lunes, 23 de julio de 2012

Proceso de Elección Amorosa


No es fácil encontrar el AMOR. Más difícil resulta si lo confundimos con otras sensaciones y sentimientos. Peor aún, si lo que sentimos no es correspondido por la otra persona.
Al conocer a otra persona se despiertan un sinnúmero de sensaciones y sentimientos asociados con la atracción hacia el otro. Muchos jóvenes —y no tan jóvenes— no saben descifrar lo que sienten. No pueden distinguir lo que les pasa.
Es importante identificar lo que nos puede pasar en ese proceso de elección de la persona con la cual uno quiere establecer un vínculo amoroso. Por lo tanto, es necesario distinguir los distintos niveles en el proceso de acercamiento hacia otra persona:
1.  Atracción.
2.  Enamoramiento.
3.  Amor Maduro.
En algunos casos se detendrán en un nivel, en otros se avanzará hacia un nivel superior. Podemos plantear la atracción y el enamoramiento como compartimentos estancos, o bien, como escalones que nos permiten avanzar hacia un nivel más elevado en la relación. Atracción y enamoramiento son momentos llamados a ser superados en la maduración del amor.
Distinguir las características de esta clasificación permitirá ubicar lo que sienten en alguno de estos niveles e intuir en qué nivel se encuentra el otro en la relación que están construyendo. Y a partir de ahí, se podrá tomar decisiones sobre lo que se quiere, personalmente, en esa relación.

1.- Atracción

La atracción es una sensación de ‘piel’ que, si es recíproca, puede generar una relación circunstancial, muy sensorial e impulsiva. Generalmente no se busca una profundización de la relación. No sólo se refiere a la atracción física sino también a la personalidad, el modo de ser, la simpatía que una persona pueda generar hacia otra, etc.
Puede ser recíproco o no. En algunas ocasiones puede ocurrir que uno no se entere de la atracción que genera en el otro. Esta atracción puede ser incluso hacia personas del mismo sexo, pero que no implica una tendencia homosexual. Suele ser intensa pero fugaz y se relaciona tanto con lo afectivo como con lo físico.
Los factores que favorecen la atracción hacia una persona son:
v El atractivo físico: en este punto la imagen cobra un valor importante, aunque los parámetros de belleza estén influenciados por la moda o la cultura, hay factores personales que pueden determinar un valor estético particular. Una relación amorosa no puede sostenerse sólo por una atracción física, precisamente porque el físico no durará toda la vida.
v La proximidad: el hecho de estar cerca de otra persona, compartir momentos, atravesar experiencias agradables o desafiantes, puede generar una atracción más allá de ‘la primera impresión’. Compartir el hábito laboral o de estudio puede ser una oportunidad para conocer al otro en mayor profundidad y ese conocimiento puede generar una atracción. Un ejemplo notorio de este fenómeno se da en el mundo del espectáculo. Muchos actores y actrices, luego de haber compartido un set de filmación para una película, un programa de televisión o haber subido a escena juntos en un teatro, comienzan un romance. Muchos de estos romances solo duran el tiempo que trabajaron juntos. En la próxima película, novela u obra de teatro, espera un nuevo “amor”.
v La semejanza: compartir momentos también puede generar la oportunidad de encontrar aspectos similares con el otro. Gustos, desarrollo de hobbies o aficiones deportivas, actividades compartidas, manera de pensar, creencias y valores similares pueden favorecer la posibilidad de vincularse.

