La infancia es la etapa de la vida
en la que se construyen los cimientos, también los relacionados con la
sexualidad. Para que nuestros hijos vivan plenamente su vida y puedan integrar
la sexualidad a ella, será bueno brindar un ámbito de confianza ya en la
infancia, donde podamos ayudarlos escuchando y respondiendo sus dudas. La comunicación
será clave, no sólo para el desarrollo de la sexualidad, sino también para la
consolidación de un vínculo padre-hijo que permita el despliegue de todas las
potencialidades de nuestros hijos.
¿Pero, a qué nos referimos con el
concepto de vínculo? Francisco Guarna lo define de esta manera: “Vínculo es
un modo especial de contacto que tiene las características de alta
significación y suficiente permanencia”1. A través de él, se producen
modificaciones significativas y suficientemente permanentes en el yo. La
función más importante de un vínculo significativo es ‘sacar lo mejor de sí’.
Así, un vínculo sano está centrado
en el amor y permite el desarrollo pleno de cada persona, o sea, desplegar al
máximo sus propias potencialidades. Un vínculo paterno-filial fuerte es la
mejor fuente para una medicina y psicología preventiva. Si el vínculo está
signado por la ansiedad, generará angustia y más ansiedad. Si el vínculo está
dominado por el control, generará inseguridad y miedo. Y, a su vez, un vínculo
disfuncional generará conductas patológicas.
Desde los primeros años de vida, es
necesaria la satisfacción de las necesidades del bebé, pero también es bueno
dejar un espacio para la frustración, que le permita desarrollar un grado de
tolerancia. No somos perfectos y, por tanto, puede pasar que en el
establecimiento de los vínculos se cometan errores, pero siempre existe la
posibilidad de reparar esos errores, los propios y los ajenos, y restablecer
vínculos significativos.
“La fortaleza emocional ni nace con
nosotros, ni depende de la instrucción, ni del dinero, ni de la raza, clase
social o religión. La fortaleza emocional se adquiere, se va aprendiendo desde
etapas muy precoces de aquello que el niño recibe de su entorno. En él, las figuras
preponderantes son, por cierto, los padres”.2
Estas figuras deberán cumplir con
las funciones parentales. Por un lado, una función nutricia, brindando
alimento, cuidado, abrigo, pero, a su vez, contención y afecto. Por otro lado,
una función normativa, en donde se comenzará a instalar el NO, las normas y los
límites. Estas dos funciones, es preciso que la ejerzan el padre y la madre, en
mayor o menor medida, pero ambos tienen que ser nutricios y normativos. El
ejercicio de estas funciones parentales requiere consenso, compromiso y
coherencia de los padres.
Generalmente, la madre tiene una
tendencia natural a ser más nutricia y el padre más normativo pero no tiene que
ser exclusivo sino complementario. El padre tiene la tarea de contención y
afecto no sólo del bebé sino también de su esposa, que en los primeros meses de
vida del hijo demandará constantemente de él. La madre tiene que ser sostenida
por el padre —o alguien que la ayude— por el propio agotamiento físico y por
sus propias necesidades afectivas.
El logro de estas funciones
parentales permitirá alcanzar lo que Bowlby denominó apego: “La conducta
de apego es cualquier forma de conducta que tiene como resultado el logro o la conservación
de la proximidad con otro individuo claramente identificado al que se considera
mejor capacitado para enfrentarse al mundo (…) Saber que la figura de apego es
accesible y sensible le da a la persona un fuerte y penetrante sentimiento de
seguridad y la alienta a valorar y continuar la relación. Si bien la conducta
de apego es muy obvia en la primera infancia, puede observarse a lo largo del
ciclo de la vida”.3
Si las funciones parentales no se
cumplen, o bien, una se cumple muy por encima de la otra, provocarán
consecuencias importantes en los hijos. Incluso se pueden generar cuadros psicopatológicos
severos. A partir del apego, se logra una base segura en donde el niño puede
desplegar todas potencialidades bio-psico-sociales y espirituales. A medida que
crece, es capaz de lograr una buena autoestima, preguntarse por el sentido de
su existencia y realizar de forma responsable su proyecto vital.
