lunes, 15 de julio de 2013

CASTIDAD: ¡De eso no se habla!

Podemos observar a los adolescentes en muchas situaciones donde se encuentran en un estado de total ausencia de conciencia y, por lo tanto, una ausencia de elección. Situaciones de descontrol, de violencia, de abuso del alcohol o drogas, accidentes de tránsito, acciones de riesgo, hasta actos delictivos. Es evidente que en ninguna de esas situaciones hay “dominio de sí”.
Por lo tanto, esos adolescentes tendrán actitudes similares en la manera de vivir la sexualidad: descontrol, agresiones, relaciones sexuales bajo el efecto del alcohol o las drogas, hasta violaciones.
 “La búsqueda del orgasmo sexual asume un carácter que lo asemeja bastante al alcoholismo o la afición a las drogas. Se convierte en un desesperado intento de escapar a la angustia que engendra la separatidad y provoca una sensación cada vez mayor de separación, puesto que el acto sexual sin amor nunca elimina el abismo que existe entre dos seres humanos, excepto en forma momentánea.”[1]

Las consecuencias son claras: contagio de enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados -en algunos casos hasta con dudas con respecto a la paternidad-, hasta abortos provocados.
No pensemos solamente en situaciones tan extremas. Muchos adolescentes buscan en las relaciones sexuales la posibilidad de “mejorar” su autoestima. Nos podemos encontrarnos con dos polos opuestos –siendo dos caras de una misma moneda-, aquel que necesita jactarse de sus hazañas sexuales para sentirse importante, y aquel que se somete a las exigencias con la esperanza de encontrar afecto, cariño, contención, encontrándose con la sensación de vacío y de haber sido un objeto de satisfacción para el otro.
Ambos, están excesivamente supeditados a la valoración de otro. En ambos casos, amor excesivo y menosprecio de sí mismo, dejan al descubierto una baja autoestima. “La persona afectivamente madura se estima, se valora y respeta a sí misma”.[2] Por lo tanto, el fomentar precisamente la auto-estima, la valoración de sí mismo, en distintos aspectos de su personalidad, estaremos ayudando a nuestros hijos a vivir la sexualidad de manera plena.
Así como educamos a nuestros hijos para que sepan dominar su ira y manejar la bronca, debemos ayudarlos a que controlen sus impulsos sexuales, puedan diferenciar sus sentimientos, describir sus emociones, para luego decidir las acciones que le permitan vivir plenamente su sexualidad.
Desde que nuestros hijos nacen, nuestra tarea fundamental es acompañarlos en todo su crecimiento; ya sea crecimiento físico, psicológico, social y espiritual. Para ello realizamos infinidad de acciones –todas las que estén a nuestro alcance- para brindarles ese crecimiento integral y, en ese proceso, alcancen la felicidad.
 Pensemos en la exigencia, implícita o explícita, que ejercemos hacia nuestros hijos para que alcancen la madurez personal. El concepto de madurez personal abarca todos los niveles de la persona: el biológico, el psicológico, el social y el trascendente o espiritual. “En el concepto de madurez habría que señalar, principalmente, los términos de direccionalidad y finalidad, integración, capacidad de emitir conductas ajustadas a las circunstancias, continuidad en el sentido de la trayectoria biográfica y estabilidad personal”. [3]
Si nos detenemos en el concepto de madurez psicológica podemos decir que consiste “en la capacidad de someter todos los impulsos, deseos y emociones a la ordenación de la razón, o, si se prefiere, a la luz de nuestro entendimiento y la decisión de nuestra voluntad”. [4]
Ahora bien, confrontemos este concepto de madurez con el concepto de castidad que venimos analizando y veamos que plantea el Catecismo de la Iglesia Católica: “La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado” [5]
Se desprende de estos conceptos que el dominio de sí es necesario para la madurez y que, obteniendo esa madurez psicológica, obtenemos la capacidad de integrar la sexualidad a nuestra vida de un modo casto, “con la capacidad de dominar, controlar y orientar los impulsos de carácter sexual (concupiscencia de la carne) y sus consecuencias, en la subjetividad psicosomática del hombre.” [6]
No estamos planteando la castidad como una exigencia diferente, ni como algo ajeno a la naturaleza del hombre. Si dejamos que nuestros hijos se guíen solo por aquello que les genere placer, queda claro que el resultado no será precisamente la felicidad. Tal vez, lo tenemos presente para otros aspectos de la educación de nuestros hijos, pero es tan válido como para la educación de la sexualidad. “El hedonismo ni es, ni podrá ser jamás, un punto cardinal que sirva de referencia para el ordenamiento de la conducta sexual humana”. [7]
Alentamos a que nuestros hijos elijan qué hacer de sus vidas en lo académico, lo laboral, lo familiar. Debemos inculcarles qué elijan que hacer con su sexualidad. Giulia Veronese lo plantea claramente: “La Castidad es más que la simple continencia (…) La Castidad es el resultado normal de una elección humana (…) Presupone siempre una conciencia, más o menos clara, del valor de la sexualidad en su doble finalidad la procreatividad y amor”. [8]
Y si hablamos de Amor, es necesario que hablemos de entrega. Si no logramos superar el egoísmo de pensar en nuestro propio placer, será imposible alcanzar el Amor maduro.
“Podemos definir la castidad como un modo de vivir la sexualidad, integrando todos los aspectos de la persona en relación a un TU (persona, prójimo, comunidad, Dios) para ser capaz de AMAR y ser amado. Nos referimos al amor oblativo alterocéntrico: capacidad de amar y de ser amado.”[9]
El egoísmo y la búsqueda de placer constante son propios del niño, pero a medida que crece el nivel de tolerancia a la frustración irá en aumento y ya no se considerará el “centro de universo”. “Los psicólogos profundos están unánimemente de acuerdo en ver la fijación infantil la principal causa de la incapacidad para el amor”.[10] El Amor maduro reconoce la autonomía del otro y aspira a la comunión de dos libertades entre iguales.
“Técnicamente, se puede decir que una persona madura posee la capacidad de establecer relaciones amorosas profundas y duraderas”.[11] En la madurez se logra, precisamente, el amor maduro.
Aquí también hablamos de castidad. “La castidad es la energía espiritual que libera el amor del egoísmo y de la agresividad. En la medida en que en el hombre se debilita la castidad, su amor se hace progresivamente egoísta, es decir, deseo de placer y ya no don de sí.” [12]
Es que el fin de ese amor maduro se consume en la constitución de una nueva familia, en donde la fidelidad y la entrega serán valores imprescindibles en su base. “La madurez de la sexualidad se alcanza cuando se otorga a una sola persona y se continúa después en la familia y en los hijos.” [13]
 “Sexualidad, amor y realización y destino personal están tomados de la mano. El amor es el algo tan especial que convierte a la vida en destino. Por lo tanto, la elección es afectiva y existencial: esta elección nos constituye y define; al elegir me elijo y defino mi propio proyecto existencial. Al definir a quien y cómo amo, elijo quién soy y cómo soy.” [14]
Será necesario hablar, claro y conciso, desde el comienzo y nunca dar por cerrado el tema. No importa las edades de padres e hijos, siempre surgirán nuevas dudas o planteos en torno a la sexualidad.
Queda claro que no hablamos de un solo aspecto de la sexualidad como ligada al sexo, sino como una formación que nos constituye como personas íntegras. Esta tarea estará ligada a la formación de valores como la confianza, la sinceridad, la fidelidad y la entrega. Valores que se aplican a distintos ámbitos de la vida humana y que en la sexualidad la podemos sintetizar en una palabra: Castidad.
Está más claro aún que “De eso no se habla”. La sociedad en su conjunto y los medios de comunicación en particular, no hablan de “eso”. Pero, el ámbito por excelencia en donde se tiene que procurar la formación sólida de la persona es en la familia, por lo tanto, es el seno de la familia en donde se deben plantear estos temas.
Es nuestro deber como padres, detenernos a hablar con una profunda convicción y con la posibilidad concreta de poder escuchar los que nuestros hijos tienen para preguntar y decir. Nos encontraremos con mensajes que ellos reciben de otros lados, ideas que no compartimos o nos producen rechazo. Pero es necesario recurrir al diálogo y que ellos sientan que nuestros planteo surge de querer mostrarles un Bien, aunque ellos no lo puedan ver a simple vista ni en un primer momento.
Como padres, tenemos que tomar conciencia que debemos comenzar desde la niñez. Es muy difícil pretender que, nuestros hijos adolescentes, se dispongan a conversar con nosotros sino fuimos generando un espacio de diálogo, de escucha y de comprensión, desde la infancia.
Debemos mostrar, con argumentos sólidos, la importancia de vivir la castidad mientras estén solos o ya de novios porque esto les facilitará la construcción de su propia familia.
Es necesario consolidar una actitud de cultivo hacia la sexualidad, la cual se sostenga en el tiempo y permita una formación íntegra de la persona. Así como se le dedica tanto tiempo a la formación intelectual o al cuidado del cuerpo, se debe realizar la formación en sexualidad basada en la virtud de la castidad.

Las virtudes, en general, y la castidad, en particular, son herramientas indispensables para educación de nuestros hijos. Pero como toda herramienta la debemos conocer para poder utilizarla. Ojalá este artículo permita acercarnos a estas temáticas y con estas ideas podamos allanar el camino hacia nuestra felicidad y a la de nuestros hijos.


[1] FROMM, ERICH. El arte de amar. Paidós. España. 2007. Pág. 13
[2] ORLANDO MARTÍN R. El mundo de los afectos. Koinomía. Argentina. 2001. Pág. 44
[3] POLAINO - LORENTE, AQUILINO. Madurez personal y amor conyugal. Biblioteca del Instituto de Ciencias para la Familia. Ed. Rialp. España. 1992. Pág. 9
[4] POLAINO - LORENTE, AQUILINO. Madurez personal y amor conyugal. Biblioteca del Instituto de Ciencias para la Familia. Ed. Rialp. España. 1992. Pág. 10
[5] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA. Nº 2339.
[6] JUAN PABLO II. Teología del Cuerpo. Audiencia del 24 de octubre de 1984
[7] POLAINO LORENTE, AQUILINO. Los 4 puntos cardinales de la Sexualidad Humana. Instituto de Ciencias de la Educación. Universidad De Navarra
[8] GARCÍA HOZ, VICTOR. Educación de la Sexualidad. Biblioteca del Instituto de Ciencias para la Familia. Ed. Rialp. España. 2002. Pág. 29
[9] GASTALDI, ITALO–PERELLÓ, JULIO. Sexualidad. Ediciones Don Bosco. Argentina. 1991. Pág. 13 (las palabras en mayúsculas son del autor)
[10] LLEP, IGNACE. Psicoanálisis del Amor. Ed. Carlos Lohlé. Argentina. 1960. Pág. 115
[11] ORLANDO MARTÍN R. El mundo de los afectos. Koinomía. Argentina. 2001. Pág. 121
[12] CONSEJO PONTIFICO PARA LA FAMILIA. Sexualidad Humana: Verdad y Significado. San Pablo. Argentina. 1996
[13] YEPES STORK, RICARDO. Fundamentos de antropología. Eunsa. España. 1996. Pág. 281
[14] MARTÍN ORLANDO R. El mundo de los afectos. Koinomía. Argentina. 2001. Pág. 121

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