(Extraído del libro: "Sexualidad: ¡Hablemos!")
Por lo
expresado hasta el momento, queda en evidencia que de Sexo se habla y mucho. Hay
una necesidad impostergable de hablar de Sexualidad.
Cabe preguntarnos, ¿alcanza lo que hemos conversado con nuestros hijos para
garantizar su formación? Y por otro lado, ¿es suficiente que ellos tengan la
información como para que puedan vivir plenamente su sexualidad?
Evidentemente,
no. La vivencia de una sexualidad acotada al sexo no es vivir plena ni
sanamente la
sexualidad. Más de una vez nos encontramos con lo que Zygmunt
Bauman describe «homo sexualis» como
la construcción de los vínculos humanos a partir de la necesidad de satisfacer
el deseo sexual. “La vida del «homo sexualis» está plagada de angustias. Existe siempre la
sospecha de que estamos viviendo en la mentira o el error, de que algo de
importancia crucial se nos ha escapado, perdido o traspapelado, de que algo
hemos dejado sin explorar o intentar, de que existe una obligación vital para
con nuestro yo genuino que no hemos cumplido, o de que alguna posibilidad de
felicidad desconocida y completamente diferente de la experimentada hasta el
momento se nos ha ido de entre las manos o está a punto de desaparecer para
siempre si no hacemos algo al respecto. El «homo
sexualis» está condenado a permanecer en la incompletud y la insatisfacción”.[1]
No con alcanza
dar información para que nuestros hijos vivan plenamente su sexualidad. Menos
aún para que no se contagien del SIDA o no tengan un embarazo no deseado. La
mayoría de los jóvenes tienen acceso a esa información -conocen los métodos
anticonceptivos o, por lo menos, el preservativo-, y sin embargo, no es
suficiente para evitar los casos de contagios de enfermedades de transmisión
sexual o los embarazos no deseados.
Recordemos que
el preservativo no es 100% seguro para evitar el contagio del HIV, que si bien
disminuye el riesgo de contagio, no necesariamente disminuye el riesgo de
contraer otras enfermedades de transmisión sexual. Por tener un preservativo la
persona no es inmune frente al virus. Por otra parte, muchos adolescentes ni
siquiera conocen cómo se utiliza correctamente lo cual aumenta notablemente los
riesgos de contagio de enfermedades o de embarazos no deseados.
Las
consecuencias están a la vista: el número de portadores de VIH y las
enfermedades de transmisión sexual aumenta año tras año. En el caso de los
embarazos no deseados, muchas veces, se “elimina
el problema” a través de un aborto; en algunos casos, decidido sólo por los
jóvenes; en otros, inducidos por los mismos padres. Si a la información no le
sumamos formación es muy difícil que esta realidad cambie y somos los padres
los primeros formadores de los hijos.
La educación,
precisamente, implica la formación y la información. “Educar es introducir en
la realidad con amor y con conocimiento. Educar es convertir a alguien en
persona. La educación es la base para edificar una trayectoria personal
adecuada”.[2] Con las dos acepciones etimológicas
de la palabra educar: “educare” como
conducir, orientar o guiar, y “educere” como
extraer lo mejor de sí de cada persona.
Si nos
preguntamos como padres ¿para qué educamos a nuestros hijos? La respuesta
unánime será “para que sean felices”. Si algo realmente queremos para nuestros
hijos es la felicidad. “La Felicidad es el fin último de todos los actos del
hombre”.[3]
Salvo algún
caso patológico, la esencia de la educación de los padres es lograr que sus
hijos sean felices. Si actuamos mal, no es porque les queremos causar un daño a
nuestros hijos, sino, por el contrario, porque creíamos que actuando de esa
manera estábamos haciéndoles un bien. Aunque algunas veces nos distraemos
brindándoles cosas materiales, en el fondo, es porque creemos que esos “regalos” le van a dar la felicidad,
aunque son sólo un medio, y no un fin, para ser felices.
“En la
educación, el objetivo indiscutible es la felicidad. Toda educación, si lo es
en un sentido pleno, intenta proporcionar al que se educa los medios
suficientes para que sea feliz”.[4] En una relación filial sana, el amor
del padre hacia el hijo siempre está presente.
¿Qué es el
amor? Si pensamos una definición de amor que pudiese definirlo simplemente,
pero sin dejar de ser profundo, diríamos con Santo Tomás, que es el “velle bonum” [5], es “querer
el bien”.