Una base segura brinda la
posibilidad al niño y, más adelante, al adolescente, de salir al mundo,
explorarlo y regresar con sus padres contando con la seguridad de que van a ser
bien recibidos. Encontrarán tranquilidad si están asustados; contención
emocional si están afligidos; alivio y cariño si necesitan ser reconfortados
física y afectivamente.
Desde el comienzo del libro estamos
planteando la necesidad de ampliar nuestra visión frente a la sexualidad. Por
lo tanto, es importante descubrir la necesidad de lograr una base segura, de
ayudar a nuestros hijos a desarrollar su autoestima y a manejar sus impulsos —traducidos
en berrinches—, de poner límites, y de brindarle nuestro afecto de manera
explícita: palabras cariñosas y caricias. Todo esto será valioso para la formación
de su personalidad y la vivencia plena de la sexualidad.
Hay padres que generan una gran
expectativa en relación al sexo que tendrá su hijo y construyen proyectos y
sueños que ese hijo o esa hija deberá cumplir. No hay que olvidar que ellos son
personas únicas e irrepetibles, con sus propios proyectos y sueños. Aceptar que
no han venido a este mundo a cumplir nuestros propios proyectos o nuestros
sueños frustrados nos permitirá establecer un vínculo más saludable con ellos.
Si el sexo no fue el deseado, es preciso elaborar el ‘duelo’ rápidamente
para lograr una aceptación incondicional de nuestros hijos.
Las fallas que se den en esta etapa
pueden traer consecuencias directas en el manejo de la sexualidad.
Frustraciones, inseguridades, dependencia, control excesivo; se pueden traducir
en actitudes negativas hacia la sexualidad. En los primeros cinco años de vida se
asientan las bases para la formación de la identidad y el despertar de las
motivaciones que tendrán nuestros hijos a lo largo de sus vidas.
1.- ¿Sexualidad en la infancia?
Durante mucho tiempo se pensó que no
era apropiado hablar de sexualidad con los niños —se podría despertar un interés
desmedido— y que no había necesidad de hablar de ‘ese’ tema en la
infancia. La sexualidad no es un tema para dejarlo para más adelante, para
cuando se desarrolle o sea adolescente.
Con sólo tener un infante en casa,
sabemos que los niños tienen curiosidad y necesitan saber. Una reacción negativa
frente a las preguntas que el niño hace, puede inhibir esta curiosidad. Nuestra
reacción y nuestras respuestas a estos interrogantes serán clave para el
crecimiento emocional, motivacional, físico e intelectual de nuestros hijos.
Los niños quieren conocer el mundo,
su cuerpo, y —naturalmente— aspectos relacionados directamente con la sexualidad.
No podemos pensar que la vivencia de la sexualidad es la misma en la infancia
que en la adultez. Cuando se enfrentan distintas situaciones que pueden
sorprender o asustar a un adulto, pensarlas desde las características propias
de la infancia permite entenderlas de otra manera y con otra perspectiva.
En muchos casos, actitudes que
pueden ser —desde la mirada del adulto— exhibicionistas, homosexuales o masturbatorias,
pueden sorprender a los padres. No necesariamente estas actitudes tienen que
ser condenadas. Hay que tener en cuenta que, en la infancia, la curiosidad es
una actitud natural, la genitalidad está poco desarrollada, la identidad sexual
no está en juego.
En la infancia, “entre las propias
especificidades encontramos:
1) genitalidad poco desarrollada
(órganos y caracteres sexuales);
2) bajos niveles hormonales, por
tanto, pulsión sexual poco vigorosa;
3) placer sexual no específico;
4) la atracción es fundamentalmente
afectiva; cuando es ‘sexual’, es muy confusa;
5) la orientación del deseo (hétero,
homo o bisexual), si bien se originan las asignaciones y atribuciones, recién
se consolidan en la pubertad y adolescencia;
6) la conducta sexual infantil, en
especial los juegos sexuales y las conductas de autoexploración y estimulación,
se basan en motivaciones propias del infante.
