viernes, 9 de diciembre de 2011

"¿Educamos a nuestros hijos hacia la Felicidad?"

Esta pregunta no necesariamente tiene una respuesta única: Sí o No. La propuesta es pensar, simplemente, lo que hacemos en el día a día en la educación de nuestros hijos. No se pretende juzgar. Lo que se propone, entonces, es reflexionar sobre la educación que le estamos brindando a nuestros hijos y si esa educación le permite acercarse a la felicidad.
Todos estamos llamados a la felicidad. Solo en la patología y en el desorden, una persona puede ir en contra de la felicidad. Pero muchas veces, a pesar de querer ser felices no lo podemos lograr. Víctor Frankl, lo plantea en estos términos: “Perseguir la felicidad es suficiente para alejarla”[1].
No puedo acercarme a ella directamente, sino que, la felicidad, va a ser el resultado de un proceso de búsqueda personal de quien soy, que quiero ser y que quiero hacer. Muchas veces queremos la felicidad sin haber logrado ese paso previo. Sin esas respuestas básicas todo lo que hacemos carece de sentido.
La Felicidad es una sensación de plenitud que el hombre busca permanentemente y que no siempre encuentra. Esta búsqueda es exclusiva del hombre, de todos los hombres. No es una búsqueda de objetos materiales, en esta solo obtendría satisfacción muy fugaz.
La Felicidad es una realidad espiritual. Cuando el hombre encuentra aquello que busca, encuentra la Felicidad. San Agustín dice: “feliz es quien tiene todo lo que quiere”.[2] Pero esto que “quiere” se establece primero al conocer algo, luego si lo que se conoce es bueno, “lo quiere”. Por lo tanto en la búsqueda de la Felicidad interviene las facultades humanas: la Inteligencia y la Voluntad.
Analicemos, ahora, las causas de la infelicidad.[3] Se pueden dividir en dos grandes grupos:
1.    Por no conocer el bien: Si nos acercamos al mal no podemos ser felices. El mal nos puede encandilar con un efecto efímero de satisfacción pero nos aleja de la felicidad. Esto no quiere decir que debemos ser catedráticos en el estudio del bien. Simplemente, poder discernir, a través de nuestra inteligencia, entre aquello que esta bien y lo que esta mal, y seguir una tendencia hacia el bien. Es más, si uno pudiera realizar una encuesta acerca de la Felicidad, seguramente nos encontraríamos con que, la mayoría de las personas, saben que es bueno para ellas y, sin embargo, no son felices.
2.    Por no quererlo, por no poner en funcionamiento la voluntad para alcanzar el bien.
Por lo tanto, necesitamos de las dos facultades humanas: la inteligencia y la voluntad. Solo en la obtención del bien, encontraremos la felicidad. Pero si es tan fácil, ¿por qué cuesta tanto? Porque, precisamente la felicidad cuesta. No es fácil. No es directo.
La felicidad va a ser un camino de rosas, pero un camino de rosas con espinas. Por lo tanto, sino podemos soportar las espinas que la vida nos depara, tampoco vamos a poder disfrutar del color y el perfume de las flores que la vida nos regala.
En este punto, podemos relacionar la felicidad, con el dolor. Podríamos decir que el dolor es un tema tabú en la sociedad en que vivimos. En un mundo en donde se habla de todo lo fácil, práctico, cómodo, hablar del dolor es tomado como un signo de pesimismo, del esfuerzo, del sufrimiento.
Pero no es pesimismo. El dolor es inevitable e ineludible en el camino hacia la felicidad. Los momentos de dolor son “los pinchazos”, de las espinas de las rosas, que vamos a recibir para disfrutar de la frescura y calidez de las flores.
