Según la Organización Mundial de
la Salud (OMS), la adolescencia es la etapa de la vida comprendida entre los 10
y los 19 años, la que se inicia con los cambios puberales y se adquieren nuevas
habilidades sociales, cognitivas y emocionales. Este proceso se caracteriza por
una serie de cambios que se van dando de manera abrupta en los aspectos
físicos, psicológicos, sociales y emocionales.
La adolescencia se considera una
etapa de tránsito entre la infancia y la madurez. Este paso de la infancia a la
edad adulta adquiere características diferenciales, según la época y la
cultura en que se desarrolla. No en todas las culturas el ciclo vital de la
adolescencia es reconocido como estadio diferenciado. Algunos investigadores
consideran que es un invento creado por las sociedades industrializadas, puesto
que exigen mayor preparación antes de insertase en el mundo laboral y asumir
los roles de adulto.
En los países occidentales, la
formación del adolescente para integrarse en la vida adulta se basa en la
instrucción escolar. Se valora el rendimiento cognitivo, pero se olvidan otras
tareas, como la búsqueda de la identidad o la construcción de una personalidad
madura.
El sentido de la adolescencia es
dar paso a la madurez. Por ello, el adolescente sufre una serie de
transformaciones que afectan prácticamente a todos los aspectos de su personalidad:
a su vertiente biológica (cambios corporales), a su estructura intelectual, a
su mundo afectivo (el adolescente se ve sometido a ‘inestabilidades’ y vaivenes emocionales que se expresan en su
conducta), a su imagen del mundo y al sentido de la existencia.[1]
Eva Giberti señala que hay una tendencia histórica que dice que adolescencia
viene de la palabra adolecer y que los adolescentes son los que adolecen. A
raíz de esto, hay toda una lectura del adolescente como sujeto que sufre. Pues
bien, parece que aunque todo el mundo lo repite, esto no es así. El término
proviene del latín antiguo y está formado por una parte que significaría ‘camino’
y otra parte vinculada con el ‘estar en’. De modo que los
adolescentes serían ‘los que están en camino’, los que
reciben heridas mientras están en la ruta hacia el ser adulto.
“Entonces, si nos manejamos con la idea tradicional de
los
que adolecen, somos discriminatorios. Incluso llamarlos ‘los
que están en camino’ coloca el ser adulto como meta del sujeto y la
meta del sujeto no es ser adulto, es ser sujeto. Ser sujeto en la medida de lo
que pueda, de acuerdo con la edad cronológica y los tiempos lógicos y psíquicos
que le correspondan”.[2]
1. PERSPECTIVAS SOBRE LA
ADOLESCENCIA
La adolescencia está atravesada
por distintos contextos históricos, sociales y culturales, lo que genera
distintas interpretaciones según los diferentes puntos de vista que se acentúan.
Podemos pensar la adolescencia desde una perspectiva biológica, psicológica,
jurídica e, incluso, generacional. Cada nueva generación modifica estos
contextos, produciendo distintas formas de vivir la adolescencia, con
lenguajes, gustos, modas y formas de pensar propias.
Para pensar, la influencia que la
cultura y la sociedad ejercen sobre la adolescencia, podemos citar a la
antropóloga Margaret Mead, quien realizó estudios sobre la
adolescencia en Samoa (1928). En las conclusiones de estos estudios destacó la
importancia de los factores culturales en el desarrollo de la adolescencia, ya
que en estas sociedades era una etapa placentera de la vida y no se
caracterizaba por crisis y tensiones. Los niños de Samoa eran educados de forma
responsable y asistían a sucesos fundamentales de la vida, como el nacimiento o
la muerte.
Desde la perspectiva constructivista se contempla la adolescencia como un
proceso de desarrollo de las propias potencialidades o recursos psicológicos
ante las diferentes posibilidades presentes en la vida, proceso que debe
permitir la consecución de la autonomía personal y social.
Entre las potencialidades que
marcan la transición adolescente y los cambios y retos que todo adolescente
debe afrontar, destacan los siguientes:
Ø Apropiación de una concepción científica del
mundo. Permite el análisis de las variables implicadas en un fenómeno y el
dominio del pensamiento hipotético, deductivo e inductivo. La adquisición del
pensamiento abstracto posibilita trabajar mentalmente con datos hipotéticos o
posibles.
Ø Construir la propia identidad
personal: Revisar la imagen (autoconcepto y autoestima) que uno tiene
de sí mismo, las expectativas y proyectos futuros. Esto supone la aceptación de
las transformaciones físicas de la pubertad y alcanzar la independencia
emocional, previa redefinición de la relación familiar.