Hay niños que buscan explícitamente
el placer sexual, especialmente a través de la masturbación”.4
Frente a estas últimas conductas
mencionadas, nuestra respuesta puede lograr revertirlas fácilmente o, por el
contrario, colaborar a que se sostengan en el tiempo. Hay niños que se detienen
especialmente en las autoexploraciones (masturbación) en busca de gratificación.
En estos casos es necesario preguntarse qué está pasando con este niño en
particular. Tal vez, sea la única fuente de gratificación que ha encontrado. Si
las conductas autoexploratorias no desaparecen será necesaria una consulta con
un profesional.
Antes de comenzar a hablar de
sexualidad con nuestros hijos (sea cual fuere la etapa que esté atravesando)
hay que revisar la actitud que tenemos frente a este tema. Nuestros hijos perciben
con mayor claridad nuestra actitud que nuestra palabra. Y cuantos más pequeños,
más perceptivos. Por lo tanto, es importante tomar conciencia de estas
actitudes y comenzar a trabajarlas lo antes posible para evitar transmitir a
nuestros hijos actitudes negativas.
Algunas de las más frecuentes:
· Miedo.
· Vergüenza.
· Rechazo.
· Actitud Evasiva.
· Desligarse de eso y/o derivarlo a otro.
Buscar información, hablar el tema
en la pareja, encontrar momentos de diálogo: son algunas estrategias inmediatas
para concretar. Si las actitudes negativas persisten y se agravan, será conveniente
buscar la ayuda de un especialista.
A modo de guía, se plantean
algunos interrogantes que pueden servir para pensar cómo responder a las
inquietudes que surjan en los más pequeños:
a. ¿Cuándo?
b. ¿Qué?
c. ¿Cómo?
d. ¿Cuánto?
a. ¿Cuándo?
Desde que nacen, y aún antes, ya
comenzamos a hablar de sexualidad con nuestros hijos. ¿Acaso ponerle el nombre
no es la base de la constitución de su identidad sexual? Por lo tanto, ya
comenzamos a tratarlo como varón o mujer, lo cual influirá en el modo de
desarrollar su sexualidad.
Pero, volviendo a la pregunta
concreta, es probable que si nuestro hijo comenzó a hablar, empiece a formular
preguntas sobre cualquier tema, incluso la sexualidad. Tal vez preguntas indirectas
sobre la diferenciación de los sexos, sobre algo que vio en la televisión o
alguna palabra que no entendió y que se relaciona con la sexualidad. Por lo
tanto, el ‘cuándo’ será iniciado naturalmente por nuestro hijo.
Muchos niños, por iniciativa de los
adultos, cuentan chistes o dicen palabras obscenas, para generar risas o
situaciones graciosas. En ese caso, es nuestra responsabilidad explicar el significado
de esas palabras y desestimar su uso en situaciones sociales.
Es esperable que el niño comience a
preguntar sobre temas relacionados con la sexualidad de manera espontánea. Si
para los 3 o 4 años no lo hizo, debemos preguntarnos si no tuvimos algo que ver
con esa situación o si alguna actitud nuestra no está interfiriendo en la
imposibilidad de hablar de ‘eso’.
b. ¿Qué?
Nuestros hijos nos van a sorprender
con las propuestas temáticas que, seguramente, irán surgiendo. Es que en la medida
en que ellos se den cuenta de que pueden encontrar respuestas en nosotros, seguirán
preguntando y profundizando sus interrogantes. A modo de itinerario, se
plantean tres grandes temas que tendríamos que hablar con nuestros hijos durante
esta etapa:
1. Diferenciación de los sexos.
2. Embarazo y Parto.
3. Concepción.
Generalmente comienzan en ese orden.
Dar una respuesta positiva al primer punto facilita la posibilidad de explicar
el segundo y la comprensión del tercero. A su vez, nos da tiempo para ir
preparando la respuesta que le vamos a dar a los próximos interrogantes.
En algunas ocasiones no siguen
preguntando porque encontraron en su imaginación respuestas fantásticas que
distan mucho de la realidad. Por lo tanto, será necesario revisar los conceptos
que van asimilando nuestros hijos.
c. ¿Cómo?
De una manera clara y concisa. No
sirve dar complejas y extensas explicaciones, ya que los niños no van a tener
la suficiente atención para seguirnos y, por lo tanto, no llegarán a
comprendernos.