2.- Enamoramiento

Comúnmente, es la continuación del nivel anterior, ya que suele haber una sintonía entre el varón y la mujer en donde se despierta sensaciones agradables, que invaden los sentidos y obnubilan la conciencia. Estas sensaciones se sienten de una manera tan fuerte, que el cuerpo ‘vibra’ ante la presencia del otro.
Es tal la necesidad de contacto, de caricias y de besos, que se considera ‘un verdadero amor’ cuando en realidad se trata de deseo y placer. Por esta razón, es frecuente que los jóvenes mantengan relaciones sexuales cuando empiezan a experimentar el enamoramiento, confundiéndolo con el AMOR.
En esta etapa se evidencia una idealización del otro, reconociendo las virtudes del otro, pero no necesariamente los defectos. A su vez, se proyecta en el otro lo que uno quiere ver.
“Lo importante de estar ‘enamorado’ es que el otro me haga sentir bien a mí. Muchas veces se exige que el otro haga algo sólo para complacerme y si no renuncia a todo por ‘mí’ es señal de que no está enamorado”. La expresión de este nivel es el “–Te quiero” o “–Te necesito”, ambas describen claramente sus características principales: el egoísmo y la posesión. El otro es ‘para mí’ no ‘yo’ para el otro.
Por esta razón, es tan común en esta etapa que los celos sean tan fuertes y lleguen a convertirse en ‘obsesivos’. Los celos se provocan por la percepción —real o imaginaria— de una amenaza a la relación amorosa. Es que el miedo a la pérdida del otro, lleva a mantener un control excesivo sobre él. La desconfianza aumenta a medida que el control es más estricto, generando un círculo vicioso que puede llegar, incluso, a la obsesión y la agresión. Los celos también pueden generarse por situaciones pasadas que activan esta amenaza.
“Si el otro se va, ¿qué va a pasar conmigo?”  Por lo tanto, me enojo con él por no poder manejar mis propios sentimientos. En este caso, los celos son un síntoma de inseguridad, que lleva a mantener un vínculo de dependencia, que atenta contra la autoestima. “No importa el otro, importa lo que me pasa a ‘mí’”.
El enamoramiento suele ser recíproco, aunque puede no serlo. Se puede estar enamorado de alguien que ni siquiera uno conoce personalmente. El ‘amor a primera vista’ podría ser un ejemplo de este tipo de relación. También, puede suceder que uno este en esta etapa y el otro se encuentre en una etapa inferior, atracción, o en una etapa más profunda, acercándose al amor maduro.