Ø Otras facetas que se deben
desarrollar son la adquisición de una moral autónoma, basada en reciprocidad
y cooperación, y nuevas relaciones interpersonales y sociales; por ejemplo, el
inicio de una relación de pareja y el desempeño de un rol estudiantil o
laboral.[3]
2. PUBERTAD
Este concepto esta cercano al
concepto de adolescencia, ya que se entiende por pubertad los cambios físicos que
la persona va atravesar en esta etapa de la vida. La transformación
física del cuerpo y la maduración sexual durante esta etapa marcan el comienzo
de la adolescencia o la transición entre la
infancia y la vida adulta. En un tiempo breve, los adolescentes experimentan
cambios físicos muy acusados: el crecimiento acelerado en peso y
altura, el desarrollo de las características sexuales secundarias y la
adquisición de la capacidad reproductiva.
La pubertad comienza
con secreciones hormonales, que desencadenan un rápido crecimiento, en las mujeres
comienza a partir de los 11 años y en los varones a partir de los 13. Durante
este proceso se desarrollan los caracteres
sexuales primarios, maduración de los órganos reproductores, ovarios y
testículos, y los caracteres sexuales secundarios (rasgos no reproductores). En
ambos casos aparece el vello pubiano y axilar; en las chicas se produce un aumento
de los pechos y las caderas y en los
chicos aparece el vello facial y la
voz más grave.
La pubertad puede determinarse con señales objetivas: en las
chicas aparece la menstruación, que indica la maduración sexual de la mujer, y en los chicos la aparición
del vello púbico y la capacidad de eyaculación. La fecha de la menarquía (primera menstruación) no
depende solamente de factores madurativos. Se ha comprobado que, en general, se
adelanta en las ciudades y en los países más cálidos, mientras que se retrasa
en los países fríos.[2]
La adolescencia es una fase de reafirmación del Yo; el
individuo toma conciencia de sí mismo y adquiere mayor control emocional. Los
problemas relacionados con el proceso de crecimiento, el desarrollo de los
órganos genitales, y las consecuencias derivadas de los caracteres sexuales
secundarios hacen del adolescente un ser
diferente, ambivalente a veces, acomplejado y en lucha permanente con su
imagen corporal.
En esta etapa se produce un gran afán de independencia y libertad. El adolescente quiere mayor
autonomía y busca nuevas
experiencias, pierde la confianza básica en la familia, lo que hace que se
sienta extraño y angustiado en un mundo con el que no se siente plenamente
identificado.
A los padres les cuesta comprender que su hijo ya no es un
niño y que para su crecimiento personal necesita mayor autonomía. El
adolescente no tiene una actitud de huida, sino de búsqueda. No quiere
marcharse de casa, sino vivir en ella de otra manera.
El adolescente, por otra parte, necesita romper el apego
materno y liberarse de la imposición autoritaria del padre. Si la madre se
empeña en retener afectivamente al hijo/a o el padre intenta imponer su
autoridad, con ello impiden la autonomía de sus hijos. Esta situación
conflictiva origina que el adolescente tenga un comportamiento susceptible,
arrogante y crítico, no sólo con los padres, sino con todas las figuras de
autoridad.
Cada
adolescente mira a su interior y contempla un mundo psíquico rico en
posibilidades. Reconoce la madurez de su pensamiento, conoce su inteligencia
práctica y creativa, es consciente de su capacidad de tomar decisiones y de
ser responsable de las consecuencias de sus actos y posee una sexualidad que les
equipara a los adultos.
A veces, el retraimiento interior se interpreta desde fuera
como un excesivo egocentrismo, sobrevaloración personal y disconformidad con
quienes le rodean, pero es necesario este proceso para que el adolescente
afiance su personalidad y adquiera un pensamiento racional y unos valores
acordes con su realidad circundante. Este período introspectivo trae consigo
una reorganización de los sentimientos, mostrando la necesidad de compartir y
solidarizarse con el entorno social, lugar donde él desplegará su forma de ser
y estar, para desarrollar una vida lo más coherente posible.
En cuanto al final de la adolescencia es difícil de precisar,
porque depende de factores psicológicos y sociales (como, por ejemplo, la
independencia económica, acceder al mundo laboral o elegir una carrera
universitaria). La búsqueda de la identidad es una tarea que comienza en la
adolescencia pero que no finaliza al entrar en la adultez, sino que durará toda
la vida.
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