Y desde la verdad. Si bien puede
resultar más fácil recurrir a algún mito o fantasía, a la larga ésto complicará
aún más el desarrollo del tema. Muchos padres hasta recurren a mentiras para
salir de ‘esa’ situación incómoda, sin darse cuenta de que le están
enseñando, precisamente, a mentir —cuando descubran la mentira, perderemos
también su confianza— y, por otro lado, resultará muy difícil asimilar nuevos
conceptos, si los primeros son imprecisos o fantasiosos.
Hay que hablar utilizando un
lenguaje coloquial y no técnico. En esta etapa no es necesario brindarles
información técnica ni mostrarle láminas o imágenes, sino dar una explicación necesaria
para que el niño cubra su curiosidad y comprenda, de un modo simple, las
respuestas que les brindamos a sus dudas.
Un recurso válido para hablar de los
genitales o de cómo se produce la reproducción es a partir de la observación de
los animales. Mostrar las similitudes y hablar de las diferencias que hay entre
la reproducción animal y la procreación humana suele ser una situación más
cómoda tanto para los padres como para los hijos.
d. ¿Cuánto?
Esta cuestión, como las demás,
depende de cada hijo. En líneas generales puede decirse hasta que pregunte. Si
dejó de preguntar es porque necesita tiempo para procesar la información que
obtuvo. Seguramente, más adelante, volverán las preguntas.
No sobrestimularlo con información o
imágenes, pero tampoco tener miedo a responder las preguntas que plantee. En
todo caso, darle una respuesta sencilla pero que permita retomarla en otro
momento.
2.- ¿Qué comunican los medios?
Un aspecto para tener en cuenta es
la exposición de nuestros hijos a imágenes y contenidos que puedan recibir por
los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión. Tengamos en
cuenta que son un grupo etáreo en el que aún no se han constituido las diferencias
entre la fantasía y la realidad, entre lo que está bien y lo que está mal, y
reciben infinidad de mensajes —explícitos o implícitos— en contra del
matrimonio y de la familia, y otros que no concuerdan con nuestros valores.
En muchas ocasiones, nos sorprenden
publicidades o programas con contenidos poco apropiados para nuestros hijos. Es
un aprendizaje por imitación que, en la mayoría de los casos, es totalmente
opuesto a los que nosotros queremos enseñarles y que ameritarán una explicación
acorde a nuestros principios e ideas.
A pesar de que no buscamos esas
situaciones y de que nos parece negativo para nuestros hijos, no dejemos de
aprovechar el momento para hablar de lo que pensamos y sentimos, para fijar
nuestra posición sobre determinados contenidos mediáticos. Si nosotros nos
comportamos de una manera indiferente o no nos ocupamos de supervisar lo que
nuestros hijos reciben, ellos irán incorporando conductas, modelos y hábitos
que distan demasiado de aquellos que nosotros queremos inculcarles.
Exigir el cumplimiento del horario
de protección al menor es una tarea de la Autoridad Federal de Servicios de
Comunicación Audiovisual (ex COMFER) pero, si no se cumple, es responsabilidad
de los padres hacerla cumplir en el seno del hogar. En reuniones sociales,
muchos padres se ‘rasgan las vestiduras’ al criticar escenas de programas con alto rating, pero son
los primeros en sentarse frente al televisor al momento de la cena familiar
para verlos.
La penetración de los medios de
comunicación es muy fuerte (TV, Internet, cine, etc.) y no podemos ser ingenuos
pensando que nuestros hijos van a ser inmunes a sus efectos. Ayudar a nuestros
hijos a desarrollar un pensamiento crítico le será útil para discernir qué es
lo bueno y lo malo, no sólo de los medios de comunicación, sino de todo el
entorno social.
3.- Hablemos de Pudor
En tiempos en donde los medios de
comunicación masivos invaden la intimidad de las personas es necesario
descubrir el valor del pudor. Desde la infancia, es preciso reservar un espacio
de intimidad para desarrollar el pudor. Se asocia con la vergüenza y tiene una
connotación negativa; pero no se oculta sólo aquello que es malo, también el
bien permanece oculto.
