viernes, 28 de octubre de 2011

Palabras de Adriana Ceballos en la presentación del libro en CABA

Hace algunos años, cuando conocí a Germán, me impresionó que siendo muy jovencito, tuviera tanto empuje y garra para observar, investigar y fundamentalmente luchar por los temas relacionados con la familia.
No hay duda que el contacto con los jóvenes lo ha favorecido para lograr captar sus necesidades primero, y a través de este texto, transmitírsela a los educadores, de manera que contemos con una herramienta más de información y formación.
Este libro, además de presentarnos de manera sencilla y coloquial la realidad de la sexualidad en los adolescentes y jóvenes, con una base académica bien profunda, consigue de manera muy directa enfrentarnos con la situación, y lo que es más importante, sin quedarse en la mera denuncia, nos brinda herramientas prácticas posibles y lógicas para encontrar el camino de solución.
Obliga a revisar el concepto de sexualidad a los adultos que todavía y según palabras del autor “no la tenemos clara”.
Nos encontramos con nuevas condiciones de vida en la familia, los medios de comunicación y tecnología omnipresentes, las redes sociales avanzan de manera contundente, el consumo propio del relativismo social, influyen de manera muy profunda en la formación de cada uno de nosotros. Estas condiciones no siempre nos encuentran a la altura de las circunstancias. El entorno fluye y estructuras como familia o escuela, parecen quedar detrás, relegadas, a destiempo, poco actuales.
Las conductas de riesgo o los factores de vulnerabilidad de los adolescentes, parecen muy difíciles de combatir y reencauzar, y tanto padres como docentes y directivos no siempre logramos encontrar caminos alternativos.
Todo este proceso necesita un cambio profundo y consensuado que tendrá muchas más posibilidades de éxito si consigue apoyo en las prácticas sociales, y el entorno se orienta igualmente hacia un desarrollo humano solidario y éticamente comprometido.
La sexualidad es un tema que en general, las generaciones anteriores no han  podido o sabido hablar con naturalidad, ha sido un tema tabú como bien sabemos, pero el punto fundamental y básico y que a mi entender es el motivo de tanta evasión por parte de los educadores de hoy, es que no se sabe qué decir. No hay claridad en cuanto a lo que puede ser el bien para los hijos.
Dado que todo es relativo y puede ser adaptado y moldeado a gusto del consumidor, parecería que la elaboración de ideas concretas es una cuestión que se traduce en imposición y autoritarismo en lugar de transmisión de valores e intercambio activo con el hijo para su crecimiento y mejora personal.
Evidentemente los modelos recibidos no sirven, han quedado algo antiguos frente a la realidad que viven los chicos, modelos completamente distintos a la que han vivido nuestros padres. La sociedad se ha “adolescentizado”.
Por lo tanto es fundamental acordar una postura sin fisuras y con bases sólidas, y este texto nos lleva a la reflexión y nos acerca herramientas básicas.
En la medida en que cada uno crea lo que se le propone y sea posible expresarlo, los jóvenes formarán su criterio personal y podrán mantenerlo también, frente a una sociedad que se muestra descontrolada, sin límites.
La incoherencia entre el decir y el hacer, los desalienta y nos resta credibilidad. El que se predique algo y se haga lo opuesto los confunde. Porque los jóvenes nos miran más que lo que nos escuchan.
Es de destacar el coraje de Germán de poner en palabra escrita, de manera contundente y con mucha seguridad, propia de aquello que se ha investigado a conciencia, lo que cree no solo por convicción, sino por la experiencia que le dan sus años de clínica.
La Educación para el amor comienza desde la panza. Todo aquello que desde pequeños vemos, escuchamos, percibimos, nos irá formando en esta materia, que consta de lo sexual y lo afectivo, binomio inseparable.
Los seres humanos tenemos a diferencia de los animales Inteligencia y Voluntad. Dos condiciones que nos distinguen y nos elevan a un estrato superior.
La sexualidad y afectividad están presentes en todos los actos cotidianos. Actuamos como varón o como mujer, según lo que somos y no lo que elegimos, y vamos por la vida como seres sexuados, la sexualidad simplemente nos constituye.
A lo largo de la lectura quedará clarísima la diferencia entre sexo y sexualidad, la importancia del amor, de los valores elegidos a conciencia y trabajados hasta hacerlos virtudes, en una sociedad en donde prima el relativismo moral, el permisivismo, el consumismo y el placer como fin supremo.
Las personas somos un todo, no fracciones que se reparten según el momento y el lugar. Además, todas las experiencias quedan siempre grabadas en la memoria y cada uno es dueño de acumular pasajes dignos de ser recordados.
Germán desmitifica temas como la masturbación, la doble moral, la pornografía, respondiendo con claridad a preguntas cotidianas.
Se ocupa de la vida, y como dice mi maestro, el profesor Dr. Carlos Díaz Usandivaras, nos alienta para que no se apague el fuego sagrado que los jóvenes tienen como energía para transitar hacia las metas de su proyecto de vida: sentir que su vidas tienen un porqué, que están vivos, a pesar de los grandes problemas e interrogantes planteados en el mundo actual.
La idea no es prohibir, ni dejarlos apartados de su grupo de pares.
Se trata de restablecer esa buena alianza entre padres, directivos y docentes, y demostrar que “sabemos”, que conocemos, que entendemos el tema y no nos asustamos ni sorprendemos. La tarea está en cada uno de nosotros, con intencionalidad educativa. Minimizar y no dar crédito, es un error. Es necesario salirse del estado de anestesia, esto implica una profunda toma de conciencia y un accionar concreto. A estos fines el texto nos ayuda.
Entonces ese chico, con ese “yo se que vos sabés” se sentirá mucho más acompañado y seguro donde sea que le toque asistir, porque nos siente cerca, fuertes, y no ignorantes de su realidad por temor.
Germán nos reafirma también la importancia de la buena comunicación que se establece con los hijos desde pequeños en este tema, y en otros igual de trascendentes, que irá creciendo y dará como fruto una niñez, una adolescencia y una juventud sana y plena.
Y debo decir que fundamentalmente, este texto nos alcanza un mensaje esperanzador. Quienes estamos día a día comprometidos con esta temática, no hacemos más que poner una enorme cuota de optimismo, convencidos que tarde o temprano las cosas van a cambiar. La esperanza que se percibe, está justamente en no dejar de expandir el mensaje, en no restarle importancia al tema, en no habituarnos a estas costumbres que por ser práctica de muchos, no significa que sean saludables ni buenas.
La esperanza está en esta invitación que se hace, para que usted también se comprometa, en lo que yo llamo nuestro “metro cuadrado de influencia cotidiana”. Ese espacio de acción diaria en donde desde el lugar que ocupemos en la sociedad, podemos aportar. Aunque trabajemos en áreas que no tienen que ver con un colegio o una universidad, somos el padre de, el esposo de, el amigo de. Y como madre de Juan, Rosario y Francisco, a mi, no me reemplaza nadie.
Este texto recuerda a los adultos, que los actos de los que somos capaces nos engrandecerán o muy por el contrario nos harán muy pequeños, que entregarse en plenitud tiene que ver con un proyecto fascinante, que incluye a la vida misma y que si bien no es posible cambiar la historia, sí es posible cambiarle el final.
La educación de una persona es una obra en construcción permanente, donde el amor es el piso y los límites son las paredes. Con el amor no basta y con los límites no es suficiente. Lo que define a la educación no es solo ese sentimiento y la razón, sino el hacer, la acción: reivindicar los valores, para dejar de ser meros críticos de una sociedad incierta, y ser artífices en la formación de personas sanas, buenas, verdaderas y bellas.
Tengo mucha fe a la generación de 25, 30, 35 años, quienes han pasado por experiencias difíciles, ya no porque se las cuentan sino porque o las padecieron o las han visto. Por tanto se preocupan.
Tenemos tres hijos. Los dos mayores casados, el menor de novio. Ellos y sus compañeros de vida se preocupan y ocupan de lo que va a pasar con sus propios hijos. Porque nadie les va a tener que abrir los ojos, no va a haber sorpresa: ellos saben, ellos vieron, ellos sintieron. Ellos fueron los primeros que me pusieron en conocimiento a mí y a su papá de las novedades en el ámbito de las conductas de riesgo, y no quieren eso para sus hijos.  Lo mismo ocurre con muchos chicos de estas generaciones: la realidad nadie se las contó como a nosotros, la vivieron y la viven. Seguramente vos Germán tengas esa misma percepción al intercambiar con jóvenes en tu tarea diaria.
Hay un cuento que me gusta mucho puede servir para ilustrar lo dicho:
Iba un niño con su papá en el tren. El recorrido duraría una hora. El padre se acomoda en el asiento y abre una revista para distraerse.
En eso, el niño lo interrumpe preguntándole: ¿Qué es eso papá’. El hombre se vuelve para ver que es lo que señala su hijo y congesta: “Es una granja, hijo”.
Al recomenzar su lectura, otra vez el niño pregunta: ¿“Ya vamos a llegar?”.
Y el hombre contesta que falta mucho.
No bien había comenzado nuevamente a ver su revista cuando otra pregunta del niño lo interrumpe; y así se siguieron las pregunta, hasta que el padre, ya desesperado y buscando cómo distraer al chico, se da cuenta que en la revista aparece un mapa del mundo. Lo corta en pedacitos y se lo da al niño diciéndole que es un rompecabezas y que lo arme.
Feliz se acomoda en su asiento, seguro de que el niño estará entretenido todo el trayecto. No bien ha comenzado a leer la revista de nuevo cuando el niño exclamo: “¡Ya lo terminé!”
“Imposible! ¡No lo puedo creer! ¿Cómo tan pronto?”; pero ahí está el mapa perfecto. Entonces le pregunta: “¿cómo pudiste armar el mundo tan rápido?”
El hijo contesta: “Yo no me fijé en el mundo, Atrás de la hoja está la figura de un hombre; compuse al hombre y el mundo quedó arreglado”.
Cada hoja del libro de Germán, tiene una parte de este maravilloso rompecabezas. Por este motivo, y los mencionados anteriormente, leer el libro de Germán Debeljuh, más que una necesidad, es casi una obligación.
Muchas gracias.
Adriana Ceballos
Los padres en gran mayoría, no quieren  o no se animan a convertirse en líderes autocráticos de sus hijos, tienen miedo de quitarles su libertad,  sin darse cuenta que el uso de la autoridad es un verdadero acto de amor. Cuando los educadores dejamos de guiar, de aconsejar, de tratar de entenderlos, en realidad no los estamos liberando, sino abandonando, y lamentablemente es  así como ellos lo sienten.

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