miércoles, 16 de diciembre de 2015

Funciones de la Sexualidad


Cuando uno pregunta cuáles son las funciones de la sexualidad, suele encontrarse con dos respuestas: placer o reproducción. Y no es casualidad. La primera está asociada a la actual actitud permisiva de la sexualidad que considera el placer como única finalidad. Mientras que la segunda se relaciona con la actitud prohibitiva en donde la reproducción era la función prioritaria de la sexualidad.
A estas dos debemos sumarle una tercera: la manifestación más profunda del amor que sienten dos personas. Analicemos cada una en particular.

1. Placer

El placer es el resultado de una relación gratificante consigo mismo y con otras personas. En la vida matrimonial, el placer será una finalidad más de la sexualidad. Karol Wojtyla afirma: “no es incompatible con la dignidad objetiva de las personas que su amor conyugal traiga consigo un ‘placer’ sexual”(1).
Sin embargo, los jóvenes —y no sólo los jóvenes— suelen asociar la sexualidad casi exclusivamente con el placer. Dicho de otro modo, la finalidad es el erotismo. Etimológicamente erotismo deriva de ‘eros’ que es un vocablo griego que significa ‘amor’ y hace referencia al amor sensual. Cuando se habla de ‘hacer el amor’, se re! ere a una relación donde lo que prima es el amor como deseo, posesión, goce.
Cuando es el placer la única finalidad que se busca, el otro deja de ser persona y se convierte en un objeto, un medio para alcanzar una mayor satisfacción. Precisamente, esta búsqueda permanente de placer no permite encontrar el amor en ninguna persona.
Después de mantener relaciones sexuales ocasionales en busca de placer suele haber un aumento del deseo y una disminución del respeto por la otra persona. Esto genera un hábito que impide lograr el AMOR, y puede llegar a manifestarse en futuras relaciones poco gratificantes.
En muchas ocasiones, a pesar de que la finalidad buscada es el propio placer, si el otro no lo siente, el placer obtenido no suele ser tan gratificante. Por lo tanto, se tiende a buscar la satisfacción de ambos. Si en la relación no importa lo que el otro siente, aparece una actitud egoísta centrada en el propio placer. En algunos casos, pueden alcanzar la capacidad de sentir y hacer sentir pero ha perdido la capacidad de amar.
No necesariamente todas las relaciones sexuales son placenteras. Suele suceder que algunas relaciones son poco gratificantes, para uno o para ambos, pero si ninguna lo es estamos ante un problema. En ese momento, es necesario realizar una consulta con un profesional de la salud y sostenerse en el amor para superar estas dificultades. Si en una relación lo único que se busca es la obtención del placer y el placer desaparece, la relación no se sostendrá.

2. Procreación

Todo ser vivo tiene la función reproductora para la conservación de la especie. Tradicionalmente la sexualidad se reducía sólo a la reproducción, sin asumir las otras funciones. Por ejemplo: tiempo atrás, en la realeza, la elección de los esposos en pos de intereses políticos y la necesidad de generar una descendencia no tenían en cuenta ni el placer ni el amor.
Cuando no se tiene en cuenta el amor, la noticia de un embarazo puede dejar un sabor amargo. La procreación tiene un sentido más profundo cuando es fruto del amor entre hombre y mujer.
Los jóvenes, por la exaltación del placer, se ‘olvidan’ de la función de reproducción, su pensamiento omnipotente los hace pensar que a ellos ‘no les va a pasar’. De esto se desprende un mito muy común entre los adolescentes: piensan que en la primera relación sexual no se puede producir un embarazo.

3. Amor

La función más plena de la sexualidad, en la cual se pueden integrar las anteriores, es la manifestación del amor de dos personas en el acto sublime de unirse en cuerpo y alma.
Se integran porque si uno busca en la relación sexual la expresión más acabada del amor, encuentra el placer más pleno y, al mismo tiempo, puede dar lugar a la procreación como fruto de ese amor.
La relación sexual es la expresión más profunda del amor maduro cumpliendo, a su vez, una función unitiva en el vínculo entre dos personas. La comunicación es corporal a través de gestos, miradas, caricias. No hacen faltan palabras para transmitir lo que cada uno siente.
En el amor maduro, el otro no es un objeto, es otro yo con el que uno se encuentra. No aparece la expresión: “Te deseo como un bien”, sino “Te deseo tu bien”, “Deseo lo que es un bien para ti”(2).
Cuando las personas encuentran el amor, la unión sexual se realiza con suma naturalidad, sin necesidad de técnicas específicas; la entrega es total y el placer, que viene por añadidura, es pleno. Si por alguna razón aparece un displacer es precisamente el amor el que permite encontrar en la comprensión o en la espera, la salida a dicha situación.
En esta finalidad es donde se funden los conceptos griegos que se refieren al Amor: Eros y Ágape. “Si bien el eros inicialmente es sobre todo vehemente, ascendente —fascinación por la gran promesa de felicidad—, al aproximarse la persona al otro se planteará cada vez menos cuestiones sobre sí misma, para buscar cada vez más la felicidad del otro, se preocupará de él, se entregará y deseará ‘ser para’ el otro. Así, el momento del ágape se inserta en el eros inicial; de otro modo, se desvirtúa y pierde también su propia naturaleza. Por otro lado, el hombre tampoco puede vivir exclusivamente del amor oblativo, descendente. No puede dar únicamente y siempre, también debe recibir. Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don”(3).
No se disocia el placer del amor, se unen en una misma relación. Es preciso no olvidarse de uno pero, a su vez, entregarse plenamente al otro. El amor maduro, al ser recíproco, permite que la entrega plenifique a cada uno de los miembros de una pareja en tanto construye un “nosotros”.


(1)  WOJTYLA, KAROL. Amor y responsabilidad. Razón y Fe. España. 1979. Pág. 62.
(2)   WOJTYLA, KAROL. Amor y responsabilidad. Razón y Fe. España. 1979. Pág. 62.
(3)   BENEDICTO XVI Carta Encíclica “Deus Caritas Est”. N°7. 2005.

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