Cuando
dos personas establecen un vínculo, nunca es indiferente la reacción que se
genera, en cada persona, en la vivencia de su sexualidad. Nos referimos desde
el simple hecho de vivir, pensar y sentir, como varones o mujeres, hasta las
relaciones sexuales que se elegirán realizar.
En esta
dimensión psicológica, incluimos los aspectos que se relacionan con el conjunto
de ideas, creencias, conocimientos, que determinan un modo de pensar la
sexualidad. Al mismo tiempo, hacemos referencia a las sensaciones, sentimientos
y emociones que se ponen en juego en el desarrollo de la misma.
No
es fácil diferenciar dos áreas que se relacionan e interactúan, sin embargo las
plantearemos por separado para poder entender la influencia que tienen en
nuestras conductas. Un área hace referencia a los aspectos relacionados al
pensamiento; y otra, a los afectos. Podemos poner énfasis en los aspectos de
esta dimensión o simplemente negarlos, pero tenemos que tener en cuenta que
siempre están en juego.
El pensamiento
juega un rol fundamental en la vivencia de la sexualidad. No en vano, muchos
autores plantean que el órgano sexual más importante no son los genitales sino el
cerebro.
Desde la
infancia, las personas desarrollan ideas o creencias acerca de ellas mismas, de
las otras personas y del mundo, que generan pensamientos específicos y
conductas consecuentes. Las ideas o creencias sobre la sexualidad pueden
influir de un modo positivo o negativo en el momento de la relación sexual.
Estas creencias
se pueden modificar, cambiar, confrontar con otras ideas. Por lo tanto, es
posible desterrar algunos tabúes y cambiar algunos pensamientos y modificar
conductas negativas, generando beneficios no solo en lo emocional sino, también
en lo fisiológico.
Los pensamientos
influyen de manera decisiva en la relación sexual y en la obtención de placer.
Miedos, inseguridades, ansiedad, ideas inhibitorias, falta de confianza,
creencias populares o religiosas; pueden generar perturbaciones a la hora de
mantener una relación sexual y de vivir plenamente la sexualidad.
“Cuando la
relación sexual es tan solo contacto entre dos cuerpos que buscan placer, no se
puede hablar de un auténtico encuentro personal, en el que prima la afectividad.
Si bien en el animal el instinto sexual es el mecanismo por el que se busca el
placer por encima de todo, en el ser humano maduro deberán existir otros
motivos más profundos capaces de encauzar los estímulos sexuales hacia la mejor
configuración de uno mismo”[1].
Todo ser humano
tiene una necesidad afectiva, no alcanza con la satisfacción de necesidades
fisiológicas ni con el hecho de descargar un impulso. Es preciso, tarde o
temprano, satisfacer la necesidad afectiva de contención y cariño, de recibir y
dar afecto a otra persona.
Precisamente
apoyarse en esta dimensión de la sexualidad permite superar situaciones de
abstinencia sexual que se pueden presentar a lo largo de la vida de una pareja.
Situaciones en donde deberán mantener la abstinencia por razones de salud o
distancia (por ejemplo: después del nacimiento de un hijo, enfermedades o
accidentes, viajes por trabajo, etc.). En estos casos, el afecto deberá
triunfar sobre los impulsos.
“La sexualidad
es un modo de ser, pero antes es también un impulso sensible, un deseo sexual,
biológico, orgánico. Si no se acoge ese impulso en el ámbito de la conciencia y
de la voluntad, se generan conflictos y disarmonía. Si se acoge, se ejercen el
amor y sus actos de una forma específica. Por eso, la sexualidad es importante,
pero el amor y sus actos lo es más: con él puede lograrse la armonía del alma
al integrar el impulso sexual con el resto de las dimensiones humanas, los
sentimientos, la voluntad, la razón, etc.”[2].
Es necesario
brindarles a nuestros hijos la formación para que puedan manejar sus impulsos y
sostener su fidelidad sobre la base del afecto. “El animal está regido por los
instintos, mientras que el hombre lo está por su inteligencia y su voluntad”[3]. En la medida que
desarrollemos estas facultades humanas, presentes en esta dimensión, se podrán
manejar los impulsos que lleguen de la dimensión biológica.
Existe un
riesgo posible aquí: reducción de la sexualidad a la conciencia y primacía de
lo afectivo. ‘Sí lo sentís, hacelo’ es una expresión que podría ejemplificar
esta simplificación.
Otro aspecto
importante que tiene esta dimensión en cuanto lo afectivo, es ¿cómo vienen
nuestros hijos en la construcción de su autoestima? Si logran desarrollar una
buena autoestima asumirán una mayor responsabilidad afectiva, un compromiso con
el autocuidado y mejor manejo de su sexualidad. Muchos adolescentes acceden a
tener relaciones sexuales por su miedo al rechazo y dificultad para decir ‘no’. En otros, la búsqueda de afecto o
valoración del otro los lleva a aceptar propuestas que traerán consigo
consecuencias indeseables.
“La autoestima
es la idea, concepto u opinión que el ser humano llega a formarse sobre su
propia valía y sus capacidades, cualidades y méritos en general. Es la síntesis
de todos los pensamientos, sentimientos y experiencias positivas o negativas
que han ido formando y condicionando nuestra vida, y que nunca dejan de influir
en lo que somos, en cómo nos sentimos y en cómo nos comportamos”[4].
Fortalecer la
autoestima de nuestros hijos no solo será importante para la sexualidad sino
para inmunizarlo frente a las problemáticas actuales que tienen que enfrentar
los jóvenes en la sociedad en que vivimos, por ejemplo, la conducta abusiva del
alcohol o las drogas, y lo ayudará en todas sus relaciones vinculares. “Los
problemas de autoestima son la base de la mayor parte de los problemas
psicológicos, afectivos, de relaciones personales, familiares y laborales”[5].
[1]
ROJAS, ENRIQUE. El Amor Inteligente. Ed.
Booket. 2007. Pág. 228.
[2]
YEPES STORK, RICARDO. Fundamentos de
antropología. Eunsa. 1996. Pág. 272.
[3]
ROJAS, ENRIQUE. El Amor Inteligente.
Ed. Booket. España. 2007. Pág. 229.
[4]
DEBELJUH, GERMÁN. Manual para los que
están en camino. GRAM Editora. Argentina. 2014. Pág. 47.
[5]
DEBELJUH, GERMÁN. Manual para los que
están en camino. GRAM Editora. Argentina. 2014. Pág. 47.
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