Podemos observar a los
adolescentes en muchas situaciones donde se encuentran en un estado de total
ausencia de conciencia y, por lo tanto, una ausencia de elección. Situaciones
de descontrol, de violencia, de abuso del alcohol o drogas, accidentes de
tránsito, acciones de riesgo, hasta actos delictivos. Es evidente que en
ninguna de esas situaciones hay “dominio
de sí”.
Por lo tanto, esos
adolescentes tendrán actitudes similares en la manera de vivir la sexualidad:
descontrol, agresiones, relaciones sexuales bajo el efecto del alcohol o las
drogas, hasta violaciones.
“La búsqueda del orgasmo sexual asume un
carácter que lo asemeja bastante al alcoholismo o la afición a las drogas. Se
convierte en un desesperado intento de escapar a la angustia que engendra la
separatidad y provoca una sensación cada vez mayor de separación, puesto que el
acto sexual sin amor nunca elimina el abismo que existe entre dos seres
humanos, excepto en forma momentánea.”[1]
Las consecuencias son
claras: contagio de enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados
-en algunos casos hasta con dudas con respecto a la paternidad-, hasta abortos
provocados.
No pensemos solamente en
situaciones tan extremas. Muchos adolescentes buscan en las relaciones sexuales
la posibilidad de “mejorar” su
autoestima. Nos podemos encontrarnos con dos polos opuestos –siendo dos caras
de una misma moneda-, aquel que necesita jactarse de sus hazañas sexuales para
sentirse importante, y aquel que se somete a las exigencias con la esperanza de
encontrar afecto, cariño, contención, encontrándose con la sensación de vacío y
de haber sido un objeto de satisfacción para el otro.
Ambos, están excesivamente
supeditados a la valoración de otro. En ambos casos, amor excesivo y
menosprecio de sí mismo, dejan al descubierto una baja autoestima. “La persona
afectivamente madura se estima, se valora y respeta a sí misma”.[2] Por lo tanto, el fomentar
precisamente la auto-estima, la valoración de sí mismo, en distintos aspectos
de su personalidad, estaremos ayudando a nuestros hijos a vivir la sexualidad
de manera plena.
Así como educamos a
nuestros hijos para que sepan dominar su ira y manejar la bronca, debemos
ayudarlos a que controlen sus impulsos sexuales, puedan diferenciar sus
sentimientos, describir sus emociones, para luego decidir las acciones que le
permitan vivir plenamente su sexualidad.
Desde que nuestros hijos
nacen, nuestra tarea fundamental es acompañarlos en todo su crecimiento; ya sea
crecimiento físico, psicológico, social y espiritual. Para ello realizamos
infinidad de acciones –todas las que estén a nuestro alcance- para brindarles
ese crecimiento integral y, en ese proceso, alcancen la felicidad.
Pensemos en la exigencia, implícita o
explícita, que ejercemos hacia nuestros hijos para que alcancen la madurez
personal. El concepto de madurez personal abarca todos los niveles de la
persona: el biológico, el psicológico, el social y el trascendente o
espiritual. “En el concepto de madurez habría que señalar, principalmente, los
términos de direccionalidad y finalidad, integración, capacidad de emitir
conductas ajustadas a las circunstancias, continuidad en el sentido de la
trayectoria biográfica y estabilidad personal”. [3]
Si nos detenemos en el
concepto de madurez psicológica podemos decir que consiste “en la capacidad de someter todos los impulsos, deseos y
emociones a la ordenación de la razón, o, si se prefiere, a la luz de nuestro
entendimiento y la decisión de nuestra voluntad”. [4]
Ahora bien, confrontemos
este concepto de madurez con el concepto de castidad que venimos analizando y
veamos que plantea el Catecismo de la Iglesia Católica : “La castidad
implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad
humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la
paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado” [5]
Se desprende de estos
conceptos que el dominio de sí es
necesario para la madurez y que, obteniendo esa madurez psicológica, obtenemos
la capacidad de integrar la sexualidad a nuestra vida de un modo casto, “con la
capacidad de dominar, controlar y orientar los impulsos de carácter sexual
(concupiscencia de la carne) y sus consecuencias, en la subjetividad
psicosomática del hombre.” [6]
No estamos planteando la
castidad como una exigencia diferente, ni como algo ajeno a la naturaleza del
hombre. Si dejamos que nuestros hijos se guíen solo por aquello que les genere
placer, queda claro que el resultado no será precisamente la felicidad. Tal vez, lo tenemos presente para otros
aspectos de la educación de nuestros hijos, pero es tan válido como para la
educación de la sexualidad. “El hedonismo ni es, ni podrá ser jamás, un punto
cardinal que sirva de referencia para el ordenamiento de la conducta sexual
humana”. [7]
Alentamos a que nuestros
hijos elijan qué hacer de sus vidas en lo académico, lo laboral, lo familiar.