3.- Amor Maduro

Podríamos afirmar que uno ama aquello que conoce y es, en la superación de los niveles anteriores, cuando uno empieza a conocer al otro tal como es. Cuando uno comienza una relación con otra persona se dan dos procesos simultáneos.
Por un lado, uno muestra lo mejor de sí. En los primeros encuentros no se suele exponer las miserias, sino aquello que puede ser agradable al otro, utilizando todos los medios para conquistarlo/a. Por otro lado, como se planteó en el enamoramiento, se idealiza al otro: se lo ve a través de un prisma que impide ver los defectos y uno deposita las virtudes que no necesariamente el otro tiene pero que uno desea que posea.
El tiempo compartido, el diálogo sostenido, las experiencias vividas, permitirán conocer al otro tal como es. Se descubrirán muchas cosas en común, pero también aparecerán las diferencias y será un desafío qué hacer con ellas. Aceptar y tolerar algunas, modificar las que se puedan, pero fundamentalmente mostrarse tal cual uno es, permitirá capitalizar las similitudes y lograr que las diferencias se vivan como una complementariedad.
La comunicación será la clave en este proceso. Mientras que en el enamoramiento lo más importante era ‘tocarse y sentir’, en el amor la clave está en hablar de lo que se siente. En el amor maduro se supera el egoísmo. “Yo no soy el centro del mundo, y es únicamente abandonando mi egocentrismo, cuando alcanzo la capacidad madura de amar, como gesto de apertura y entrega al otro: la madurez humana”1. Ya no es “Te quiero”, sino “Te Amo”. No es posesión, es donación. No es un ‘quiero que estés conmigo’ sino un ‘quiero lo mejor para vos’.
“El amor es una actividad, no un afecto pasivo; es un ‘estar continuado’, no un ‘súbito arranque’. En el sentido más general, puede describirse el carácter activo del amor afirmando que amar es fundamentalmente dar, no recibir (…) El malentendido más común consiste en suponer que dar significa ‘renunciar’ a algo, privarse de algo, sacrificarse (…) Dar produce más felicidad que recibir, no porque sea una privación, sino porque en el acto de dar está la expresión de mi vitalidad”2.
El amor no consiste en una entrega ciega, sino en una donación. No es dar olvidándome de mí, sino dar desde mí. Soy yo el que me doy y al darme te recibo.
La condición indispensable del amor maduro es la reciprocidad. Si el amor no es mutuo, no madura. La confianza, la sinceridad y el respeto son frutos de la reciprocidad. Ésta implica que el amor que uno entrega no tiene restricciones y supone saber que el otro responde con la misma entrega. Si se comienza a poner condiciones, el amor no madura.
El amor maduro no se da ‘porque sí’: “se construye entre dos personas afines y maduras que se conocen y se aceptan como son. Se afianza con el servicio, con el constante deseo de darse sin condiciones, y crece permitiéndole a ambos independencia, libertad, autonomía”3.
Por lo tanto, para que una pareja alcance el amor maduro, no basta con el amor, es necesario que cada uno aporte a la relación su propia madurez y su  compromiso. Si los miembros de la pareja son inseguros, impulsivos y controladores, esa pareja no alcanzará la madurez a pesar del amor que sientan.
Si cada uno aporta seguridad, confianza, respeto y la pareja se retroalimenta en la comunicación y la ayuda mutua, el logro de la madurez se dará naturalmente. Si la pareja busca la madurez, alcanzará la felicidad.
“Sólo si somos libres, dueños de nuestros actos, podemos decir que sí al bien y podemos entregarnos y recibir la entrega del otro. Y sólo esa entrega mutua nos da la felicidad. Ser persona es ser libre, ser capaz de entrega, y la persona sólo se realiza a sí misma en la entrega”4. Esta entrega no tiene relación con lo sexual, por el contrario, hoy la verdadera prueba de amor no es tener relaciones sexuales sino no tenerlas. El amor maduro se sostiene y crece aún sin mantener relaciones sexuales.
Los jóvenes valoran mucho más el amor maduro de lo que están dispuestos a admitir. He escuchado a más de un joven confesar estar arrepentido de romper una relación amorosa por no aceptar un tiempo de espera para mantener relaciones sexuales. Otros no respetaron a sus parejas o no pudieron mantener la fidelidad y por eso terminaron cortando la relación; al tiempo se dan cuenta de que fueron sus propios errores los que no permitieron sostener la pareja y, en muchos casos, llegan a arrepentirse por haber perdido a una persona valiosa.
Un indicador para distinguir si este amor es maduro o no es descubrir que compartir la vida con otro permite el despliegue de las potencialidades de cada uno. Si, por el contrario, estanca el proceso de maduración no estamos frente al AMOR.
El amor no es ciego, el enamoramiento sí. En el amor maduro se ponen en juego la inteligencia, que permite conocer al otro tal como es, y la voluntad, que se convierte en la decisión de compartir la vida con el otro. El hombre se plenifica en la entrega y en la aceptación de la entrega del otro. El otro ya no es un extraño, es un ‘tú’, de algún modo otro ‘yo’ pero distinto de mí.
“Eso que llamamos amor viene caracterizado por un anhelo vehemente a la fusión con el ser amado. Fusión de almas y corazones, fusión de las personas en su intimidad. Este anhelo no existe en el animal. En cambio en el ser humano es muy fuerte. El que ama quiere ser uno con el amado”5. Pero el amor maduro no queda en el encuentro entre ‘Yo’-‘Tú’; permite construir un ‘Nosotros’. Por lo tanto, los hijos, no sólo son bienvenidos, sino que son frutos de ese amor.
Una cuestión importante, y que pocas veces se dice, es que este amor maduro no implica la anulación de la atracción que uno pueda tener hacia otra persona, distinta de su pareja. La atracción suele ser una tendencia natural, un impulso que suele aparecer con suma intensidad y desaparece fugazmente. Incluso puede llegar al nivel de enamoramiento, que genera un estado de confusión e incertidumbre. Pero si esa persona construyó un amor sólido, cuando es maduro y se apoya en la castidad, puede superar las sensaciones que puede generar un tercero.
El amor maduro supone la expresión ‘amor para toda la vida’, implica una posibilidad de superar al tiempo y las dificultades que se puedan presentar. No se guía por los impulsos o por el momento. El amor maduro implica un auténtico encuentro personal con el otro. Es para ‘siempre’, se actualiza cada día, y está abierto al ‘nosotros’.
No es fácil alcanzar este nivel. Tampoco podemos negar las dificultades que traerán aparejadas mantener la fidelidad, pero, sin duda, el desafío es intentarlo y construirlo. No es espontáneo ni mágico, necesita tiempo y dedicación, pero tampoco es imposible. ¡Depende de dos!

1 LABAKE, JULIO CÉSAR. Introducción a la Psicología. Ed. Bonum. 1994. Pág. 364.
2 FROMM, ERICH. El arte de amar. Paidós. 2002. Pág. 31.
3 SÁNCHEZ, CARLOS CUAUHTÉMOC. Juventud en Éxtasis. Ediciones Selectas Diamante. 1994. Pág. 88.
4 SANTAMARIA GARAI, MIKEL GOTZON. Saber amar con el Cuerpo. Ed. Libros MC. España. 2001. Pág. 62.
5 PITHOD, ABELARDO. El Alma y su cuerpo. Una síntesis psicológica-antropológica. Grupo Editor Latinoamericano. 1994. Pág. 205.

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