¿Qué padre no
querrá el bien para su hijo? ¿Y por qué queremos el bien para nuestros hijos?
Porque sabemos que la
Felicidad no la va a encontrar en el mal, por el contrario,
se acercará en la medida que se acerque al bien. Es preciso hacerles entender
que en el mero placer tampoco encontrarán la Felicidad. “El placer sensible es
un fenómeno periférico que se refiere únicamente al «yo»
que desea,
siente y apetece, mientras que la felicidad es un fenómeno profundo que afecta
al «yo» total o global”.[6]
¿Eso significa
que el camino será fácil? Seguramente, no. ¿Será siempre placentero? Tampoco.
¿Cómo hacemos para poder orientarnos hacia ese rumbo? Es aquí donde es preciso plantear
los valores. “Los valores no se ‘inculcan’ en los niños como si se inyectaran.
Más bien, se les dan ejemplos de vida, y los niños sacan provecho de ellos”.[7] Los mismos valores que inculcamos a
nuestros hijos para que puedan vivir plenamente su vida son los valores que
procuraremos para que puedan vivir plenamente su sexualidad.
“Los valores
son criterios con los que contamos ya antes de actuar. Base firme de ideas y
creencias positivas que valen por sí mismas”.[8] En la sociedad en que
vivimos está de moda hablar de “educar en valores”. Pero, ¿qué se entiende por
valor? “Es un grado de utilidad o aptitudes de las cosas, para satisfacer las
necesidades o proporcionar bienestar”.[9] Los valores, por lo tanto,
se proclaman, son referentes y pautas que orientan el comportamiento humano. ¿Y
dónde encontramos esos valores? Precisamente para que se constituya como una
“base firme”, y la valoración no esté condicionada por la moda o la cultura es
preciso hablar de las virtudes.
Las virtudes
morales nos orientan hacia el bien, nos alejan del mal y nos acercan a la
felicidad y será el rumbo que les debemos mostrar a nuestros hijos. Precisamente
el concepto virtud, proveniente del latín “virtus”
y significa fuerza para producir o causar efectos, es decir, hace
referencia a la fuerza o energía que orienta a las potencias a obrar para
obtener un fin determinado. Santo Tomás afirma que “la virtud es esencialmente
un hábito operativo bueno”.[10] Analicemos
la definición:
v Hábito: facilidad adquirida
por la práctica constante;
v Operativo: conjunto de
operaciones orientadas hacia un fin;
v Bueno: constituye al logro
de la realización de la persona.
Siguiendo el
pensamiento del Aquinate, Pieper plantea: “La virtud es, como dice Santo Tomás,
ultimum potentiae, lo máximo a que
puede aspirar el hombre, o sea, la realización de las posibilidades humanas en
el aspecto natural y sobrenatural”.[11]
Pero el mundo
en el que vivimos se encarga de simplificarnos la cuestión: nos propone vivir
de una manera fácil, totalmente placentera, “Líquida”
–diría Zygmunt Bauman- o “Light”, como
describe al hombre Enrique Rojas. Se busca en el placer y en el bienestar la
felicidad, pero sólo se encuentra aburrimiento e incertidumbre que lleva a la persona
a un vacío existencial.
Como salida a
estas sensaciones, se insiste en la búsqueda del placer y del goce inmediato,
generando así un círculo vicioso que no tarda en desembocar en la
insatisfacción, la depresión y, en algunos casos, el suicidio. El hedonismo
está, lamentablemente,
instalado en la cultura contemporánea.
Desde el mundo adulto surge con frecuencia un
mensaje que genera una paradoja: “Disfruta
la juventud, pero cuídate”. La primera parte de esta frase está asociada a
realizar todo aquello que genere placer y evitar lo que suponga esfuerzo y
sacrifico. “Disfrutar la juventud” es sinónimo de falta de compromiso y
ausencia de responsabilidades; se promueve a realizar una serie de actividades
que en otro momento de la vida no serán “lógicas”
(diversión constante, alcohol sin límite, sexo “libre”, etc.). Pero se le
agrega “cuídate” lo cual implica
decir “no te hagas daño” o, peor aún,
“no me traigas problemas” (entiéndase
por “problemas” embarazo o enfermedades). Para muchos padres “cuidarse” es sinónimo de “usar preservativo”, así lo plantean
abiertamente.
Pero los
jóvenes no se “cuidan”. No se cuidan
ni con el sexo ni con el alcohol. “Cuidarse”,
“no es usar o no usar”, no es evitar un embarazo o el SIDA, “cuidarse” es vivir plenamente la vida,
es vivir plenamente la sexualidad y, para ello, es necesario el compromiso, el
hacerse responsable. “Cuidarse” es
saber decir que “sí” o que “no” en pos de algo bueno. Implica, en muchas
ocasiones, esfuerzo y sacrificio.
El adolescente
se guía por los impulsos y afirma con insistencia “¡yo hago lo que quiero!”. Pero no es así. El adolescente hace lo
que “desea” y se deja llevar por lo primero que llega a su mente o por lo que
le genera un goce inmediato. No piensa en las consecuencias.
El “hacer lo que quiero” implica la
intervención de la inteligencia y de la voluntad –las dos facultades humanas
que nos diferencian de los animales-, la inteligencia para discernir lo que es
bueno para nosotros (no necesariamente placentero) y la voluntad para poder
dirigirnos hacia ese bien y poder alcanzarlo (superando los obstáculos que se
presenten).
“Desear es
anhelar algo de forma próxima, rápida, con una cierta inmediatez. Querer es
pretender una meta más a largo plazo, pero sin la transitoriedad de la
anterior, especificando el objetivo, limitando los campos con la firme
resolución de llegar a la meta cueste lo que cueste. El querer es profundo y
estable. Muchos deseos son juguetes del momento. Casi todo lo que se quiere
significa un progreso personal”.[12] El deseo está guiado por el impulso,
sin mediatización del pensamiento. Lo que “siente”, lo hace. En el querer el
proceso es diferente.
En este mismo sentido
San Agustín plantea: “ama et quod vis fac”.
“Ama y haz lo que quieras; lo que quieras, no el capricho, no lo que se te
ocurra, sino lo que puedas querer, lo que puedes verdaderamente querer (...) No
lo que te digan los sentimientos, o el capricho, no, no... lo que puedas
realmente querer. Ama y haz lo que quieras. Si lo haces realmente por amor,
puedes hacerlo, lo que quieras. Lo que puedas querer realmente, lo que puedas
querer amorosamente, por amor. Naturalmente, si se quita el “ama”, se destruye
la frase, como es natural. No es haz lo que quieras, el capricho, o lo que te
guste, o lo que te convenga; no, no, al contrario”.[13]
Recordemos que
el amor es querer el bien, y es en el amor, en esa búsqueda del bien donde
podemos hacer lo que queremos. En el deseo la búsqueda está enfocada en la
satisfacción y el placer, lo que no implica que necesariamente sea lo bueno.
El estudio de
las virtudes nos puede dar un sinnúmero de herramientas para aplicar en la
educación de nuestros hijos, que nos permitirán lograr un buen discernimiento,
dar a cada uno lo que es suyo, superar los obstáculos que se presenten y lograr
manejar los impulsos. Cuando hablamos de todos estos conceptos, aún sin darnos
cuenta, estamos hablando de las virtudes morales: la prudencia, la justicia, la
fortaleza y la templanza.
Realizando una
pequeña síntesis de cada virtud, podemos decir que:
Ø La Prudencia radica propiamente en el
entendimiento, como uso de la razón que nos lleva al bien. La prudencia es una
virtud moral e intelectual y le permite a la persona juzgar que es lo que debe
hacer y actuar en consecuencia. “Quien ignora cómo son y están verdaderamente
las cosas no puede obrar bien, pues el bien es lo que está conforme con la
realidad”.[14] No alcanza con la voluntad
de querer obrar bien, hay que saber y aprender a hacerlo.
Ø La
Justicia es dar a cada uno lo que le corresponde, es decir, dar a
cada uno lo que es suyo. No a todos por igual, sino aquello que es un bien para
el otro, y lo que es bueno para uno, no necesariamente será bueno para el otro.
La justicia implica siempre relaciones con los demás y nos permiten ordenar la
vida social.
