Tener un adolescente en casa puede revolucionar un hogar. Las
revoluciones suponen un proceso de cambio que trae aparejado cuestiones
positivas y otras no tanto. No siempre es una guerra o lucha de poder. Como
padres es preciso que no nos pongamos en esa posición. Tenemos más
probabilidades de perder que de ganar.
La mayoría de los adolescentes mantienen una actitud desafiante ante los
límites que imponen los padres. Si no se imponen límites, los adolescentes
sostienen una actitud aún más desafiante en busca de esos límites que a muchos
padres les cuesta poner. Nuestra tarea como educadores es la de marcar ciertas
pautas, los deberes y obligaciones que tienen nuestros hijos sin que ello
implique declarar una “guerra”.
Para muchos padres no es fácil elaborar el proceso de crecimiento de los
hijos adolescentes, que por un lado, ya no son niños que necesitan ser guiados
constantemente, pero todavía no están lo suficientemente maduros para asumir
sus propias decisiones. El punto de equilibrio entre acompañarlos y no
agobiarlos, o darles libertad sin dejarlos a la deriva no es fácil.
Pensando en una analogía que permita reflexionar en esta compleja
función paterna, viene a mi mente una imagen muy campera que puede resultar
útil como estrategia para manejar diferentes situaciones con los hijos
adolescentes.
Los chacareros que viven en el campo es muy frecuente que tengan, en un
sector no muy cercano a la casa, un chiquero para criar algunos cerdos. En
muchos casos, no es la principal actividad que realizan sino que es
complementaria a otras actividades agropecuarias. Sabido es que los chiqueros
no se caracterizan por ser lugares limpios. Así lo afirma el dicho popular: “Chanco
limpio, nunca engorda”.
Si alguien que no es muy avezado en el manejo de estos animales quiere
sacar a un chancho del chiquero puede recurrir a un lazo, abrir la tranquera
del chiquero, enlazar al chancho e intentar sacarlo por la puerta. En cuanto el
animal sienta la presión del lazo en su cuello y la fuerza que lo lleve en
sentido a la puerta, lo más probable es que clave sus pesuñas en el barro y
comience a hacer fuerza en el sentido contrario. Conclusión, la persona no
puede sacar al chancho del chiquero y corre el riesgo de quedar tendido en el
barro a causa de la fuerza del animal.
Por el contrario, el hombre de campo, si quiere sacar al chancho del
chiquero lo que va a hacer es: abrir la puerta del chiquero, rodear al animal colocándose
detrás de él, y tirar la cola en sentido contrario a donde quiere que vaya el
chancho, y el animal se dirigirá hacia la salida. En muchos casos, ni entra al
chiquero, desde afuera indica el camino, se corre de la puerta y hace algunas
señales para el animal vaya por donde él quiere pero desde atrás.
Esta escena campestre nos invita a pensar cuántas veces insistimos con
nuestros hijos el camino que ellos tienen que hacer. Le decimos cuál es el
camino, cómo y cuándo tienen que hacer ese recorrido y logramos,
paradójicamente, que ellos vayan en sentido contrario.
Si pensamos en esta analogía, es preciso mantener nuestro lugar como
padres, sostener los límites que nuestros hijos necesitan, como el alambrado
del “chiquero”, para luego abrir la puerta e indicar el camino de salida pero,
sin dejar de estar presentes, corrernos de la puerta y acompañar desde atrás
este proceso de crecimiento. Ellos puedan encontrar la salida y asumir la
responsabilidad que la libertad implica.
Es preciso que nos mantengamos presentes, que alentemos a nuestros hijos
en la importancia de que elijan el camino para salir del “chiquero”,
conservando cierta paciencia para acompañarlos en este proceso de búsqueda que
la adolescencia les propone.
Insistir, interrogar, intimidar, mucho menos gritar, discutir o pelear, nos
va a dar buenos resultados, más aún, seguramente logrará que todos terminemos
en el “chiquero”. Dialogar, confiar, escuchar y mucho más acompañar, estando
presente efectiva y afectivamente, permitirá que todos salgamos fortalecidos de
la experiencia de tener un adolescente en casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario