miércoles, 25 de mayo de 2011

Prensa

domingo, 22 de mayo de 2011

Prólogo de Walter Bonillo - Última Parte

Sexo y sexualidad no son lo mismo. La sexualidad, lejos de limitarse a la genitalidad, se propone como vehículo de entrega y recepción del otro, como vehículo de plenitud humana. En el hombre y en la mujer el placer sexual está llamado a alcanzar el gozo del amor que los realiza y los encamina en la construcción de un ‘nosotros’. Es cierto que en el amor existe una tensión y un momento de posesión de todo aquello que el otro puede otorgarme, que me agrada y me enriquece. Pero el amor es también, y esencialmente, apertura al otro en entrega y comunicación de mis dones más propios. La tensión entre el amor de sí y el amor al otro es superada por la construcción de un ‘nosotros’ que aúna ambos términos y los enriquece.
Sexo y sexualidad no son lo mismo. Alcanzar la condición humana en la sexualidad supone madurez, implica el ejercicio de integrar todas las facultades en vistas de nuestras finalidades más hondas. En este ejercicio se accede y se irradia la virtud de la castidad, virtud que nuestro autor propone a la reflexión apropiadamente. La castidad supone, en efecto, que nos realizamos, no por el repliegue sobre nuestros deseos egoístas, sino por la apertura y la donación. Esta alta exigencia de la vocación a la plenitud solicita esfuerzo personal, pero también acompañamiento y ayuda, palabra y gesto.
Es necesario hablar de sexualidad. Es preciso que tomemos la palabra. Una palabra que está ausente. Una palabra que se resista a detenerse en los umbrales del sexo y quiera expresar la profundidad humana inherente a la sexualidad. Una palabra que se haga extensa, que se desarrolle en la experiencia y que descanse en el gesto del testimonio. Agradecemos a Germán Debeljuh este aporte para el diálogo claro, genuino y continuo entre padres e hijos, entre educadores y jóvenes educandos. Padres y educadores ¡Hablemos de sexualidad y seamos nosotros lo que deseamos que sean nuestros hijos!
                                                  WALTER BONILLO

miércoles, 18 de mayo de 2011

Prólogo de Walter Bonillo 2° Parte

La exageración en cualquiera de estos polos conlleva la pérdida de la plenitud humana. Exagerar el peso del proyecto sobre la libertad nos lleva al vicio de la  rigidez y su intento de clonar comportamientos, de clonar hijos. El resultado es inmediato: no serán ellos mismos por más atractivos que nos parezcan. Nosotros no habremos sido modelos que expongan valores dignos de imitar, sino ídolos que sólo generan copias, simples payasos y fantoches. No debemos dejar de proponerles ideales, sin embargo ellos los recrearán a su modo.
De modo análogo, la exageración en el polo opuesto nos conduce al vicio de dejar huérfanos a nuestros hijos. La libertad concreta no se ejercita en el vacío sino en un plexo de propuestas alternativas. No se es padre por el sólo hecho de engendrar; padre, comentaba Tomás de Aquino, es quien reconoce al hijo. Padre es el que cuida de su fragilidad y le propone sus posibles más propios. La tarea de un padre no queda limitada a liberar al hijo de sus debilidades y pobrezas, supone también estar presente para mostrarle los horizontes que darán sentido a su crecimiento.
La síntesis referida y encarnada en el corazón de nuestros hijos no se alcanza cabalmente si no existe un auténtico testimonio de verdad y de vida por nuestra parte. Nuestros jóvenes necesitan no sólo de nuestras palabras, también de nuestros gestos. El hombre contemporáneo, enseñaba Juan Pablo II, cree más en los testigos que en los maestros, cree más en las experiencias que en las doctrinas, cree más en los hechos que en las palabras. Seamos nosotros lo que deseamos que sean nuestros hijos.
En esta dirección, el autor del libro nos acerca la mirada de quien, por su práctica profesional y su tarea docente, muestra una fecunda cercanía con nuestros niños y jóvenes. Más allá de su manifiesta esta altura académica se anima a hablarnos con sencillez y claridad de aquello de lo que no se habla: de la sexualidad. El objetivo de su trabajo es acercar a padres y educadores una serie de ideas y conceptos que les permitan hablar con los hijos y alumnos, sobre un tema tan controvertido como la formación de la sexualidad humana. No busca detenerse en el plano informativo sino más bien consolidar en nuestros jóvenes una formación sólida.
Ahora bien, ¿podemos decir que no se habla de sexualidad en una sociedad que ha hecho del sexo un aviso publicitario y lo ha convertido en la bandera de la ‘eterna juventud’? Esta circunstancia despierta en el autor, precisamente, la necesidad de elucidar lo que significa ‘hablar de sexualidad’.
En el texto se explicita la distinción entre sexo y sexualidad. A pesar de que en la actualidad el sexo es un tema recurrente y forma parte, incluso, de propuestas educativas, su tratamiento no ha logrado encauzar un adecuado crecimiento en nuestros jóvenes. La cantidad de embarazos tempranos y no deseados, los abortos y el abandono de niños, nos indica que hemos dejado demasiado tiempo esta dimensión e inquietud de nuestros hijos en manos ajenas, no siempre bien intencionadas. Hemos dejado de estar allí para nuestros hijos, y ellos necesitan nuestra presencia.