Ø La
Fortaleza , su nombre lo indica, es la fuerza que nos permite buscar
el bien a pesar de las dificultades. La fortaleza se pone de manifiesto en dos
actos:[15] atacar y resistir, enfrentarse con
los peligros que se presenten o resistir los obstáculos que puedan surgir en el
transcurso de nuestra vida. “En el primer caso, encuentra su campo de actuación
la valentía y la audacia, que llevan a enfrentarse con las dificultades con
ánimo esforzado; en el segundo, la paciencia y la perseverancia, que hace
superar el desaliento ante las limitaciones propias y ajenas y mueve a seguir
con firmeza el objetivo propuesto. El acto más propio de la fortaleza no es el
atacar sino el resistir”.[16] Muchos padres promueven en
sus hijos los primeros y desvalorizan los segundos, ¿no será éste un motivo de
tantas frustraciones y fracasos de los jóvenes frente a las contrariedades que
se le presentan en la vida?
Ø La
Templanza que implica cierta moderación de los impulsos por el uso
de la razón y la voluntad, encauzando los actos humanos hacia el bien. La
templanza busca la armonía entre los sentidos y la razón.
Hay una
relación entre todas las virtudes, no es posible una sin la ayuda de las otras
y la conquista de una virtud permitirá el logro de las demás. Cada virtud
necesita de las demás, aunque Santo Tomás de Aquino afirma: “no hay virtud que
no participe la prudencia”.[17] A partir de la prudencia, se
dan las demás virtudes morales, pero a su vez no puede haber prudencia si no se
dan las demás virtudes morales.
Entonces, la
manera de ayudar a nuestros hijos a que se acerquen a la felicidad es a través
de las virtudes. “La virtud humana es la que hace bueno el acto humano y bueno
al hombre mismo”.[18] Esto que muchos padres lo
saben y tratan de aplicarlo en la educación de los hijos, en pos de que sean
buenas personas, hombres de bien, honestos ciudadanos, no necesariamente lo
aplican en relación a la formación de la sexualidad de sus hijos.
Es que si
queremos que nuestros hijos vivan plenamente su sexualidad también debemos hablar
de las virtudes. “La tiranía de las pasiones despojan al hombre de lo que
formalmente le constituye como tal, su racionalidad, para convertirlo en un
manojo de fuerzas instintivas”.[19] Para evitarlo debemos educar a
nuestros hijos en las virtudes en general y en la templanza en particular para
abordar la sexualidad en su integralidad.
[1]
YGMUNT BAUMAN, MIRTA. Vida líquida.
Ed. Páidos. 2006. Pág. 79.
[2]
ROJAS, ENRIQUE. Los lenguajes del deseo.
Ed. Planeta. Argentina. 2004. Pág. 15.
[4]
ALTAREJOS, FRANCISCO. La Felicidad como Objetivo en la Educación
familiar. Instituto de Ciencias para la Familia.
Universidad Austral.
[5]
TOMÁS de AQUINO. Suma Teológica.
Biblioteca de Autores Cristianos. I-II q. 20.
[6]
CASTILLO CEBALLOS, GERARDO. Cautivos en la Adolescencia. Oikos-tau. España. 1997. Pág. 22.
[7]
DOLTO, FRANÇOISE. La educación en el
núcleo familiar. Paidós. Pág. 103
[8]
ROJAS, ENRIQUE. Los lenguajes del deseo.
Ed. Planeta. Argentina. 2004. Pág. 325.
[9] Diccionario de la Real Academia Española.
[10]
TOMÁS de AQUINO. Suma Teológica.
Biblioteca de Autores Cristianos. I-II q. 55.
[11]
PIEPER, JOSEF. Las virtudes
fundamentales. Ed. Rialp. España. 1997. Pág. 15.
[12]
ROJAS, ENRIQUE. Los lenguajes del deseo.
Ed. Planeta. 2004. Pág. 55.
[13]
MARÍAS, JULIÁN. Extracto de la transcripción de la conferencia del curso “Los estilos de la Filosofía ”.
España. 2000 http://www.hottopos.com/mirand12/jms1agus.htm
[14]
PIEPER, JOSEF. Las virtudes
fundamentales. Ed. Rialp. España. 1997. Pág. 16.
[15]
TOMÁS de AQUINO. Suma Teológica. Ediciones de Autores Cristianos. I-II q. 123.
[16] DEBELJUH,
PATRICIA. El desafío de la Ética. Temas. 2003. Pág. 185.
[17]
TOMÁS de AQUINO. Suma Teológica. Ediciones de Autores Cristianos. I-II q. 47.
[18]
TOMÁS de AQUINO. Suma Teológica. Ediciones de Autores Cristianos. I-II q. 55.
[19]
ALVIRA, TOMÁS. Libertad moral y unidad del hombre. EUNSA. Pág. 180.
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