Esta intimidad comienza con el
propio cuerpo y permite cultivar una intimidad personal. “El pudor es ansia de
preservación de lo íntimo y está movido por la necesidad de preservar su
pureza, de que el núcleo de la persona no sea manchado. Dicho núcleo debe permanecer
intacto, intocado”5.
El cuerpo humano no es impúdico en
sí mismo. No hay partes buenas o partes malas. Todo nuestro cuerpo es bueno, pero
hay partes que se pueden mostrar y hay otras partes que se reservan para la
propia intimidad o para personas determinadas: los padres, los médicos, en
situaciones puntuales.
Para propiciar esa intimidad del
cuerpo es importante evitar andar desnudo por la casa —ni niños ni adultos—,
golpear antes de entrar a una habitación, no compartir el baño con otros, etc.
Es importante supervisar el baño de los niños y que aprendan a bañarse solos y
que higienicen todas las partes de su cuerpo; pero evitando compartir el baño
niños y adultos. Puede suceder en una situación excepcional pero no es prudente
hacerlo todos los días.
En cuanto a los abusos sexuales, “la
prevención, que debe desarrollarse desde la infancia, ha de acrecentarse,
enseñando a cuidarse, a hacerse respetar, a cultivar la propia intimidad”6.
Cuando los niños logran desarrollar su intimidad, pueden identificar claramente
cuándo está siendo invadida o violada y, si se logró hablar abiertamente de
sexualidad, pueden contarles a sus padres actitudes sospechosas. En general,
los abusadores son personas del entorno, conocidas por el niño y que, luego de
un período de acercamiento, de complicidad y secreto, culminan realizando
abusos sexuales.
Diferente situación se presenta
cuando la actitud de curiosidad lleva a niños de 3 a 4 años a ver o tocar los
genitales de ellos mismos o de compañeritos de la misma edad. Esta situación no
tiene que ser condenada por parte de los padres o adultos, pero tampoco
propiciarlas. Desestimarlas y proponer otras actividades permite a los niños
salir rápidamente de estas conductas.
Cuando una persona no cuida su
propia intimidad corporal, resulta difícil cultivar la intimidad personal. Gabriel
Marcel plantea: “El pudor es la manifestación de que no me agoto en mis propias
manifestaciones”. Somos mucho más de lo que mostramos. El pudor tiene mucho que
ver con el dominio de uno mismo, de la propia intimidad, con capacidad de
entrega.
No sólo debemos poner el acento en
el cuerpo sino en otros aspectos de la intimidad personal. Hay un sinnúmero de situaciones
que son privativas de la persona o la familia, y es bueno mantenerlas
reservadas. Distinguir aquellas cuestiones que pueden contarse de las que no
deben contarse es una tarea para realizar entre padres e hijos desde los
primeros años de vida. Los niños tienen que
darse cuenta de que contar intimidades de la familia o de
otras personas a extraños no es bueno, por más que resulten graciosas para los
demás.
Si podemos consolidar el pudor
durante la infancia de nuestros hijos, será una conquista para toda su vida que
les permitirá afianzar su personalidad y vivir plenamente su sexualidad.
1
Apuntes de Cátedra Métodos Psicoterapeúticos
de la Facultad de Psicología de la UCA, a cargo del Doctor
en Psicología Francisco Guarna. 1997.
2
TRENCHI, NATALIA. Educar en tiempos
difíciles. Hacer Familia. 2009. Pág. 15.
3BOWLBY,
JOHN. Una Base Segura. Buenos Aires. Paidós.
1995. Pág. 40.
4ORLANDO,
MARTÍN R. – MADRID, ENCARNACIÓN M. Didáctica de la
educación sexual. Un enfoque personalizador de la sexualidad y el amor. Ed.
SB. 1993. Pág. 118.
5PITHOD,
ABELARDO. El Alma y su cuerpo. Una síntesis
psicológica-antropológica. Grupo Editor
Latinoamericano. 1994. Pág. 210.
6ORLANDO,
MARTÍN R. – MADRID, ENCARNACIÓN M. Didáctica de la
educación sexual. Un enfoque personalizador de la sexualidad y el amor. Ed.
SB. 1993. Pág. 155.
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