Debemos inculcarles qué elijan que hacer con su sexualidad. Giulia Veronese lo
plantea claramente: “La
Castidad es más que la simple continencia (…) La Castidad es el resultado
normal de una elección humana (…) Presupone siempre una conciencia, más o menos
clara, del valor de la sexualidad en su doble finalidad la procreatividad y
amor”. [8]
Y si hablamos de Amor, es
necesario que hablemos de entrega. Si no logramos superar el egoísmo de pensar
en nuestro propio placer, será imposible alcanzar el Amor maduro.
“Podemos definir la
castidad como un modo de vivir la sexualidad, integrando todos los aspectos de
la persona en relación a un TU (persona, prójimo, comunidad, Dios) para ser
capaz de AMAR y ser amado. Nos referimos al amor oblativo alterocéntrico:
capacidad de amar y de ser amado.”[9]
El egoísmo y la búsqueda
de placer constante son propios del niño, pero a medida que crece el nivel de
tolerancia a la frustración irá en aumento y ya no se considerará el “centro de universo”. “Los psicólogos
profundos están unánimemente de acuerdo en ver la fijación infantil la
principal causa de la incapacidad para el amor”.[10] El Amor maduro reconoce la autonomía
del otro y aspira a la comunión de dos libertades entre iguales.
“Técnicamente, se puede
decir que una persona madura posee la capacidad de establecer relaciones
amorosas profundas y duraderas”.[11] En la madurez se logra, precisamente,
el amor maduro.
Aquí también hablamos de
castidad. “La castidad es la energía espiritual que libera el amor del egoísmo
y de la agresividad. En la medida en que en el hombre se debilita la castidad,
su amor se hace progresivamente egoísta, es decir, deseo de placer y ya no don
de sí.” [12]
Es que el fin de ese amor
maduro se consume en la constitución de una nueva familia, en donde la
fidelidad y la entrega serán valores imprescindibles en su base. “La madurez de
la sexualidad se alcanza cuando se otorga a una sola persona y se continúa
después en la familia y en los hijos.” [13]
“Sexualidad, amor y realización y destino personal están tomados de la
mano. El amor es el algo tan especial que convierte a la vida en destino. Por
lo tanto, la elección es afectiva y existencial: esta elección nos constituye y
define; al elegir me elijo y defino mi propio proyecto existencial. Al definir
a quien y cómo amo, elijo quién soy y cómo soy.” [14]
Será necesario hablar,
claro y conciso, desde el comienzo y nunca dar por cerrado el tema. No importa
las edades de padres e hijos, siempre surgirán nuevas dudas o planteos en torno
a la sexualidad.
Queda claro que no
hablamos de un solo aspecto de la sexualidad como ligada al sexo, sino como una
formación que nos constituye como personas íntegras. Esta tarea estará ligada a
la formación de valores como la confianza, la sinceridad, la fidelidad y la
entrega. Valores que se aplican a distintos ámbitos de la vida humana y que en
la sexualidad la podemos sintetizar en una palabra: Castidad.