domingo, 15 de mayo de 2011

Prólogo de Walter Bonillo

Nunca fue fácil educar a los hijos. Nunca fue fácil educar. El mismo término se nos presenta complejo. Por un lado proviene, en su raíz latina, de educare, que refiere a la idea de amamantar, de ‘nutrir la vida’. En este sentido, educar indica lo que les proponemos a nuestros hijos, lo que realizamos por ellos. La raíz griega, por otro lado, remite a la expresión educere, que alude a un ‘hacer surgir’, un ‘conducir desde el sí mismo’. En este caso, educar pretende alcanzar el desarrollo pleno del ser en sus características propias.
Es posible enlazar con facilidad ambos sentidos. Nutrimos una vida para que se desarrolle en sus propias características, amamantamos una vida nueva y distinta y lo que surge necesita ser amamantado para madurar plenamente. Sin embargo, es interesante detenerse a observar que de todos modos existe una leve tensión entre los dos polos: por un lado, lo que se le propone a nuestros hijos desde la sociedad y la cultura y, por otro, el espacio de su desarrollo personal, que implica cierta ruptura y novedad respecto de lo dado.
Educar a nuestros hijos supone ejercer ese fino arbitraje entre los polos mencionados. Nos exige lograr una síntesis entre ambos: una síntesis entre un proyecto y una libertad. Educar es amamantar y nutrir una vida para su integridad y plenitud en los términos y en las condiciones que establece una libertad para elegirla y vivirla. Educar es favorecer esa síntesis en nuestros hijos, no sólo en su inteligencia y en su conducta, sino fundamentalmente en su corazón. No sólo por entrenamiento o modelización, sino por elección personal.

lunes, 9 de mayo de 2011

Formación, no sólo información.

En muchos casos tienen una información escasa o, aún peor, errónea del sexo. En pocos casos se mantiene un diálogo más profundo abarcando más dimensiones de la sexualidad, pero no necesariamente hablamos de valores, y es precisamente en el tratamiento de las virtudes en donde encontraremos herramientas para darles la formación necesaria a nuestros hijos para que enfrenten los estímulos que se les presenten.
¿Por qué planteamos ésto con tanta seguridad? Si logramos transmitir valores a nuestros hijos, lograremos formar personas maduras, que sepan realmente lo que quieren para sus vidas y que desarrollen la voluntad para hacerlo, y no personas que se dejen llevar ciegamente por los impulsos y los deseos.
Allí es donde queremos apuntar: a una formación íntegra de la persona, con dominio de sí, capaz de afrontar las tentaciones que se le van a presentar en el camino, no sólo durante la adolescencia y la juventud, sino también a lo largo de toda su vida. Este dominio de sí, de sus impulsos, de su cuerpo, de su imaginación, es parte indispensable de una educación en valores que le permitirá conducir la sexualidad hacia una expresión adecuada de su capacidad de amar.

domingo, 1 de mayo de 2011

¿De qué hablamos?

          Podemos afirmar que, en los medios de comunicación, el énfasis que se le da al sexo es mayor que en otros tiempos. ¿Los motivos? Por un lado, una cultura hedonista en donde la felicidad es sinónimo de placer. Las pautas publicitarias, los programas de televisión y los contenidos que circulan por Internet están cargados de un excesivo erotismo. Por otro lado, el aumento de casos de enfermedades de transmisión sexual –aunque se habla casi con exclusividad del SIDA– y el temor al embarazo no deseado, sobre todo en adolescentes.
Por lo tanto, los padres se ven en la obligación de hablar de sexo con sus hijos. Volvemos a remarcar que muchos lo hacen. Pero la temática gira en torno a cómo se gesta un hijo, al SIDA y a los métodos anticonceptivos. Del porcentaje elevado de padres que hablan con sus hijos, la mayoría cree que con una o dos charlas de una hora alcanzan para evacuar todas las dudas que puedan tener los adolescentes.
Con esas conversaciones es factible que logren responder a esas inquietudes pero no necesariamente conseguirán una sólida formación que les permita a sus hijos hacer frente a un sinnúmero de estímulos –externos e internos– a los cuales van a estar expuestos. Avanzaremos, entonces, planteando la necesidad de hablar; hablar con nuestros hijos; hablar entre nosotros, los adultos; hablar sobre todos los temas que incumben a nuestros hijos y, particularmente, introducir valores a la formación de la sexualidad. Creemos necesario revisar lo que les estamos diciendo a nuestros jóvenes.