miércoles, 15 de abril de 2020

El hábito no hace al monje…pero el “hábito” hace al beato.

Perdonen mi atrevimiento, pero voy a completar este dicho popular. Seguramente habrán escuchado este refrán “El hábito no hace al monje” que se viene escuchando desde Siglo XVI hasta nuestros días. Tengo que confesarles que durante mucho tiempo no tenía claro el alcance de esta expresión. Y para aclararlo es que quiero compartir con ustedes estas reflexiones que nos permitirán pensar un poco más allá.
Muchas veces este refrán puede generar confusión porque la palabra “hábito” tiene dos principales acepciones:
1. Modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes.
2. Vestido o traje que cada persona usa según su estado, ministerio o nación, y   especialmente el que usan los religiosos y religiosas.
En relación con el refrán, está claro que hace referencia al segundo significado. No es el “hábito” -la vestimenta- la que hace de una persona un monje, sino el cumplimiento de sus votos y sus actos lo que lo definen como tal. De ahí, que lo podemos aplicar a nuestra vida. No dejarnos guiar por las apariencias, por la primera impresión, o por lo que vemos exteriormente, sino ir hacia lo interno, lo profundo, lo que está detrás del “disfraz”.
También sería interesante pensarlo en función de distintos “hábitos” que nos podemos poner a nosotros mismos y esto no nos convierte automáticamente en mejores personas. Un título universitario, un nuevo cargo, un puesto de liderazgo en el trabajo, son “hábitos” que podemos adquirir pero que después tendremos que demostrar si podemos hacer un buen uso de ese rol y brindar lo mejor de nosotros mismos. Puede ser que nuestro comportamiento no rinda honor a nuestro nuevo “atuendo”.
Ahora bien, permítanme completar el refrán jugando con las palabras. “El hábito hace al beato”. Aquí, retomo la duda que he tenido durante muchos años. El “hábito” ¿hace o no hace al monje? Es que muchas veces pensaba, en la primera definición de “hábito” puesto que la vida monástica tiene un modo particular de ser vivida, con muchos “hábitos” o costumbres, que los monjes asumen con convicción y compromiso.
Este otro significado de la palabra “hábito”, nos permite pensar qué conductas estamos repitiendo, puesto que no nacemos con “hábitos”. Estos comportamientos son aprendidos a partir de la repetición. Pero no todos los “hábitos” son buenos. En la “Ética a Nicómaco”, Aristóteles define los hábitos como aquello en virtud de lo cual nos comportamos bien o mal respecto de las pasiones.
Desde un punto de vista psicológico, los “hábitos”, sean positivos o nocivos, se crean porque el cerebro siempre busca la forma de economizar esfuerzo, intenta generar una rutina para ahorrar tiempo y energía. Es un elemento básico del aprendizaje humano.
Y cuando me refiero a “beato”, no lo hago en relación con una cuestión religiosa o teológica, sino siguiendo la línea del “monje” y haciendo alusión a su significado etimológico. La palabra “beato” viene del latín “beatus” que significa colmado de bienes y “beare” enriquecer, hacer feliz. Al hacer referencia a una persona “beata”, estamos definiendo a una persona “feliz”.  La felicidad no puede estar alejada de las virtudes, y las virtudes son los valores hechos vida. Una virtud es un “hábito” operativo bueno que perfecciona al ser humano. Por lo tanto, los “hábitos” nos pueden conducir a la felicidad.
Es sabido que los hábitos pueden ser buenos o malos. Los hábitos buenos son precisamente las virtudes y los hábitos malos son los vicios. Las virtudes nos pueden ayudar a mejorar aspectos de nuestra vida y los vicios pueden ser nocivos para nuestra salud física o psicológica.
Sócrates lo sintetizaba diciendo: “Lo que hay que hacer para ser feliz es practicar las virtudes y hacerse así virtuoso; esta es la mejor sabiduría”. Más tarde, Aristóteles afirmaba que la felicidad es una actividad de acuerdo con la virtud. El hombre feliz vive bien y obra bien. En “Ética a Nicómano”, planteaba que la virtud humana no es una facultad, sino un hábito: surge como consecuencia de la práctica y el aprendizaje.
Por lo tanto, es un buen momento para distinguir nuestros “hábitos” aquellos que nos hacen bien -una virtud- de aquellos que nos hacen mal -un vicio. Muchas veces es más difícil cambiar un hábito negativo, que generar un nuevo hábito positivo. Pensemos, entonces: ¿Qué estamos haciendo y qué podemos hacer para ser felices?
Tal Ben-Shahar, Doctor en Psicología, profesor en Harvard de la asignatura de la Ciencia de la Felicidad, nos plantea “hábitos” buenos que nos permitan aprender a ser feliz:
1.-Mantener las relaciones íntimas y sólidas, no perfectas sino sanas. Con acuerdos y desacuerdos. Relaciones de pareja, familia, amigos.
2.-Simplificar la vida, dedicar tiempo para detenernos a meditar, rezar, hacer silencio interior, leer, hacer una sola tarea a la vez y disfrutarla plenamente.
3.-El ejercicio físico. Todos sabemos que nos hace bien para nuestra salud física, pero tenemos que descubrir que hacer actividad física nos acerca a la felicidad.
4.-Expresar la gratitud y aprecia lo que se tiene. Si elegimos ser agradecidos nuestra vida seguramente va a ir por un camino más positivo. Nos fortalecemos al ser agradecido. 
5.-Darnos permiso para ser humanos. Aprender de los errores. Dejar que las emociones dolorosas fluyan a través de nosotros.
6.-Buscar actividades que nos proporcione significado para nuestra vida y que nos genere placer, eso puede contribuir a generar la felicidad del día y, con el paso de los días, a una vida más feliz.
La invitación está hecha: a revisar nuestros “hábitos”, sostener aquellos que nos hacen mejores e incorporar los que queremos para nuestra vida. Siempre hay tiempo para cambiar. Aristóteles nos dice: “La felicidad depende de nosotros mismos” y de los “hábitos” que nos perfeccionen, nos hagan “beatos”, nos hagan felices. ¡El “hábito” no hace al monje, pero el “hábito” nos puede hacer felices!