Está más claro aún que “De eso no se habla”. La sociedad en su
conjunto y los medios de comunicación en particular, no hablan de “eso”.
Pero, el ámbito por excelencia en donde se tiene que procurar la formación
sólida de la persona es en la familia, por lo tanto, es el seno de la familia
en donde se deben plantear estos temas.
Es nuestro deber como
padres, detenernos a hablar con una profunda convicción y con la posibilidad concreta
de poder escuchar los que nuestros hijos tienen para preguntar y decir. Nos
encontraremos con mensajes que ellos reciben de otros lados, ideas que no
compartimos o nos producen rechazo. Pero es necesario recurrir al diálogo y que
ellos sientan que nuestros planteo surge de querer mostrarles un Bien,
aunque ellos no lo puedan ver a simple vista ni en un primer momento.
Como padres, tenemos que
tomar conciencia que debemos comenzar desde la niñez. Es muy difícil pretender
que, nuestros hijos adolescentes, se dispongan a conversar con nosotros sino
fuimos generando un espacio de diálogo, de escucha y de comprensión, desde la
infancia.
Debemos mostrar, con
argumentos sólidos, la importancia de vivir la castidad mientras estén solos o
ya de novios porque esto les facilitará la construcción de su propia familia.
Es necesario consolidar
una actitud de cultivo hacia la sexualidad, la cual se sostenga en el tiempo y
permita una formación íntegra de la persona. Así como se le dedica tanto tiempo
a la formación intelectual o al cuidado del cuerpo, se debe realizar la
formación en sexualidad basada en la virtud de la castidad.
Las virtudes, en general,
y la castidad, en particular, son herramientas indispensables para educación de
nuestros hijos. Pero como toda herramienta la debemos conocer para poder
utilizarla. Ojalá este artículo permita acercarnos a estas temáticas y con estas
ideas podamos allanar el camino hacia nuestra felicidad y a la de nuestros
hijos.
[1] FROMM, ERICH. El arte de amar. Paidós. España. 2007. Pág. 13
[2] ORLANDO MARTÍN R. El mundo de los afectos. Koinomía. Argentina. 2001. Pág. 44
[3] POLAINO - LORENTE, AQUILINO. Madurez personal y amor conyugal. Biblioteca del Instituto de Ciencias para la Familia. Ed. Rialp. España. 1992. Pág. 9
[4] POLAINO - LORENTE, AQUILINO. Madurez personal y amor conyugal. Biblioteca del Instituto de Ciencias para la Familia. Ed. Rialp. España. 1992. Pág. 10
[5] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA. Nº 2339.
[6] JUAN PABLO II. Teología del Cuerpo. Audiencia del 24 de octubre de 1984
[7] POLAINO LORENTE, AQUILINO. Los 4 puntos cardinales de la Sexualidad Humana. Instituto de Ciencias de la Educación. Universidad De Navarra
[8] GARCÍA HOZ, VICTOR. Educación de la Sexualidad. Biblioteca del Instituto de Ciencias para la Familia. Ed. Rialp. España. 2002. Pág. 29
[9] GASTALDI, ITALO–PERELLÓ, JULIO. Sexualidad. Ediciones Don Bosco. Argentina. 1991. Pág. 13 (las palabras en mayúsculas son del autor)
[10] LLEP, IGNACE. Psicoanálisis del Amor. Ed. Carlos Lohlé. Argentina. 1960. Pág. 115
[11] ORLANDO MARTÍN R. El mundo de los afectos. Koinomía. Argentina. 2001. Pág. 121
[12] CONSEJO PONTIFICO PARA LA FAMILIA. Sexualidad Humana: Verdad y Significado. San Pablo. Argentina. 1996
[13] YEPES STORK, RICARDO. Fundamentos de antropología. Eunsa. España. 1996. Pág. 281
[14] MARTÍN ORLANDO R. El mundo de los afectos. Koinomía. Argentina. 2001. Pág. 121
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