Cuando uno pregunta cuáles son las
funciones de la sexualidad, suele encontrarse con dos respuestas: placer o
reproducción. Y no es casualidad. La primera está asociada a la actual actitud
permisiva de la sexualidad que considera el placer como única finalidad.
Mientras que la segunda se relaciona con la actitud prohibitiva en donde la
reproducción era la función prioritaria de la sexualidad.
A estas dos debemos sumarle una
tercera: la manifestación más profunda del amor que sienten dos personas.
Analicemos cada una en particular.
1. Placer
El placer es el resultado de una
relación gratificante consigo mismo y con otras personas. En la vida
matrimonial, el placer será una finalidad más de la sexualidad. Karol Wojtyla afirma:
“no es incompatible con la dignidad objetiva de las personas que su amor
conyugal traiga consigo un ‘placer’ sexual”(1).
Sin embargo, los jóvenes —y no sólo
los jóvenes— suelen asociar la sexualidad casi exclusivamente con el placer.
Dicho de otro modo, la finalidad es el erotismo. Etimológicamente erotismo deriva
de ‘eros’ que es un vocablo griego que significa ‘amor’ y
hace referencia al amor sensual. Cuando se habla de ‘hacer el amor’,
se re! ere a una relación donde lo que prima es el amor como deseo, posesión,
goce.
Cuando es el placer la única finalidad
que se busca, el otro deja de ser persona y se convierte en un objeto, un medio
para alcanzar una mayor satisfacción. Precisamente, esta búsqueda permanente de
placer no permite encontrar el amor en ninguna persona.
Después de mantener relaciones
sexuales ocasionales en busca de placer suele haber un aumento del deseo y una
disminución del respeto por la otra persona. Esto genera un hábito que impide
lograr el AMOR, y puede llegar a manifestarse en futuras relaciones poco
gratificantes.
En muchas ocasiones, a pesar de que
la finalidad buscada es el propio placer, si el otro no lo siente, el placer
obtenido no suele ser tan gratificante. Por lo tanto, se tiende a buscar la satisfacción
de ambos. Si en la relación no importa lo que el otro siente, aparece una
actitud egoísta centrada en el propio placer. En algunos casos, pueden alcanzar
la capacidad de sentir y hacer sentir pero ha perdido la capacidad de amar.
No necesariamente todas las
relaciones sexuales son placenteras. Suele suceder que algunas relaciones son
poco gratificantes, para uno o para ambos, pero si ninguna lo es estamos ante
un problema. En ese momento, es necesario realizar una consulta con un
profesional de la salud y sostenerse en el amor para superar estas dificultades.
Si en una relación lo único que se busca es la obtención del placer y el placer
desaparece, la relación no se sostendrá.
2. Procreación
Todo ser vivo tiene la función
reproductora para la conservación de la especie. Tradicionalmente la sexualidad
se reducía sólo a la reproducción, sin asumir las otras funciones. Por ejemplo:
tiempo atrás, en la realeza, la elección de los esposos en pos de intereses
políticos y la necesidad de generar una descendencia no tenían en cuenta ni el
placer ni el amor.
Cuando no se tiene en cuenta el
amor, la noticia de un embarazo puede dejar un sabor amargo. La procreación tiene
un sentido más profundo cuando es fruto del amor entre hombre y mujer.
Los jóvenes, por la exaltación del
placer, se ‘olvidan’ de la función de reproducción, su pensamiento omnipotente
los hace pensar que a ellos ‘no les va a
pasar’. De esto se desprende un mito muy
común entre los adolescentes: piensan que en la primera relación sexual no se
puede producir un embarazo.
3. Amor
La función más plena de la
sexualidad, en la cual se pueden integrar las anteriores, es la manifestación
del amor de dos personas en el acto sublime de unirse en cuerpo y alma.
Se integran porque si uno busca en
la relación sexual la expresión más acabada del amor, encuentra el placer más
pleno y, al mismo tiempo, puede dar lugar a la procreación como fruto de ese amor.
La relación sexual es la expresión
más profunda del amor maduro cumpliendo, a su vez, una función unitiva en el
vínculo entre dos personas. La comunicación es corporal a través de gestos,
miradas, caricias. No hacen faltan palabras para transmitir lo que cada uno
siente.
En el amor maduro, el otro no es un
objeto, es otro yo con el que uno se encuentra. No aparece la expresión: “Te deseo como un bien”,
sino “Te deseo tu bien”, “Deseo lo que es un bien para ti”(2).
Cuando las personas encuentran el
amor, la unión sexual se realiza con suma naturalidad, sin necesidad de
técnicas específicas; la entrega es total y el placer, que viene por añadidura,
es pleno. Si por alguna razón aparece un displacer es precisamente el amor el
que permite encontrar en la comprensión o en la espera, la salida a dicha
situación.
En esta finalidad es donde se funden
los conceptos griegos que se refieren al Amor: Eros y Ágape. “Si bien el
eros inicialmente es sobre todo vehemente, ascendente —fascinación por la gran
promesa de felicidad—, al aproximarse la persona al otro se planteará cada vez
menos cuestiones sobre sí misma, para buscar cada vez más la felicidad del
otro, se preocupará de él, se entregará y deseará ‘ser para’ el otro. Así, el
momento del ágape se inserta en el eros inicial; de otro modo, se desvirtúa y
pierde también su propia naturaleza. Por otro lado, el hombre tampoco puede
vivir exclusivamente del amor oblativo, descendente. No puede dar únicamente y
siempre, también debe recibir. Quien quiere dar amor, debe a su vez
recibirlo como don”(3).
No se disocia el placer del amor, se
unen en una misma relación. Es preciso no olvidarse de uno pero, a su vez,
entregarse plenamente al otro. El amor maduro, al ser recíproco, permite que la
entrega plenifique a cada uno de los miembros de una pareja en tanto construye
un “nosotros”.
(1) WOJTYLA, KAROL. Amor y responsabilidad. Razón y Fe. España. 1979. Pág. 62.
(2) WOJTYLA,
KAROL. Amor y responsabilidad. Razón y Fe. España.
1979. Pág. 62.
(3) BENEDICTO
XVI Carta Encíclica “Deus Caritas Est”. N°7.
2005.