cómo podía suceder semejante
injusticia? ¿Cómo Dios no hacía nada frente a esta situación?
Al cabo de unos minutos, un tercer hombre se sienta en el mismo banco
dispuesto a leer un libro que traía en un pequeño bolso. En ese momento,
aparece en escena el primer hombre que había extraviado su dinero. Comienza un
diálogo acalorado, en el cual el primero aseguraba que ahí había perdido su
billetera y el tercer hombre desconocía de qué estaba hablando. El diálogo se
trasforma en discusión, acusando que había ocultado la billetera en el bolso el
primer hombre comienza un forcejeo para ver su contenido. El tercer hombre se
resiste, creé que está siendo víctima de un asalto y comienza una pelea.
En un trágico momento, el primer hombre empuja al tercero, el cual cae
golpeando su cabeza sobre el banco y muere desnucado. Ante esta situación, el
primer hombre huye de la plaza desconcertado y aturdido.
Testigo de toda la escena, José se quedo paralizado y atónito. Lo
primero que hace es volver a insultar a Dios, blasfemias de todo tipo salen de
su boca, reclama la presencia de la justicia divina y pregunta a viva voz,
donde está la misericordia de Dios. Y parece que Dios, que siempre escucha al
hombre, se hizo presente, y comenzó el siguiente diálogo:
Dios: -“¿Se puede saber cuál es la razón de tus insultos y reclamos?
José: -“¿Todavía tiene el tupe de preguntarme? ¿Acaso no sabes lo que
acaba de suceder en la plaza? ¿Acaso no los sabes TODO y eres TODO PODEROSO?
¿Dónde está tu misericordia y tu amor que permitiste que un hombre inocente
muera, que otro no sólo pierda su dinero sino que se haya cometido en un homicidio,
mientras que otro hombre goza de dinero que no fue ganado con el sudor de su
frente? ¿Qué hiciste ante toda esta situación? ¿Acaso no podías haber evitado
que esto suceda? ¿Se puede saber qué hiciste?”
Dios: -“Sí, te puse a vos en ese lugar. Y vos no hiciste nada. No te das
cuenta que si vos hubieses hecho algo, nada de esto hubiese sucedido. Si cuando
viste que al primer hombre se le cayó la billetera, le hubieses avisado, no
hubiese perdido su dinero y nada habría pasado. Y te di otra oportunidad cuando
el segundo hombre encontró la billetera. Si hubieses intervenido impidiendo que
se la llevara injustamente, nada habría pasado. Más aún, te di una tercera
oportunidad, cuando comenzó el diálogo entre el primer y el tercer hombre. Si
hubiese contado lo que simplemente viste, no tendríamos este trágico final.
Justamente, te puse a vos para que hagas algo por los demás, para que puedas
hacer de este mundo un lugar más justo, donde reine la Paz y el Amor. El que no
hizo nada fuiste vos.”
En ese momento, comenzó a sentir un calor cada vez más intenso en su
pecho. No era ni angustia ni culpa, era el agua caliente del termo que se
comenzó a derramarse y de un sobresalto se despertó sin entender nada. Miró a
la plaza. El hombre estaba leyendo tranquilamente su diario, el mate estaba sin
empezar, y descubre que todo había sido un sueño. Pero nada fue igual a partir
de ese momento.
La familia y los vecinos se siguen preguntando que paso ese día, José
dejo de insultar a Dios, dejó de preguntarse qué tendría que hacer Dios y
comenzó a preguntarse qué podía hacer él. Cambio su actitud en el trabajo, en
su barrio, en su casa. Se trasformó en una persona solidaria, que contagiaba
alegría y su vida comenzó a tener sentido. De esta manera descubrió que la
felicidad es posible.
Dios quiere que el hombre sea FELIZ, ¿qué podes
hacer vos para lograrlo?