Sigamos profundizando este razonamiento. El amor es un acto de la voluntad; una voluntad que busca el bien. El dolor es un mal, por lo tanto, contrario a la voluntad. Nadie en su sano juicio, puede querer un mal para sí. “Pero la consideración del dolor no puede estar ausente de la educación, porque no está ausente de la vida”.[4]
La educación es para el bien, por lo tanto, es para el amor. Santo Tomás, define el amor como el “velle bonum” [5], el “amor es la búsqueda del bien”. Pero en cuanto más se alcance su fin, mayor será la posibilidad de dolor. ¿O acaso no nos pasa que a mayor amor hacia algo, tanto más nos duele su pérdida? “Quien sabe sufrir sabe amar. El amor hace más vulnerables a los que se aman y, por consiguiente, más próximos al sufrimiento o, por lo menos, más expuestos a él”.[6]
Por lo tanto, cuánto más se ama, más nos capacitamos para sufrir. Por eso nos debemos esforzar en educar a nuestros hijos para el Amor y educar la voluntad para que pueda afrontar los sufrimientos que se puedan presentar. El único remedio posible contra el dolor y la tristeza es el Amor.
Toda educación supone una búsqueda del Bien y la Felicidad, pero en esta búsqueda es lógico pensar que nos encontraremos con el Mal. En esta lucha entre el Bien y Mal, va a aparecer el Dolor. Es necesario preparar a nuestros educandos en darle sentido a este Dolor.
En esta misma línea de pensamiento, en tanto que educamos para el Amor, estamos generando la capacidad de sufrimiento, en la medida que la educación alcance su fin, será mayor la posibilidad del dolor. “Sino se educa en el sufrimiento, se traiciona el espíritu de la educación sentimental, porque no se está preparando a esas personas acerca de cómo inducirse respecto de uno de los sentimientos más frecuentes, lacerantes y difíciles de afrontar”.[7]
Otro aspecto a tener en cuenta en este proceso educativo, será revisar la comunicación que establecemos con nuestros hijos. “La familia ejerce su acción educativa de manera formal, espontánea y natural. Y esto es así porque la misma relación y comunicación de sus miembros entre sí favorece o dificulta, según sea su signo o su óptimo desarrollo. La comunicación familiar se caracteriza por los mismos rasgos distintivos de toda comunicación. Sus miembros se comprenden, se toleran, se aceptan y se respetan. Y esto en los ámbitos en los que actúa el proceso educativo: personalización, socialización y moralización”.[8]
Muchas veces los mensajes que emitimos no son interpretados de la misma manera por nuestros hijos. Creemos que ellos interpretan lo mismo o que han captado el mensaje con la misma intencionalidad que lo hemos emitido, pero, como en toda comunicación, se pueden presentar interferencias en la comunicación.
También, hay que tener en cuenta la coherencia, o no, entre lo que decimos y lo que hacemos. Tendremos que tener en cuenta: la palabra, el diálogo, pero también, los silencios, las miradas, los gestos, las actitudes.
Con todo esto podemos volver al planteo inicial y revisar los mensajes que les estamos dando a nuestros hijos. Un mensaje contradictorio es que la Felicidad supone un estado permanente de bienestar y ausencia total de frustración. Pero la frustración, la tolerancia de la misma y la superación es lo que permite educar la voluntad y esforzarnos para alcanzar el bien.
De ahí en más, la felicidad será una consecuencia. “Alcanzar una meta se constituye en razón para estar feliz. En otras palabras, si existe una razón para la felicidad, la felicidad se da, como si lo hiciera espontánea y automáticamente. Es por eso que no es necesario perseguir la felicidad, uno no necesita preocuparse por ella cuando existe una razón para ella.” [9]
Otro mensaje a revisar: ¿Qué camino estamos tomando nosotros como adultos? ¿Qué queremos hacer? No podemos dar lo que no tenemos y por eso es necesario revisar nuestro propio camino hacia la felicidad. Nuestros hijos captan, con muchísima fuerza, los mensajes que les llegan de nuestro ejemplos, mucho más que desde nuestras palabras. Humberto Eco dice: “Yo soy el resultado de todo lo que mis padres me transmitieron, mientras no me estaban educando”.
Por lo tanto, así como es necesario que los padres tengan una autoestima positiva para transmitir a sus hijos la propia, así los padres deben conocer y experimentar la Felicidad. Un padre infeliz no puede lograr un hijo feliz. En todo caso, ese hijo logra la felicidad por otros medios y no por su padre. La Felicidad se realiza en la totalidad del ser, de la persona, y, por consiguiente, se contagia.
La familia es un “ámbito ideal para el discernimiento de valores, siempre y cuando los modelos que presenten los adultos sean los de quienes buscan, sin cansarse, la coherencia entre lo que dicen y lo que viven. Todo en el contorno cálido y cordial de la familia, todo su colorido de relaciones personales, contribuye a que cada uno de sus miembros estime y acepte al otro como es, lo respete, admire y ame, y lo estimule a promoverse en el auto-respeto a lo que le dicte su recta conciencia.”[10]
Pero muchas veces ponemos el acento en dimensiones diferentes al ser y esto también confunde a nuestros hijos. Podemos poner el énfasis en el “Tener” y decir: “-Yo soy lo que tengo”, y lo que tengo no es necesariamente lo que soy. Lo que soy supera lo que tengo, ya que supera la material. Pero, ¿qué valor le damos al “Tener”? ¿Cuántas veces aportamos al “Tener”, más que a otros aspectos? ¿Cuántas veces queremos que nuestros hijos “tengan” cosas? En muchas ocasiones, medimos a las personas por lo que tienen, sin ver lo que son. El mensaje, muchas veces, se reduce a: “¡Si tenés, sos!”.
Podemos, entonces, quedarnos con el “Hacer” y decir: “-Yo soy lo que hago”, pero, si bien lo que hacemos nos constituye como persona, no nos abarca plenamente. Y, menos aún, si lo pensamos como mensaje para nuestros hijos. Pensemos en situaciones concretas en donde nuestros hijos “hacen” cosas que no deben, cosas malas, no por intencionalidad sino por desconocimiento o accidentalmente. Si lo que hago me define, al hacer algo mal, soy malo. Por lo tanto, muchas veces los niños actúan en consecuencia.
El yo lo constituye el “Ser”, su esencia más plena y humana. Por lo tanto, “yo soy yo”, con todo lo que ello implica, defectos, virtudes, potencialidades y actos. En este punto es necesaria la contención afectiva que plantea Orlando Martín:
• Reconocimiento: es admitir y valorar la presencia del otro/a;
• Respeto: porque es una persona digna de ser por sí misma;
• Aceptación del otro tal cual es, sin condiciones;
• Afecto: la contención es cariñosa, una mirada “solidaria”;
• Comprensión: actitud empática de ponerse en el lugar del otro/a.[11]  
Volvemos al planteo inicial: ¿Educamos a nuestros hijos hacia la felicidad? Seguramente es nuestra intención más profunda, pero debemos revisar nuestras actitudes y nuestros mensajes. El desafío esta planteado y la posibilidad de que nuestros hijos encuentren la felicidad nos permitirá ser felices nosotros mismos.

[1] VIKTOR EMIL FRANKL. Fundamentos y aplicaciones de la Logoterapia. Ed. San Pablo.2000
[2] SAN AGUSTÍN. Sobre la Trinidad. 13, 5
[3] FRANSISCO ALTAREJOS. La felicidad como objetivo en la Educación Familiar. Universidad Austral
[4] FRANSISCO ALTAREJOS. La felicidad como objetivo en la Educación Familiar. Universidad Austral
[5] TOMÁS de AQUINO. Suma Teológica. Biblioteca de Autores Cristianos. I-II q. 20
[6] AQUILINO POLAINO Familia y Autoestima. Ed. Ariel. Barcelona. España. Capítulo 4. (2004)
[7] AQUILINO POLAINO Familia y Autoestima. Ed. Ariel. Barcelona. España. Capítulo 4. (2004)
[8]PACIANO FERMOSO ESTÉBANEZ  Las relaciones familiares como factor de educación.
[9] VIKTOR EMIL FRANKL. Fundamentos y aplicaciones de la Logoterapia. Ed. San Pablo.2000
[10] FABBRI, E. Familia, escuela del amor. Ed. Paulinas. Buenos Aires. Argentina. Pág. 59-64. (1999)
[11] MARTÍN ORLANDO. Construir la pareja conyugal. Estrategias y caminos para establecer un vínculo pleno y consistente. Ed Sb. Colección Espejos. Buenos Aires. Argentina. (2004)

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